Diario de León

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Todas las miradas se irán al vencejo en 2021, mientras el humilde gorrión de pardo hábito carmelitano se amoruga pidiendo también mirada compasiva por la pandemia que le sigue diezmando en toda ciudad; en alguna, extinguido ya. No es envidia, el gorrión ya fue especie del año en 2016, pero cuatro años después sigue diñando a zancadas. Lo veo hace una década en los que frecuentan fielmente todo el año las jardineras de nuestro balcón.

En León y en mucha España no se le dice gorrión, sino pardal por su hábito carmelita de plumaje café tostado y panza pardiclara, con pechera manchada el macho y ese pañuelo al cuello de chulito macarri o atracador, que mucho de eso tiene esta especie tan estrechamente ligada al hombre y sus rastros de comida fácil, de quien aprende lo malo para pillarle lo bueno. Es nuestro comensal ladronzuelo al que antes se lo comían frito, pajarito. Si es de pueblo, le roba hasta el pienso a las gallinas en su comedero, aunque en la ciudad multiplica descaros picoteando tapas en la terraza del bar a solo dos cuartas de un soplamocos, cuánto atrevimiento. Nos imita. Y el que anida en consistorios sale a la vida con un máster en escamoteo y fugas, que por eso el pardal no hace bandos, sino bandas; si se trata de robar, de pillarlas al vuelo o de salir por patas y alas, mejor pocos que un tropel, bien lo sabe el concejal.

Se adaptan tanto, que hay cinco tipos de gorrión aquí, especialista cada cual en lo suyo, a saber: nuestro doméstico pardal, el gorrión molinero, el moruno -el más chulo, se ven dos o ninguno-, el chillón -desaparecido acá- y el alpino, más pirenaico que cantábrico. Muy pocos los distinguen. Y da gracias si al menos los llaman pardales; lo común es putos pájaros. Y que vayan desapareciendo de la ciudad lo aplauden no pocos y le importa nada a muchos más. Da igual su libertad y algarabía, su ingenio y su temeridad picoteando bajo las ruedas de un coche en marcha. Quizá es que se les odia o ningunea por recordarnos lo pillines y ladrones que somos. No nos gusta ese espejo. A Serrat, sí, Como un gorrión; óyela.

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