Diario de León

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Antes de la pandemia se conocía como cierrabares a aquel noctámbulo o trasnochador que apuraba la hora de cierre de los establecimientos autorizados para servir bebidas alcohólicas, resistiéndose a muy duras penas —nunca decae la esperanza de encontrar un último garito, por de muy mala suerte que sea— a retirarse a sus aposentos. Pero tras la pandemia y sus restricciones, el apelativo a cambio de bando y ya no se aplica al irredento consumidor de productos de alto contenido etílico, sino a la autoridad competente (lo de competente es un decir) encargada de traer por la calle de la amargura al sector de la hostelería.

De tal guisa que si en Castilla y León alguien se ha ganado a pulso el título de esta nueva acepción de cierrabares , ese no sería oro que el vicepresidente de la Junta, Francisco Igea, no en vano empeñado en tutelar a la consejera de Sanidad. Verónica Casado, y al propio presidente Fernández Mañueco en cuanto este se descuida. Después del desaguisado de las pasadas Navidades, en las que la relajación engendró una fatídica tercera ola, el gobierno de la comunidad ha endurecido súbitamente los laxos criterios aplicados con anterioridad.

Y el resultado ha sido que tras un Consejo de Gobierno extraordinario celebrado el lunes de Pascua, la Junta ha decidido cerrar el interior de los bares en cinco capitales de provincia y otros 16 municipios en los que la tasa de Incidencia Acumulada supera los 150 casos por cada 100.000 habitantes. Si con ello se va a contener la contagiosidad que amenaza con una cuarta ola, nada hay que reprochar ante la medida.

El problema es que a estas alturas de la pandemia el ciudadano de esta comunidad, no digamos ya el gremio hostelero, está hasta la coronilla de los continuos vaivenes y bandazos de la Junta a la hora de establecer las restricciones. Si esta de cerrar el interior de los bares allá donde la tasa supera los 150 casos está justiciada, alguien tendría que explicar que en vísperas del puente de la Constitución, con una incidencia media de 740 casos, el gobierno Mañueco iniciara una desescalada que permitió reabrir la Hostelería tan pronto la tasa se redujo en torno a los 400. Los cierrabares de hoy tendrán que admitir que aquello fue una absoluta temeridad, como por otra parte se constató a principios de enero.

Y al margen de todas las medidas de prevención contra la pandemia, otro pequeño detalle: ¿Cree de verdad la Junta que las ayudas implementadas van a compensar las pérdidas económicas soportadas por los hosteleros? Admitido el principio de que el que rompe paga, el que obliga a cerrar los bares, el cierrabares , no puede llamarse andana.

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