Diario de León

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Sean ustedes mejores que quienes les gobernamos, nos pedía hace un mes el vicepresidente de la Junta, Francisco Igea, que se manifestaba así ante el galimatías organizado cuando cada comunidad autónoma decidió regular como se le antojó el régimen especial de restricciones a aplicar durante el periodo navideño. En realidad, Igea no nos estaba reclamando ningún esfuerzo, ya que bastaba y sobraba con seguir comportándonos con un mínimo de cordura, para mantenernos a años luz de la contumaz irresponsabilidad mostrada y demostrada por el conjunto de nuestros gobernantes desde que irrumpió la pandemia, deplorable actitud de la que, sin ir más lejos, el propio vicepresidente de la Junta constituye un buen ejemplo.

Creíamos que lo habíamos visto todo, sin reparar en la fatídica ley de Murphy según la cual todo lo que es susceptible de empeorar, acaba empeorando. Algo irremisible, máxime si anda por medio una clase política, o, mejor dicho, una clase de políticos que no tienen el menos escrúpulo en anteponer el interés partidista al sentido común, ni siquiera en medio de una calamidad que hasta la fecha se ha cobrado en España más de 80.000 vidas, 8.500 de ellas en esta desdichada comunidad autónoma de Castilla y León.

Con semejante balance —y lo que te rondar después de que la semana pasada se haya estado batiendo el record de nuevos contagios diarios— el espectáculo montado en torno al horario del toque de queda roza la obscenidad política. A expensas de que el Tribunal Supremo se pronuncie sobre la legalidad de la medida adoptada unilateralmente por la «autoridad delegada» que detenta el presidente de la Junta, la bronca entre los dos gobiernos, el central y el autonómico, no puede ser más denigrante.

Incapaces de mantener la menor empatía con unos ciudadanos que en su inmensa mayoría están arrostrando ejemplarmente los estragos de toda clase ocasionados por la pandemia (no digamos ya los sanitarios, los otros muchos colectivos profesionales de alto riesgo o los sectores tan damnificados como el de la hostelería), nuestros políticos siguen impertérritos, erre que erre, a lo suyo, obstinados en sacar rédito partidista de una tragedia que nos asola. Lo hicieron durante la primera ola, volvieron a hacerlo durante la segunda, han reincidido de nuevo en esta tercera y harán lo mismo en la cuarta y en las que dé tiempo a surgir antes de que la vacuna —esa es otra, la de la vacunación convertida también en arma arrojadiza— ponga fin a esta pesadilla. Y como incorregibles que son, no tienen el menor propósito de enmienda.

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