Diario de León

Unas Cabezadas con diablillo perturbador, bandera y Reino

La eterna disputa entre la ciudad y el Cabildo Isidoriano sobre si la capital trae una ofrenda voluntaria u obligada acaba en tablas y con el regalo de una bandera

El público abarrotó la plaza de San Isidoro para ver las Cabezadas. F. OTERO

El público abarrotó la plaza de San Isidoro para ver las Cabezadas. F. OTERO

León

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No pudo ser. La pelea dialéctica y casi milenaria entre la ciudad de León y el Cabildo Isidoriano para dejar claro que el pueblo leonés trae a San Isidoro una ofrenda, en agradecimiento por las lluvias de 1158 que acabaron con una terrible sequía, no logró doblegar la certeza del clero de que ese gesto es obligado. Y así se despidieron. En tablas y con tres reverencias exageradas en la plaza empedrada de San Isidoro por parte de la Corporación municipal y el Cabildo que da nombre a las Cabezadas.

Antes, en el claustro, el alcalde José Antonio Diez intentó convencer al exabad de San Isidoro de que «la palabra de un caballero leonés tiene más fuerza que los protocolos y más valor que quiñones». Remarcó que como bien escribieron Mariano Domingo de Berrueta o más recientemente Ricardo Chao, el pueblo de León «sabe conservar el rancio aroma de la Corona» en esta ceremonia «que es fruto de la historia y de nuestro pasado, y en la que el pueblo leonés viene voluntariamente a honrar al santo».

El síndico de la Colegiata, Francisco Rodríguez, no pudo estar más en disconformidad, porque esa ofrenda es obligada. Y para que se entienda, animó al regidor a acudir a «las fuentes fidedignas, que lo cuentan, que son las antiguas de Lucas de Tuy». En su relato, los restos de San Isidoro salieron en rogativa en un arca para que lloviera. Como obró un aguacero, los leoneses se comprometieron a corresponder al favor del santo como obligación.

Rodríguez también espetó al alcalde que esas palabras suyas de que se trata de una ofrenda son «fruto de ese diablillo que perturba y que le trata de engañar». Y le recomendó separar «la paja del trigo para elegir el trigo de la verdad y desechar la paja de la suposición».

Aunque Diez ironizó que «la única fuente que queremos probar (en referencia a la barrica de vino) no nos la sacan». El síndico municipal entregó al Cabildo un regalo, una bandera de León «símbolo de un pueblo que siempre lucha y no se rinde, una tierra de libertades y luchadores de la que no se puede dudar». Y entregó el mismo presente que al Cabildo catedralicio en las Cantaderas para que no hubiera celos, «porque sé que ustedes les miran un poco de reojo».

El regidor rogó a los responsables de la Basílica que la enseña pueda ondear cada último domingo del mes de mayo junto al Pendón Milagroso para recordar que el templo fue «el lugar de origen de la democracia» en el año 1188 , con la convocatoria de las primeras Cortes de la Europa medieval.

Diez hizo también un guiño leonesista al asegurar que al pueblo leonés «no nos gusta nunca el sometimiento. Llevamos 40 años sometidos y no tardando vamos a poder quitarnos ese yugo y caminar como hemos deseado siempre».

El Cabildo no dio su brazo a torcer, ni siquiera cuando el alcalde dedicó s Rodríguez el primer aplauso de la contienda dialéctica por sus desvelos durante 20 años en la Basílica. Unas palabras que el aludido esperaba que no fueran «un pretexto para doblegar mi autoridad y fuerza de voluntad, ni un chantaje» para declarar que el acto es una ofrenda y no un foro obligado de León a San Isidoro. «Le puedo asegurar que mis palabras no eran para ablandarle, la ductilidad tampoco es su fuerte», bromeó Diez, quien insistió en que la ofrenda «que hoy venimos a hacer nunca ha estado sujeta a las leyes terrenales de la obligatoriedad, pues todo aquello que se hace desde el corazón nunca puede ser obligado».

El exabad Francisco Rodríguez no pudo dejar resuelto la eterna disputa ahora que se retira de la primera línea, pero sí reconoció que Diez le «doblegó emocionalmente» con sus amables palabras. También tuvo tiempo para lanzar un dardo, al asegurar claramente que San Isidoro es un templo eucarístico donde se guardan reliquias como el caliz de Doña Urraca, «que no el Grial, creo yo».

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