Diario de León

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Avelino Fernández Peral era cantero. Viudo con cinco hijos. Alcalde socialista de Arganza cuando estalló la guerra y el comité del Frente Popular formado para parar el golpe militar en el Bierzo le pidió que incautara una furgoneta con la que trasladar mineros de Fabero a Ponferrada, donde agentes de la Guardia Civil se atrincheraban después de ponerse de parte del Ejército sublevado contra el Gobierno de la República.

Avelino firmó un papel mecanografiado con el membrete del Ayuntamiento para que se lo entregaran al dueño de la furgoneta. Pero los mineros de Fabero dieron la vuelta en Camponaraya, cuando vieron que la batalla estaba perdida en Ponferrada.

Avelino también incautó las pocas armas que había en Arganza y las reunió en el Ayuntamiento. Y enseguida se las devolvió a sus dueños. Cuando las autoridades franquistas le juzgaron en consejo de guerra por ‘auxilio a la rebelión’, qué paradoja, argumentó que había recogido las armas para que no cayeran en manos de los ‘revolucionarios’, según el acta del proceso. Y que decidió devolverlas cuando comprendió que estaba mejor con sus dueños. Avelino se jugaba la vida en ese proceso. De hecho, ‘solo’ le condenaron a treinta años porque alguien había firmado un informe donde decía que, aún siendo socialista, había sido un hombre «de buena conducta».

Ese informe quizá le salvara la vida. Como se la había salvado un montón de estiércol. Y un horno de pan con un manojo de sarmiento. Y una cuba de vino vacía. En todos esos ‘lugares’ se escondió Avelino en los días que siguieron al triunfo del golpe de Estado en el Bierzo para que no se lo llevaran los falangistas y para huir de su casa y refugiarse en la de su hermano en Galicia. Que te sacara de casa unos falangistas en el verano del 36 era señal de que podías acabar muerto en una cuneta. Asesinado. Y Avelino Fernández Peral lo sabía. Vaya si lo sabía.

Lo triste es que todavía haya por ahí algún desalmado que se ría de Avelino, que pasó seis años en la cárcel después de que le conmutaran la pena, porque se tuvo que esconder en un montón de abono. Gente a la que le molesta que le cuenten la historia de Avelino, que se hizo albañil cuando regresó de la cárcel y construyó casi todas las casas que se levantaron en Arganza. No quieren ver esa historia en el periódico, dicen —y la de Avelino estuvo entre las más leídas—, seguramente porque les deja en evidencia. Son ellos los que tiene que preguntarse por qué les incomoda. Porque quieren enterrar la Historia en su propio montón de estiércol.

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