Diario de León

Adela Gabarri: «Soy mujer, gitana, libre y feminista»

La leonesa Adela Gabarri cuenta en el libro ‘Lágrimas de una gitana. Tradición y cambio. La vida de Adela Gabarri’ toda su vida desde que era una niña en Las Ventas en León, su matrimonio con 14 años, la emigración con su marido a Gijón, la crianza de siete hijos, de los que viven cinco, y su trabajo como presidenta de la Asociación Gitana de Gijón, que fundó en 1988. La asociación cultural Yumper le acaba de conceder el premio ‘Asturianos de braveza’.

Adela Gabarri, en la playa de Gijón en una foto realizada el 11 de diciembre de 2023. MARCOS LEÓN/LA NUEVA ESPAÑA

Adela Gabarri, en la playa de Gijón en una foto realizada el 11 de diciembre de 2023. MARCOS LEÓN/LA NUEVA ESPAÑA

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A la gitana leonesa Adela Gabarri Jiménez (León, 22 de julio de 1954) la casaron a los catorce años con Laureano, un gitano que no le gustaba y que tenía nueve años más que ella. Se conocían del barrio «me llevaba en la bicicleta». Los dos vivían en Las Ventas en León. «Yo le llamaba ‘el jirafa’ (se ríe) por lo alto y delgado que era, pero las familias acordaron nuestra boda cuando yo tenía 13 años». Recuerda que un día estaba en el cine y fue a recogerla su prima Estrella, que además ahora es su cuñada. «Me sacó del cine y me preparó por el trayecto hasta donde estaban todos los gitanos en el patio donde vivía mi hermana. Cuando llegué ya estaban tomándose algo. Estrella me dijo que cuando me preguntaran tenía que responder que sí. Cuando me preguntó mi tío dije que sí y me marché con mis amigas. Yo nunca había tenido un novio, era una cría de trece años que jugaba en la calle. La mujer antes no podía opinar para nada, no valíamos un pimiento, y sólo tocaba aguantar. Una mujer gitana cuando se casa se casa también con la familia del marido. Eso ya está cambiando. Ahora tienen sus propias casas, pero antes vivías con los suegros. Yo estaba todo el día en casa, limpiando y trabajando. Mi suegro era cestero y me quería mucho. El hijo era muy madrero. Así fui aguantando hasta que nos fuimos a Gijón a trabajar».

Pero la ilusión de Adela antes de casarse era ir al colegio, sueño que su familia no le concedió. «Recuerdo pasar los días enteros en la puerta del colegio que había cerca de mi casa en el barrio de Las Ventas. Alguna vez me colaba y me echaban porque no estaba matriculada y me pasaba las mañanas en la calle mirando las vallas que lo cercaban. Un día vi como un coche atropellaba a una niña, eso se me ha quedado grabado. Entonces nadie era consciente de que las niñas estaban mucho peor en la calle. La vida era muy dura. Yo era la cuarta de nueve hermanos».

Su vida cambió cuando emigró con su marido por trabajo a Gijón. Ahora es la presidenta de la Asociación Gitana de Gijón, que fundó en 1988, y a sus 67 años, después de parir siete hijos y pasar por el duelo de la muerte de dos de ellos, Adela cuenta en el libro Lágrimas de una gitan a. Tradición y cambio . La vida de Adelna Gabarri , escrito por María José Capellín Corrada, los cambios y luchas que ha afrontado como mujer y los proyectos que ha impulsado desde que preside la asociación para dar poder y autonomía a las mujeres gitanas y evitar el absentismo escolar en la infancia. Una vida valiente por la que le han concedido el premio de la Asociación Cultural Yumper ‘Asturianos de braveza’, que reconoce la defensa de los valores humanos.

«Cuando yo nací la vida era muy dura en el barrio de Las Ventas. Los inviernos eran muy fríos. No había canalones en los tejados y los chupiteles colgaban de las fachadas, con el riesgo que había de que se desprendiera alguno y te cayera en la cabeza. Entonces yo andaba por las calles con zapatillas de esparto con el frío que hacía y temperaturas bajo cero. En Las Ventas vivíamos familias con un nivel muy bajo. Pasamos mucha hambre. Recuerdo a una vecina que quise mucho, Acacia, que tenía una hija que se llamaba Pili, que me daba una onzita de chocolate de vez en cuando. Entonces yo no sentía lo que era la discriminación, vivía feliz hasta que empecé a notar que mi vida no era como la del resto». Su deseo no cumplido de ir al colegio fue el primer golpe de realidad. «Yo quería ir al colegio, pero mis padres no le daban importancia, ellos no sabían leer y entonces no era obligatorio. Como no estaba matriculada me echaban cuando me colaba. El colegio estaba vallado y me pasé muchos años mirando. Las niñas nos íbamos al río».

Su padre, Emilo, vendía telas en los mercadillos. «Iba en bicicleta a Asturias. Imagina cómo sería subir ese puerto en bicicleta con las telas. Después viajaban en un coche pequeño que compró un compañero». Su madre, Elvira, crió a nueve criaturas. «Hemos pasado mucho. Lo pongo en el libro. Los gitanos hemos pasado mucho aquí en España, hemos sufrido una barbaridad. En el libro quiero transmitir un mensaje para la humanidad, para que no juzguen a las personas por el mismo patrón. Hay que juzgar a cada uno por lo que haga y el que la haga que lo pague».

