Diario de León

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El fantasma —de momento no es otra cosa— de una posible moción de censura socialista contra el actual gobierno de Castilla y León ha removido las estancadas aguas de la política en el ámbito autonómico. Ciertamente, el bipartito PP-Cs que preside Mañueco ha venido dando demasiados tumbos y no pocos palos de ciego en su gestión de la pandemia, errática trayectoria que ha tocado fondo con el varapalo del Tribunal Supremo a su osado adelanto horario del toque de queda.

Los socialistas de Luis Tudanca, que hasta bien reciente habían estado sesteando, confundiendo la lealtad institucional con dejar a Mañueco y al vicepresidente Igea hacer de su capa un sayo, han olido sangre y han decidido reivindicarse como alternativa de gobierno, papel avalado por los resultados de las elecciones autonómicas, de las que salieron como la fuerza más votada y con mayor número de escaños (35 de los 81 que integran las Cortes).

Pero la aritmética es la que es, y una eventual moción de censura no tiene ninguna posibilidad de prosperar, salvo que la respaldara Ciudadanos, lo cual conllevaría algo tan inaudito como que un partido censurara al gobierno del que forma parte. En política lo hemos visto casi todo, pero eso resulta inconcebible, por más que ocurra que la representación de Cs en la Junta esté acaparada por una facción, la de Igea, no precisamente en sintonía con el sector mayoritario del partido en la comunidad y el grupo parlamentario, absolutamente afín a Inés Arrimadas.

En consecuencia, a no ser que se presente sin otra pretensión que la de desgastar al actual gobierno autonómico, la moción socialista carece de sentido. Y presentarla con la esperanza de que algunos procuradores naranjas la apoyaran contra la disciplina de voto de su partido conduciría al infumable desenlace de un cambio de gobierno sustentado en el trasfuguismo, bochornoso espectáculo que no creo que el PSOE esté dispuesto a propiciar.

Así las cosas, existe otro escenario alternativo perfectamente factible. El de que Arrimadas, aprovechando el desgaste del gobierno Mañueco y el particular descrédito del vicepresidente Igea, fuerce la sustitución de quienes llegaron a la Junta como cuota naranja por otra representación encarnada por sus afines, con la coordinadora autonómica del partido, la leonesa Gemma Villarroel, a la cabeza.

En realidad, no sería otra cosa que ejecutar un plan trazado desde que la actual cúpula nacional de Cs excluyó de sus renovados órganos provinciales y autonómicos a los infieles congregados en torno a Igea. Una operación que de paso supondría un gran alivio para el propio presidente de la Junta, atenazado por el pesado lastre que supone la delirante espiral del todavía vicepresidente y la mediocre gestión de las consejerías asignadas en su día al partido liderado entonces por Albert Rivera.

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