Diario de León

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En Leipzig, Sajonia, se vende mucha sandía española al igual que otras frutas y verduras imposibles o enclenques en aquel clima y terreno. Se entiende que la distancia y los largos transportes encarezcan esos productos con sobrecostes que aquí no deben darse porque estamos a pie de huerta. Pero en estas viene Fernando Maestre, investigador y profesor en la Universidad de Alicante, y sube a la red el típico cartel colorista con fotos de productos y precios en un súper de aquella ciudad alemana en el que se anuncia sandía española a 0.77 euros el kilo; y se pregunta: ¿Cómo es posible que una sandía cultivada en España (seguramente en Murcia o Almería) sea más barata en Leipzig que en Alicante? ...

No más barata, insultantemente más barata; en España su precio anda de un 270% a un 400% más cara; y en el mismo baile meten al melón, fruta-insgina del verano popular, así como al resto de frutas a rebufo en esta carrera desatada por una inflación que monta en galgo. Ya nadie libra aquí de pagar 10 o 12 euros por una sandía (para ver lo que esto tiene de guantazo en todo el belfo sólo hay que traducirlo a la antigua: 2.000 pesetas; de 15 a 20 costaba en 1970; hoy las cucurbitáceas se suben al guindo; y las guindas, al campanario). Nos explican este fenómeno con que la exportación agraria negocia y fija precios con mucha antelación y a los alemanes o ingleses o belgas hay que seguir vendiéndoselas a lo acordado antes de intuirse esta recesión que no dejan de pintarnos con dientes de caimán para irnos haciendo a la idea de los mordiscos y atracos que aún nos esperan. Pero en estas, al productor siguen pagándole lo mismo, concluyéndose que el intermediario con antifaz es aquí el ladrón que no se cansa de especular y robar, considerando al labrantín y al consumidor unos perfectos sandios (sandio: el que es ignorante o simple, que hace sandeces), y sandios entre sandías somos todos haciendo la sandez de no exigir al Estado una regulación o intervención de precios porque eso atacaría el sagrado principio del libre comercio, el dios de la Bolsa... y de la vida.

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