Diario de León

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Dice la psicología clásica que lo crucial radica en los tres primeros años de vida quedando fijadas ahí las líneas gruesas del carácter del individuo o individua y que, después, los gustos o disgustos infantiles irán moldeando conductas, querencias, antipatías, sentimientos o traumas. Y abundando en esta tesis se supo después que ya incluso en el seno materno el feto recibe información sensorial y emociones predisponiéndolo y, en algún modo, determinándolo. Se dice esto de Mozart; sus nueve meses de vientre los pasó su madre tocando el piano muchas horas y acompañada a menudo de su marido al violín. La geometría armónica de la música barroca no dejó de percutir en su cerebrito mientras le crecía y no nació sabiendo de escalas y becuadros porque nadie se lo preguntó, pero su precocidad lo dejaría bien evidente al poco tiempo. La psicología tiene también muy estudiado el papel formativo del juguete. Dime con qué jugabas de niño y te diré quién has querido ser; o quizá cómo te sueñas aún. Y Mozart jugaba con el piano.

Con este rollo vino Peláez a soltarnos teoría: las jóvenas de hoy se uniforman en peinados abusando de alisadores y superlisuras porque su tierna infancia la pasaron repeinando obsesivamente la melenita lacia y platino de su muñeca flaca, esa que dicta gustos y futuros. Ahí la Barbie es reina y se supone que liberó a la mujer-niña más que un tratado o cien planes de igualdad porque ya no era la muñeca de trapo de sus bisabuelas, ni la Mariquita de sus abuelas, ni el rollizo rorró con cochecito y ropitas de sus madres, muñecas estas que buscaban imbuirlas en el rol de mujer que les esperaba: la crianza, y además, dice, cocinitas para completar la misión. Desde hace décadas ya solo manda esa muñeca que no es bebé, sino adulta, con novio, con ropero, con tocador, coche y todo lo necesario para que la niña ansíe verse así cuanto antes, por lo que a los 10 años ya le chifla esmaltarse, pintarse o taconear como ella; y a los 12, mamá tiene que consentirlo, si es que no lo alienta; y a los 15 se despepita. Esto sostiene Peláez.

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