Diario de León

Vanessa Carreño

La maldita exigencia

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¿Qué cree que hace que unas personas sepan relativizar y otras no? ¿Qué hace que unas disfruten más que otras? ¿Qué hace que una persona responda mejor a los imprevistos que otra? Pues algo que marca una gran diferencia es la autoexigencia.

Quien no se da permiso para estar cansado, para equivocarse, para decir que no, para hacer lo que de verdad quiere hacer, para ir despacio… Quien se dice «no debería sentirme así», «¿cómo puedo ser tan débil?», «tendría que hacerlo mejor». El ‘debo hacerlo todo muy bien’ y todos sus derivados. ¿Le suena? Si se para a observar su diálogo interno se dará cuenta de que está lleno de exigencias.

¿Reconoce ese crítico interno que siempre le pide más y más? Desde esa necesidad de perfección, su crítico siempre encuentra un motivo para criticarle y castigarle. Y, como para él nada es suficiente, si le escucha es probable que caiga en la trampa de no sentirse satisfecho nunca.

Lo que marca la diferencia entre las personas demasiado autoexigentes, en comparación con quienes no lo son, son sus creencias irracionales, principalmente éstas:

—Creen que su bienestar depende de que sean perfectas y lo hagan todo muy bien. Que si se equivocan o en algún momento no dan la talla como deberían, será horrible.

—Creen que para hacer las cosas tienen que exigirse, darse órdenes y empujarse todo el rato. Que si no se tratan así no se esforzarán lo suficiente, que esa es la manera de que cumplan con sus objetivos. Es su crítico interno diciéndoles «tengo que estar siempre encima de ti para que hagas las cosas».

—Creen que si se dan permiso para disfrutar, al final no harán nada ni conseguirán nada. Cuando lo cierto es que si nos escuchamos y nos damos permiso para hacer las cosas con más calma y atención nos salen mucho mejor, porque nos permiten sacar cualidades que desde la exigencia no pueden aflorar.

Que le quede claro: a mayor autoexigencia peores resultados obtendrá y más sentimiento de culpa tendrá, lo que le llevará a exigirse más. La pescadilla que se muerde la cola.

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