Diario de León

Creado:

Actualizado:

Martín Lutero, al que aquí se pintó y aún se pinta con rabo colorao y amancebándose con una monja para merecer los infiernos donde arde, era un pensador razonable; de no haber sido así, no le habría seguido media cristiandad europea. Hoy lo reconoce hasta el papa Francisco: Puso la palabra de Dios en manos de los hombres. Tal vez algunos métodos no fueron correctos, pero si leemos la historia, vemos que la Iglesia no era un modelo a imitar: había corrupción, mundanismo, apego a la riqueza y al poder. Acéptese, pues, algún imperio en la voz luterana, como aquella vez que dijo aun sabiendo que mañana va a llegar el fin del mundo, plantaría hoy un manzano, que me parece la forma más bella de insultar a los cielos, al destino o a la fatalidad. Es esa fe en el hombre de esperanza leñosa que se planta con un ¡detrás de mí, un diluvio de manzanas!, cerrando así el círculo maldito que inició aquella otra manzana del Paraíso... y qué bien suena manzana, manzanal, manzanero, manzanita, manzaneda... buen sitio para nacer si tiene santuario solateras y campana sobre manzana.

El fin del mundo no llegó este 28 de enero como anunció un profesor y pastor colombiano retirándose a esperarlo a lo bobo con veinte personas a una casa de Barranquilla; y como tampoco hay razón para creer que mañana se presente ese catapún aniquilador (salvo algún conspiranoico que lo sigue predicando), tendremos doble motivo para plantar un manzano, dos, tres, cien, mil... el fin del mundo se arruga ante un manzano recién plantado; y urge plantarlos porque además el que plantara entonces Lutero no vio otro final trágico que su muerte natural, seguramente a los 80 años, que es lo más que vive este árbol, aunque a partir de los 50 vaguea en dar fruto (también hay alguno centenario y se ven no pocos en estas riberas).

Y ahora dirá el lector que de dónde coños sacará un manzano para plantar exorcismo contra esta pandemia que es maqueta de un catapún final. Da igual, plantar un geranio es también una esperanza que insulta y, entonces, el Destino se confunde... o se apiada.

tracking