Diario de León

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Q uizá por haber sido fraile antes que cocinero, Pepe Álvarez de Paz guisaba el olfato, la paz y la paciencia como nadie en la política, la de dentro de su partido y la de fuera, esa del balcón que da a la plaza. Cuando le conocí en los 70 estrenándose en política aún se le notaba que el seminario había sido su universidad antes que la facultad de Derecho de la que salió el abogado peleas que fue toda su vida y encantado de amparar causas perdidas o defender la dignidad laboral. Ese aire como de cura no era solo en los modos o el vestir, era en el hablar que delataba a la primera su sólido pensar detrás, hijo de filosofías teologales y de las hermandades ciertas que se dieron entre cristianos y marxistas desde que el famoso 68 activó también teologías liberadoras, curas obreros, creyentes de base y aquel runrún que quería cambiarlo todo, lo peor al menos.

Es curioso, pero los siete socialistas verdaderos y de honestidad intachable que he podido conocer en estas décadas eran casi todos rebotados de los curas, activistas del obrerío católico o con una formación cristiana entre hippie y cátara... y en todos los casos, bautizados en la fraternidad del antifranquismo. En esos compromisos se curtió Pepe antes de encontrar el posibilismo político en un PSOE encadenando ahí cinco legistalturas de diputado y eurodipitado, trabajando en comisiones y deberes institucionales con disciplina de monje y llevándose además trabajo a casa. Cuando se estrenó en Bruselas, me confesó avergonzado el indecente sueldo de un eurodiputado y el peligro de la política hecha funcionaria. No era pose. Y como nos entendimos de lejos ya desde conocernos, hablábamos siempre más de pesca (ay, sus recoletos ríos gallegos) o de perros que de política, aunque la política nunca le acartonó el corazón y el sentir compasivo le era un mandato viejo de su vieja fe obligándole a intervenir. En fin, con Pepe, que era don José, se va extinguiendo una raza política instruida, buscadora y sensible que las prisas y prosas flojas de la política de hoy hacen que añoremos... temiéndonos lo peor y lo vulgar.

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