Diario de León

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T ienes un geranio que no parece muy feliz en su tiesto ni se despierta en flores como debiera o como lo hace el de tu vecino. Habla con él, pregúntale. O mejor, cántale. La ciencia ya ha demostrado que los vegetales son sensibles al sonido y que a su modo tienen orejas. Ya en 1848 el psicólogo experimental Gustav Theodor Fechner aseguraba que las plantas tienen “alma” y que, al igual que los seres humanos, desean y se benefician de la compañía, la conversación y la interacción. Fechner creía que las plantas no solo disfrutan del sonido de la música, sino que crecen más y mejor cuando se les habla o se les canta. Cien años después se observó que las raíces de maíz crecen hacia una fuente de sonido de una frecuencia determinada, que los ultrasonidos inducen la germinación en algunas especies y aceleran el metabolismo de las raíces (se ve en los crisantemos) o que un sonido audible afecta a los niveles de algunas hormonas vegetales. Esto no lo sabe, pero lo intuye un viticultor en Nueva Zelanda que les pone a Mozart a sus cepas esperando que así el vino salga más cantarín y chispeante. Y algo va. Por lo mismo, también habrá sonidos que puedan atormentar a las plantas y eso explicaría por qué se te acaban desmayando todas las que pones cerca de la tele.

La inteligencia vegetal es un campo aún casi virgen, una pizarra en la que aprender esa sociología y astucia vegetal que permitió a las plantas ser, con harta diferencia, los seres vivos más longevos (cinco mil años alcanza un pino  longaeva  en las Rocosas). Algo tendrán. Pregúntaselo. En fin, quizá alguno piense que hablas solo, pero tu geranio está esperando tus confidencias o tarareos y no sólo él se beneficiará de ello. Antes decías como Lord Byron «cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro» (piadosa trola, él nunca tuvo perro), pero también llegará un día en que digas «cuanto más conozco a los perros, más quiero a mi geranio». Y cuando al fin entendamos el lenguaje químico del árbol quizá averigüemos que el truco de la longevidad está en el plántate y quietos hasta ver.

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