Diario de León

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Dos cosas me parecieron augurio al estrenar en 1983 su autonomía una Castilla-León que llegaba de la oreja y la última de todas a un sistema autonómico no demandado antes por el pueblo llano, ni por alguna élite burguesa (el nacionalismo nace siempre burgués), ni por sus rompeferias radicales. Nadie se engañe, aquí el regionalismo no fue más allá de panderos y cátedras de la Sección Femenina y sólo cuando murió Franco afloró un autonomismo cazurril que no pasó de bandera, pegatina y comunicado. Dos cosas, digo, se me alzaron agoreras: una, el mapa castellanoleonés de la comunidad, que es una bacalada tal cual, una ancha bacalada como las oreadas en los históricos secaderos sorianos o palentinos... y dos, el lugar en que nació el «ente untonómico»: un convento, ¡manda vírgenes!, el de las clarisas de Tordesillas, instalado el sacerdocio civil de aquellas primeras Cortes bajo el retablo en lo alto del presbiterio y con los bisoños procuradores abajo, en bancos corridos, es decir, como Dios manda y mandó desde la mozarabía cazurra y la catedralicia castellanidad, un Dios cuyo nombre encabezaba fueros y ordenanzas para dejar claro de dónde emana el poder del firmante que mata con sello y lacre. Aquello fue como un «nuestro auxilio está en el nombre del Señor» para empezar esta historia civil, un santiguarse, y echaron los discursos desde el ambón o púlpito para que sonaran a evangelio y acatara mejor la feligresía el chorro vertical de la gracia concedida, mientras en el aire inciensado y ceremonial flotaba un Rodolfo, ángel custodio de una desmesurada autonomía ideada para contrarrestar con su anchura ficticia a las que pitaban, la vasca y catalana que siguieron pitando todavía más. Pero es que dos años antes el anteproyecto de Estatuto se aprobó también en dos iglesias de Soria y Salamanca; ¿es que no encontraban igual solemnidad en un marco civil?... Y con esto se explica por qué suenan tan igualicos el discurso de un político ante un micro y la homilía vibrada de un cura paseando infiernos o glorias. Nacer en púlpitos es lo que tiene.

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