Diario de León

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Era cuestión de tiempo que rebrotara la reivindicación de una comunidad autónoma leonesa segregada de la configurada en 1983 por Castilla y León. El caldo de cultivo estaba ahí desde el trágala por el que el entonces todopoderoso Rodolfo Martín Villa integró a León en la actual comunidad. Viendo el conjunto del mapa autonómico, los leoneses sintieron que, por entidad histórica, territorial y económica, se les arrebataba el derecho de constituirse en comunidad autónoma propia, ya fuera uniprovincial o encabezando una constituida por el antiguo Reino.

A partir de ahí no han hecho falta encuestas para saber que una inmensa mayoría de los leoneses nunca se ha sentido identificado con una comunidad que siempre les ha producido resquemor. Tan evidente como que, más allá de su representación puramente política, el leonesismo es un sentimiento emocional compartido transversalmente. Buena prueba de ello fue que el PSOE y el PP no se atrevieran a oponerse en 2006 a las mociones presentadas por UPL en el ayuntamiento de León y en la Diputación en la misma dirección que las de ahora.

De entonces a acá, la crisis económica ha sacudido con especial virulencia a León, cuyo declive industrial ha tocado fondo con la desaparición del carbón y las térmicas. 40.000 habitantes menos en los últimos 10 años es el balance. Y de ahí, y de su comparativa con Valladolid, se colige que a León no le ha ido nada bien en una comunidad autónoma que nunca ha sentido como propia. Si a ese resquemor histórico se suma este sombrío panorama socio-económico y, para colmo, provocaciones como la de querer oficializar la capitalidad a orillas del Pisuerga, no es difícil comprender lo ocurrido.

Y lo ocurrido es que la férrea disciplina de los partidos mayoritarios acaba de saltar por los aires derribando ese muro político de contención. Haya visto la luz cuan Pablo camino de Damasco o haya dejado sido para complacer a sus socios de la UPL, el alcalde socialista de León ha destapado ha abierto la Caja de Pandora En Ferraz están que trinan por el crítico momento en que se ha producido, con el Estado de las Autonomías en máxima tensión por la negociación abierta con los independentistas catalanes.

Huega decir que en nada atenta contra la unidad de España la separación e Castilla y León en comunidades diferenciadas pero, igual que la independencia catalana no cabe en la Constitución, el eventual segregacionismo de León requeriría un largo y complejo proceso legislativo inviable sin la anuencia del PP y el PSOE tanto en el Parlamento Autonómico como en las Cortes Generales.

En cualquier caso, este aldabonazo leonés deja al desnudo las frágiles costuras de la vigente comunidad autónoma. Y mal lo afrontan los dos partidos mayoritarios culpándose mutuamente de lo que ambos son plenamente corresponsables.

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