Diario de León

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U n trozo de la vieja Plaza de las Palomas -histórico espacio de dominio peatón- acaba de convertirse en suelo privado a todos los efectos, acotado particular, corralito pamí... y el que venga detrás, que arree. Lo llaman velador, pero solo es un chiringuito puro, duro y  oscuro  aunque sea de diseño, un estaribel diría Nardi, un tenderete pif que, apoyándose en una supuesta provisionalidad, tiene toda la pinta de querer perpetuarse y acabar convertido en instalación de toda la vida consustancial al paisaje de uno de los espacios de la ciudad más monumentales que exige no parasitarlo con tonterías que rompan o impidan la mirada serena o bibelots de gusto dudoso, si no aberrante: esculturitas, reyecitos, pijaínas y esas cosas... llámese contaminación visual... y ya excede.

Toda la ciudad se hace bocas con el invento y no pocos pasan de la perplejidad al exabrupto por más que el alcalde justifique haberle dado licencia que en cualquier caso supone abrir la caja de los truenos entoldados, precedente a seguir, pues por la misma razón habrán de conceder ese privilegio de privatizar suelo público a todos los establecimientos hosteleros que se asoman ahí -y por ende a todos los de la ciudad en zonas monumentales- lográndose que la mitad de esa plaza acabe bajo toldos/invernadero como quien dice cultivos bajo plástico, fiebre almeriense; y ya vendrán los agravios cuando haya que rechazar alguna solicitud consagrando el típico «pamí sí, patí no».

Lo gracioso es que el untamiento no hace caso de las objeciones que plantea Patrimonio alegando que el tal estaribel no es estructura fija al no llevar anclajes, anunciando al efecto que se adaptarán las ordenanzas municipales que regulan el terraceo urbano; es decir, esos anclajes se los pondrán ahora a la ley y así la miel volará sobre hojuelas mágicas, plan alfombra... ¡y a barrer bajo ella cualquier objeción!...

Mal camino: plantar negocio en la vía pública con tanta superficie o más que el propio negocio sale gratis o bien barato porque el casero municipal es generoso de cojones, dice Otavito.

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