El fútbol se muere
El fútbol se muere como muere el periodismo. Y quién podía creer que el mayor recurso de entretenimiento no iba a sobrevivir al sistema de pensiones, tan paliducho y abocado como el estado de las autonomías a la bancarrota, después de que los gestores metieran mano sin cesar al fondo de reserva, y el cerdito de la hucha se dejara ver tan escuálido que apenaba hasta estazarlo en añicos. Lo del paso al limbo de las clases pasivas era algo que estaba asumido cuando empezaron a hacer propaganda, y no periodismo, del relato con el ímpetu de los pregoneros del gol en las tandas de penalties en Marsella que el Gobierno iba a trasvasar otros tantos miles de millones para soportar la risa del mes siguiente. Hablan de las cuentas de la Seguridad Social con la ligereza de lo importante que se le supone al cruce de cuartos de la Eurocopa. Y no es esa la razón de más peso por la que ya se ve insostenible el cobro de la jubilación. El esquema resulta más sencillo: no habrá quien cotice y no habrá qué cotizar. Así que el castillo que coronaba el techo del milagro español va a terminar por resolver de la manera más cruel la pregunta que plantean los economistas que decidieron no mirar al otro lado: cómo cobrar la pensión si no va a haber con qué pagarla. Estudiosos concienzudos ya han aproximado a una simulación la cruda realidad que está a la vuelta de la esquina; mientras se muere, una pensión de más de 600 euros será utópica para el potencial laboral y base de cotizantes que se espera a corto y medio plazo. Ese es todo el recorrido de la explicación más exacta de este óbito anunciado, que no tiene nada que ver con que los chavales escuchen música por altavoces como granadas de mano; o que no sepan mirar la vida a través de los ojos y las relaciones sociales se establezcan a través de la pantalla del smartphone que se agita con el dedo; no tienen que ver sus gorras latinas de visera de plato, o sus gustos por la música arrítmica (según los convencionalismos que mamamos cuando llegamos a suponer que el mundo era algo más alentador para el ser humano). Para ese momento funeral que va a hacer saltar por los aires el ecosistema del bienestar, ficticio o no, encajaba como sedante y terapia una sesión de fútbol; el fútbol, que siempre fue una disculpa para hablar de multitudes. Pero el fútbol se muere, si no está muerto ya.