Diario de León

Desde Ucrania | Marcos Méndez

Pierre y Brent

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El martes fue un día especialmente duro en Kiev. A las cuatro y media de la madrugada, las alarmas antiaéreas despertaban a la ciudad, media hora después mi habitación temblaba. A través de la ventana vi unas luces blancas, como de fuegos artificiales: eran las defensas antiaéreas ucranianas.

Poco después supimos donde habían sido los impactos. Dos barrios residenciales y una avenida comercial. Cuando llegamos al primero de los edificios, la imagen que vino a mi cabeza fue la del hotel Windsor. Viví aquel incendio de cerca porque residía solo unas calles más abajo. El edificio que estaba ardiendo tenía 16 plantas, calculé que con cuatro pisos por planta.La vida de 64 familias. Viendo eso resulta increíble el fatal resultado de cuatro muertos. Si la gente no se hubiese resguardado en los refugios, o huido de la ciudad, habría sido una auténtica masacre. Cuando iba a entrar en la tele en directo se nos acercó Yuri, un militar ucraniano que vivió 20 años en La Rioja y que habla un perfecto español. Su casa estaba en la quinta planta. Él ha venido a luchar, su mujer se ha quedado a salvo en Logroño. Tenía una hora libre y se acercó hasta su barrio porque oyó que había sufrido un ataque y pudo comprobar que se había quedado sin nada. Yuri temblaba cuando lo entrevisté.

El martes fue un día trágico para Kiev y para nuestra profesión. Conocimos la muerte de otro compañero, Pierre Zakrzewski, cámara de Fox News.Ya son cinco los periodistas muertos y varios los heridos, personas mucho más experimentadas que yo, con mucha más carrera, que seguro que no se arriesgaron más de lo debido, porque aquí la seguridad lo es todo. Por mucho que a veces no les quede claro a los que están en los despachos, lejos del frente.

Ya hace unas horas que comenzó el toque de queda: hasta el jueves a las siete de la mañana nadie puede pisar la calle. Tuve tiempo de ir a un supermercado justo antes de que cerrase, estaba medio vacío. Chocolatinas y chips serán mi comida y mi cena, en el hotel solo abren el restaurante para los desayunos porque la mayoría de las empleadas se han ido. Tatiana, la recepcionista, tenía pensado hacerlo esta tarde junto a sus hijos.

Quedamos los periodistas. Pero muchos de mis compañeros aquí no van a facturar nada mañana, nadie les va a comprar una foto de su cuarto, de su cama, ni de la recepción del hotel. Pero ellos sí deben pagar sus gastos. Así de jodida es la vida de muchos reporteros de guerra, sobre todo de las y los fotógrafos, los que más arriesgan por sacar la mejor imagen. Hoy es inconcebible informar de algo sin ver imágenes. Quienes consiguen esas imágenes son profesionales, como los que firmamos crónicas y salimos en la tele y en la radio, pero por desgracia pocas veces se repara en ellos y en ellas.

Pierre y Brent eran cámaras. Eran ellos quienes le mostraban al mundo la crudeza de la guerra y después nosotros, los redactores, contamos esas imágenes. Es difícil de explicar que desde un despacho te presionen para bajar de un coche, en una carretera, entre controles de militares nerviosos apuntando al infinito con sus armas, y te digan que hay un servicio que hay que hacer, una foto que tirar o un reportaje que escribir y que lo hay que hacer ya. Y eso pasa. O que te pidan más y más después de más de 12 horas seguidas trabajando, y que más tarde te digan que tienes que bajar la tarifa pactada de antemano, porque hay muchos gastos y esto es un negocio. Tal cual, también pasa. Sí, todo en esta vida es un negocio, incluso la vida de los demás. La guerra es el mayor negocio de todos. Lo malo es que muchas veces el precio que se paga, como el que pagaron nuestros compañeros, es muy alto. No hay fotografía, conexión o reportaje que merezca una vida.

 

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