Su vida cambió cuando llegó a Gijón hace 43 años. Tenía 28 años y ya había parido a seis criaturas. Una niña se murió cuando vivían todavía en León. El séptimo falleció en Asturias de leucemia cuando tenía diez años. «El propósito de mi libro, que voy a llevar gratuitamente por los centros, es contar la historia del pueblo gitano, todo lo que hemos pasado y han hecho las mujeres. Yo soy la que cuento la historia, pero no soy la que escribe. Sin María José Capellín no hubiera podido escribir este libro».

En Gijón hizo realidad su sueño y se matriculó en la escuela de adultos para sacarse el graduado escolar «que lo aprobé de vieja. Desde niña tuve mucha inquietud por aprender».

El marido de Adela era camarero y cuando cerró el local en el que trabajaba en León encontraron un empleo en la cafetería Palermo, situada en la playa de San Lorenzo. «Cuando cerró nos dedicamos al mercadillo. En Gijón había más chabolismo que en León, eran guetos que no quería para mis hijas porque yo tampoco los quise nunca para mí».

Fundó la Asociación Gitana en 1988, «pero en aquel tiempo las mujeres no teníamos ni voz ni voto, hay que decirlo así, y se puso mi marido con otros gitanos de otras casas. Mi marido fue el presidente».

Educación

Adela no tiene pelos en la lengua. «Yo a mi gente, a la comunidad gitana, la quiero mucho. Me identifico primero como persona, mujer y gitana. Soy libre y feminista. Mi tiempo lo dedico a ser voluntaria para ir por los colegios, no cobro ni una peseta».

En la asociación que preside tiene a cinco personas contratadas. «Nos ocupamos de dar clases de refuerzo a los niños y niñas gitanos para reducir el absentismo escolar. Pero mientras esté yo allí también apoyaremos a los niños que lo necesiten, aunque no sean gitanos. El dinero público que llega a la asociación lo empleo para eso. En nuestra comunidad hay mucho absentismo escolar. Cuando los gitanillos van al colegio van a aprender, como los payos, cuando pasan la puerta todos son niños. Hemos tenido algún caso que `por ser inquietos no les hacen caso, pasan de curso sin saber nada y cuando llegan al instituto no saben nada y abandonan. En la asociación estamos volcados en la educación, que es lo más principal, y trabajamos mucho con las mujeres porque son el pilar de las casas».

Hace nueve años que se quedó viuda. «Quise mucho a la familia de mi marido y ellos a mí también. Antes iba más a León».

Sus tres hijas trabajan en sectores diferentes a los mercadillos, oficio que sí siguen sus dos hijos. «Mis nietas ya cogen otros caminos, han estudiado carreras, una es trabajadora social y otra auxiliar de farmacia». El primer consejo que les dio tanto a sus hijas como a sus nietas es que nunca renieguen de lo que son «pero que tienen que demostrar que son buenas personas».

Con el libro quiere lanzar un mensaje a las mujeres «y no sólo a las gitanas». Les anima a luchar por sus sueños. «Les digo que cuando una persona quiere hacer algo lo logra. Cuando una gitana se casa con un hombre, que habitualmente son gitanos también, les digo que el matrimonio es un respeto mutuo, que se tienen que amar y querer, y si la cosa funciona pues bien, pero si no funciona, amistosamente se habla, se cogen las maletas y cada uno para su sitio. Me considero una mujer libre como un pájaro y tengo alas para volar. Nunca juzgues a una persona sin conocerla».

Cuando en la conversación sale el problema de la violencia de género lo primero que Adela dice es: «¡Eso no se puede consentir! Si consientes es un malvivir en una casa porque las consecuencias también las pagan los hijos». Asegura tener conocimiento directo de casos cercanos. «En todos los lugares del mundo las mujeres sufrimos mucho y nos callamos muchas veces. En mi libro cuento lo que no conté nunca a mis hijos. Mi nieto fue el que me dijo que el libro merecía las lágrimas de una gitana. En todas las culturas hay maltrato hacia las mujeres, el hombre es muy machista. También tengo el recuerdo de lo que sufrían las señoras de León que no eran gitanas, pero ahora las mujeres tienen muchas más oportunidades, hay casas de acogida que dan cariño, amor y ayudan. Antes no había esas cosas. Que no aguanten, si te apoyan es más fácil salir de ahí».

De toda su vida se queda son sus hijos «lo más bonito que tengo», y a la vez también lo más amargo tras la muerte en cinco meses de su hijo de diez años. «Era más guapo que un lucero. Su muerte marcó mi vida. En cinco meses se fue para el cielo. Pero hay que sacar fuerza de donde no la hay y seguir hacia adelante. A todo el mundo le digo que las cosas hay que hacerlas en vida, cuando mueren ya no necesitan nada». Y lanza un mensaje. «El libro no lo he hecho para hacer daño a ninguna comunidad, sino para que se vea lo que hemos sufrido el pueblo gitano. Hay mucha gente que desconoce la historia del pueblo gitano. Ahora la gente protesta por las guerras, la opresión, hay manifestaciones en la calle, a las que yo asisto, pero algo parecido pasó con nuestro pueblo. Hay que conocer la historia de los demás antes de juzgar a nadie».

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