HOJAS DE CHOPO
José Américo Tuero
En la Vuelta Ciclista a España de 1935 uno de los corredores participantes se llamaba José Américo Tuero, un joven hispano-argentino nacido en Buenos Aires de padres asturianos que regresaron de la emigración siendo él un niño. Hizo buen papel en la prueba. Con el tiempo, pocos años después, llegaría a ser protagonista no de una escapada rutilante, sino de una de las evasiones más curiosas e intrépidas y menos conocidas. Fuga de película del Valle de los Caídos, tan mediático en los últimos tiempos, al que le habían llevado sus ideas. Ya saben.
Las ideas le condujeron, acabada la guerra civil, a la clandestinidad, vivida en Valencia y León. La conexión leonesa, desconocida al menos para mí –aquí queda un apunte para interesados-, tiene algún episodio entre curioso y anecdótico: desde aquí pedaleó una noche hasta Madrid para inscribirse en el registro consular argentino y evitar así males mayores. Lo cierto, sin embargo, es que en 1941 es detenido y condenado a muerte, pena conmutada, gracias a la intervención de la embajada argentina, por treinta años de trabajos forzados. En eso estaba cuando se fugó en septiembre de 1944, en una rocambolesca huida hasta llegar a Cuba en 1947, donde murió en 1987, a los setenta y tres años. En forma de memorias, con la ayuda y acabado de su hija Chely Tuero, el libro Mi desquite, publicado en la isla caribeña, relata su intensa peripecia vital. Una aportación, sin duda, que, como todas las posibles, no solo permite que no mueran los nombres, sino que la historia se enriquezca.
La ocasión me impulsa a subrayar la importancia y necesidad de preservar los documentos y archivos de la emigración española, tenga el origen o los motivos que sean. Forman parte de la historia y hemos de preservarla para evitar, entre otras cosas, que se tergiversen sus contenidos o se olviden. Un síntoma de desidia y dejadez. Anoto dos casos, por el momento. El Ateneo Español de la capital mexicana posee abundante documentación, especialmente sobre el exilio, con el olvido institucional como amenaza para su conservación y puesta en valor. El segundo caso tiene la elocuencia de titulares de periódicos del pasado mes de junio: «Un tesoro de la emigración se pudre en el Archivo de la Embajada de Cuba. Miles de documentos sobre españoles y sus propiedades permanecen sin clasificar en un sucio almacén de La Habana plagado de roedores». Después llegarán las lamentaciones. Como siempre. Tarde.