Diario de León

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E ntre  Valdavido  y  Truchas , alta Cabrera, hay un cerro-atalaya que domina toda la cuenca naciente del Eria, razón por la que se eligió para elevarle un torreón defensivo del conde de  Peña Ramiro  en el XIV, cuatro siglos después de no ser necesario para defenderse de moros o invasores, sino específicamente del conde vecino, del señorío de más allá o de reyes propios e impropios en ese fratricidio encadenado del que nunca sale España. Como tantas fortalezas, su abandono y el hielo fueron abatiendo muros y corpulencia; y aunque en todo castillo durmió la tópica leyenda del tesoro escondido, a este castillejo ni siquiera le cupo patrañuela, aun teniendo pozo ideal para una orza llena de torques de oro ocultada en algún asedio o mal paso, mito dorado que por aquí es muy creíble por haber conocido la brutal minería aurífera romana que ordeñó toneladas de mineral (al menos en  Filiel , al otro lado del Teleno que les separa, tienen una laguna con un carro y dos bueyes de oro en el fondo; ya puestos...).

Ese torreón con parapetos defensivos llegó al siglo XX como tanto de nuestro patrimonio: ruina grande, calamitosa a menudo. Pero hace 55 años, pitando aún mucho el nacionalcatolicismo, se les ocurrió plantar un Cristo de siete metros encima para consagrar el valle al Sagrado Corazón. Se inauguró en 1965 y presidió el lío monseñor  Marcelo González Martín  (la flor de la carcundia al poco). Hubo cuestación popular, pero lo gordo vino de instituciones y hasta el obrerío lo puso el regimiento de Astorga con pilón de soldados, me dijo un día uno en  La Cuesta .

La cosa tuvo su avasallar con dictadura doctrinal; y colocar un Sagrado Corazón sobre fortín guerrero es aún más ridículo que ponerle a un Cristo dos pistolas, cree Peláez; hoy se diría además que es un  cristo okupa . Y aunque se informó a Patrimonio no hace tanto de lo impropio de la cosa (buen juicio tuvo ahí Eloy Algorri) y de retirar la estatuona para retomar la ruina medieval, lo que se hizo después demuestra que a ese cristo okupa ya no le echa de ahí ni Dios, no Señor.

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