Ágata gatapata

Va y dice la tía que doña  Letizia , la reina nuestra señora,  es una hortera  vistiendo y que eso se murmura en los altos círculos y lavaderos del Madrid de villa y corte. Hortera, sin atenuar. Y lo dice precisamente ella, que lo único que busca en los colores es su escándalo y en los trapos sus complejos, una diosera que se cree divina para poder brillar como altanera de estrambote infantiloide y embalada en colores epilépticos. ¿Letizia hortera?, ¿es envidia o caridad?... No, es sólo llamar la atención como sea y hacer ruido y jaleo al libro de memorias que ella lanza ahora, justo cuando los perfumes cagolinos o hegüegos no dejan de bombardearnos su insufrible dictadura navideña... así que en teles y papeles no dejan de sonar las campanas y cencerras que nos va dando en entrevistas doña  Ágata Ruiz de la Prada  y Cornamusa de la Almanzora, aristócrata por parte de algún pariente y coronela ya pelleja disfrazada de niña fantasiosa por alardear de libre y empoderada en sus descaros, eso cree ella, o por el sólo hecho de haberse atrevido a cerriles alianzas con el coloraco más chillón, con la pose más pija y con los tipos más raritos y ambiciosos de sus círculos selectos y cerrados, esos que tienen tantas esquinas por fuera como rincones dentro para ahostiarse o conspirar en un aparte la gente ricacha, supernóbile o cultipiji entre la que ha podido moverse también esta auténtica  Loca de la Pradera ... y nunca de la Colina.

Y  Letizia es una hortera ...  Pues anda que tú , replicó el eco, cien mil ecos en sólo una tarde twittera; cuánto eco; hasta esto lo es y lo lamento, no lo merece aquí quien ostenta rencores nobles de madura desdeñá que siempre se reirá de ti antes que tú de ella. Eso lo da el nacer en alta cuna y pedirse el papel de Gallina de Jericó, la que aprendió a nadar para poder tirarse a los patos con tretas de gata. Pasen y vean el increible fenómeno de una gatapata pedorri, una tontuela supina y una enchulada jueza de la elegancia que acusaría de hortera al mismísimo Dios bendito por no vestir sus paños o colores al subirse a la cruz o al retablo de la catedral.