Diario de León

Desde Ucrania | Marcos Méndez

Tatuajes patrióticos

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Son las 22.30 hora local y escribo estas líneas con el rebumbar de las bombas, de las explosiones. A lo lejos, pero se oyen claramente en el centro de la capital donde nosotros estamos. Parece que hace unas horas Rusia dijo que se iba a retirar de Kiev, parece también que hay informes de inteligencia que lo corroboran e incluso imágenes de tanques rusos saliendo hacia Bielorrusia. Yo no puedo ver todo eso. Pero si estoy aquí es para ser los ojos y oídos de todos vosotros, de los que me leéis. Tengo que deciros que nada de eso se nota aún aquí.

Hoy sonaron las bocinas antiaéreas siete veces en la capital de Ucrania, cada poco más de tres horas si no me salen mal las cuentas. Y repito, escribo esto oyendo a lo lejos explosiones continuas. Explosiones de combate, de guerra, una guerra que es una invasión. Un país poderoso que decide que su hermano pequeño perdió el norte y quiere salvarlo atándolo a la cama. Lo de que está muriendo mucha gente, de aquí y de su bando, sus soldados, creo que no hace falta repetirlo. O sí: la guerra que ya está perdida es la de la desinformación. Contra eso y contra esas cabezas que creen tener siempre la razón llevando la contraria y retorciendo datos de un modo que ni Uri Geller con las cucharas.

Contra esos no hay nada que podamos hacer más que ignorarlos, por mucho cariño que les tengamos. Pasa con colegas, pero a veces también con los jefes: “Es que aquí tenemos un teletipo que dice esto”, pues yo aquí lo que veo es esto otro, pero claro, a los jefes no puedes ignorarlos así que al final es un juego de tirar y soltar y llegar al punto justo, intermedio, en el que la cuerda no rompa.

Kiev va retomando poco a poco cierta normalidad. Nada que ver con la ciudad que nos cuentan que era hace algo más de un mes, pero sí que cada día hay más gente en la calle y más negocios abiertos. Incluso vuelven a trabajar profesiones tan dignas pero tan poco esenciales como los tatuadores, y con mucho trabajo. Yo he estado hoy con María, una artista tatuadora, especializada en flores y plantas, que lleva ya un par de semanas tatuando en un búnker. Al búnker no nos dejaron ir, pero pudimos hablar con ella y con un par de clientes en su estudio habitual, que hacía más de un mes que no pisaba. Entre cliente y cliente María desinfecta absolutamente toda la estancia y envuelve en film todos los muebles. Nunca he visto hacer eso en España, lo de limpiar sí, pero ese gasto en plástico de congelar las croquetas de mamá nunca.

Ahora todos los clientes lo que le piden a María son tatuajes patrióticos. Sobre Kiev o sobre el país. Me dice que no le gusta tatuar militares porque no saben escucharla, quieren algo muy definido y María, si no se ve capaz de hacerlo, no lo hace. Hoy la pareja que tatuó eligió motivos de su ciudad, él el nombre de Kiev en el antebrazo; ella, la imagen de los fundadores en su barca, una estatua que está aquí en el centro a la orilla del río Dniéper.

Probablemente fuesen vikingos. Le pregunto a María si es consciente de que cuando un soldado es apresado por el enemigo lo primero que se le mira son los tatuajes, y me dice que sí, que lo sabe, pero que cree que eso no debe ser un obstáculo para expresar en el cuerpo de cada uno sus ideas.

Hoy María tenía siete clientes. Ningún militar, y todos los tatuajes del mismo estilo patriótico, por mucho que ella les intente hacer ver que un castaño es tan simbólico de Kiev como esos supuestos vikingos que fundaron la ciudad, dice que nadie, hasta ahora, quiso tirar por la flora. Son las 23.05 y suena la bocina antiaérea, octava antes de que remate el día. Me voy a acostar.

 

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