Diario de León

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Como se diría en el argot bursátil, el mercado daba por descontado que el previsible desplome de Ciudadanos, partido más votado en los anteriores comicios, iba a alterar la correlación de fuerzas en el espectro político no independentista. Pero ni por asomo que fuera a hacerlo de forma tan abrupta, acompañado de un retroceso del PP y de tan fulgurante irrupción de Vox, formación que ha pasado de ser extraparlamentaria en Cataluña a disponer en el Parlament de más escaños que sus dos compañeros del antiguo trío de Colón juntos. No se esperaba semejante vuelco. Y no sabría decirles quién ha salido peor parado de las urnas catalanas, si el partido de Inés Arrimadas o el de Pablo Casado. El desplome del primero puede haber sido mayor de lo previsto, pero el del PP era imprevisible, precisamente porque se suponía que una parte no pequeña del anterior voto naranja recalaría en las redes populares. Y no solo no ha sido así, sino que el PP ha perdido a la vez buena parte de su antigua clientela electoral, fugada a Vox sin el menor miramiento.

El gran descalabro de Cs ya se produjo en las generales de 2019, en las que la arrogancia y cerrazón de Albert Rivera condujo al partido al abismo. Ello anticipaba el desplome de este domingo, agravado por lo pésimamente que gestionó Arrimadas su victoria en los anteriores comicios y por la brusca caída de la participación, factor éste que siempre beneficia a los partidos con un electorado más ideologizado, caso de los independentistas y/o ultras de cualquier signo.

Pese a esos paliativos, Arrimadas y Cs salen seriamente tocados de este batacazo, máxime al producirse en la comunidad donde nació el partido y desde donde saltó al resto de España. Pero por más que se obstine en negar lo evidente el inefable García Egea, el fracaso del PP no admite ningún paño caliente. Implicado a fondo en la contienda catalana, la figura de Pablo Casado sale de la misma muy erosionada externa e internamente. Externamente, por el revolcón sufrido frente a Vox y el terreno ganado por Santiago Abascal en su objetivo de conquistar la hegemonía de la derecha española. Internamente, al sumar a su catastrófico resultado el malestar que ha generado entre los suyos su afán de renegar de un pasado que no le es ajeno a él ni a muchos de los actuales cuadros dirigentes del partido.

Este serio traspié de Casado y Arrimadas no deja de tener su particular resaca en Castilla y León, donde las dos cabezas visibles en el gobierno que comparten PP y Cs, el presidente Fernández Mañueco y el vicepresidente Igea, no son precisamente santos de la devoción de los máximos dirigentes de sus respectivos partidos. Quien seguramente se haya sentido más aliviado sea Igea, sobre el que pende la espada de Dámocles de que a Arrimadas se le agote un día la paciencia y decida removerle de su ‘sillita’ en la Junta. Gemma Villarroel viene calentando en la banda, pero el descalabro electoral del pasado domingo enfría de momento su ingreso en la cancha.

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