Diario de León
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León

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josé enrique martínez

Cuando en 1997 apareció «Una clara conciencia» entendimos que nos encontrábamos ante una voz poética verdadera, melodiosa, serenamente meditativa, elegíaca y contenidamente emotiva. Era la voz de Antonio Manilla, que con Canción gris (2003) acentuaba tales rasgos, la emoción pacífica, la contemplación reposada de la naturaleza, el sentir calmado del paso de las estaciones, intensificando los matices y preñando los versos de un tenue vaho de melancolía, nota característica de la poesía de Manilla, consecuente con la poetización del sentimiento de temporalidad que apreciamos en su tercer libro, Momentos transversales (2008), que expresa el irse de las cosas, al igual que «Broza» (2013), en el cual Manilla reelabora de modo personal los tópicos tradicionales que atañan a la fluencia temporal, como el «carpe diem», el «ubi sunt» y el «tempus fugit». En mi reseña de El lugar en mí (2015) volvía a resaltar las cualidades esenciales de la poesía manillesca: claridad expresiva, tonalidad melancólica, impregnación temporal y emoción templada y vivencia de la naturaleza, todo ello movido por la fruición dela palabra y la fina sensibilidad del poeta, cualidades que pasan a Sin tiempo ni añoranzas (2016), que poetiza una parte del legado sentimental del poeta desde la serenidad del ánimo y de la palabra. Un tono desenfadado aparece en el poemario En caso de duda y otros poemas de casi amor (2016), al que siguió Suavemente ribera (2019), con el trascurso temporal como aroma envolvente del poemario, el cual, pese a las ruinas y la muerte presente en los epitafios ficticios en una de sus partes, se abre finalmente a la esperanza. Estas notas se me hacen presentes en la lectura de Lenguas en los árboles, una antología de la obra lírica de Manilla, con una primera parte cuyos protagonistas son los árboles y los pájaros (la naturaleza) y una segunda de orden cronológico, pero avanzando del poemario último al primero. Del prólogo del propio Manilla copio esta «constante» de su escritura, «la convicción de que el cruce del instante con la eternidad, de la belleza con la verdad, hacen el poema». Fabulosa ambición, elevar «contra el tiempo alada instancia / de eternidad». Mientras tanto, «el vino derramado del crepúsculo» tiñe de matices varios el horizonte, en un silencio que rompe el chiar de golondrinas y vencejos, al tiempo que una brisa de melancólica belleza empapa el ánimo del lector.

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