Diario de León

Un fernangómez

CORNADA DE LOBO | Esta vez, este martes, me cayó una tipa «españolaza» que, sin anestesia, comenzó a largar su perorata vodafonante, aunque me esforzara en frenar su vehemencia

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Tienen patente de corso esas compañías que nos asaltan intempestivamente a cualquier hora para ofrecernos chollos, ofertas, cambios de operador o El Pijote en megabites. Todos sufrimos esas técnicas de venta con número desconocido que, por ello, atendemos «no sea que»; llamadas recitadas tantas veces por voz femenina latina (hola, buenos días, mi nombre es Grasileidi Ramires) desde algún call center americano. Pero esta vez, este martes, me cayó una tipa «españolaza» que, sin anestesia, comenzó a largar su perorata vodafonante, aunque me esforzara en frenar su vehemencia: «Eh, eh -dije-, está usted hablando con una tapia que no le va a responder... y antes de colarse en mi casa a robarme tiempo y paciencia, debería tener usted la mínima cortesía de pedir permiso, preguntar si molesta, interrumpe un trabajo o simplemente si me interesa oír su maldita matraca»... y ella, a lo suyo: ¿tiene usted teléfono fijo además del móvil?... «oiga -clamé-, ¿con qué derecho me roba el tiempo?, ni tengo por qué atenderla ni quiero»... peor lo puse, ella seguía en su carrete hasta que, exasperado e incapaz, me acogí al derecho de hacerle un «fernangómez» tajando el asalto: «pues ya que usted se empeña en darme por ahí, que le den muchísimo por el culo, señorita». Y colgué. Lo siento, no vi otro modo. Dos minutos después, suena una llamada: 983 132 800 (Valladolid, Castilla y León, dice la pantallita) y pienso que a lo mejor me ha tocado un unicornio de peluche en la tómbola de la Junta... pero no, era ella de nuevo desgañitada, histérica: ¡qué formas son esas, a ver si aprendemos un poco de educación!, y colgó precipitada para evitarse el eco a su pedrada... ¡lo que me faltaba!... naturalmente quise devolver la llamada, pero saltaba un frígido «teléfono fuera de servicio» que ipsofacto ella activó... así que, en aras a la educación que me exigía, ni en mis adentros tildé de cobarde cabrona a la pájara insolente, aun siéndolo, sino que pensé en la presión, la mala paga y la esclavitud comercial de las trabajadoras de estos centros, amenazadas de despido si no rinden contratitos.

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