Diario de León

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De las cosas que hacían los astures y nos cuentan los historiadores y espías que mandó Roma a fisgar estos confines con las primeras tropas, fascinan dos extremos referidos a las mujeres, a saber: que podían parir ellas solas sin más asistencia si les sobrevenía el parto en el campo -ellas eran las que araban-, interrumpiendo la labor que reanudaban tras alumbrar a la criatura y dejarla arropada y a salvo en algún arbusto: arre, Hermelinda, arre; y que era la hija mayor, no el varón, a quien transmitían la herencia rigiendo lo matrilineal, base del matriarcado, y explicándose así el decidido carácter gobernantín de la mujer cazurra con su tic de metomentodo; lo dice la definición puntual que di en parir, sabido lo de « Leonés: paisano con boina detrás de una sebe »... « Leonesa: paisana con faltriquera detrás de... todo ».

Otras cosas llaman también la atención en aquella gente astur, no tan primitiva como pudiera pensarse (admira su orfebería, mirad Arrabalde ); cosas como que comían en corro (cucharada y paso atrás, ¿hay otro modo?)... que realizaban luchas gimnásticas (alguno quiere fechar ahí el natalicio de la lucha leonesa, pero en todo tiempo y lugar el pueblo cazador o guerrero se entrenó con simuladas peleas regladas o a hostia limpia en el bar)... que llevaban el pelo largo y atado atrás (normal en unos broncos odiadores de Roma; la coleta antisistema viene de antiguo, Pablito)... que vestían pieles (pues lo llevarían claro hoy, el animalismo les pondría leggins)... que bebían cerveza y raras veces vino que compraban lejos, en tierras del sur, y que nada más llegar se lo ventilaban aquella misma noche con una fiestuqui despendolada (alegría, alegría, hoy comamos y bebamos y folguemos, que mañana moriremos )... ah, y que comían pan de bellotas... ¡¡pan de bellotas!!... eso es puro cemento; te cae una hogaza en el pie y te esferula el juanete. Pero resulta que vine a hablar de la cecina astur que no cita ni Estrabón, pero a mí se me acaba el papel y, sin duda, al lector las ganas. Aplacemos, pues. Y resignémonos: nuestros abuelos comían bellotas. Belloteros.

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