Diario de León

El crimen que estremece al país nipón

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álvaro soto

Lo más sorprendente del caso, sin embargo, es que la investigación policial descubrió que el asaltante permaneció varias horas en la vivienda, utilizó el ordenador de la familia, permaneció un buen rato en el sofá del salón y hasta comió helado y melón. Todo eso se supo al analizar las heces del asesino, que también defecó en el baño de la casa. Sin embargo, a la mañana siguiente, el criminal desapareció y su rastro se perdió para siempre, pese a que la Policía japonesa dedicó decenas de agentes e incontables recursos para tratar de resolver el misterio y evitar la psicosis colectiva. En este escalofriante suceso se ha inspirado el escritor hispano-británico Nicolás Obregón (1984) para su primera novela, La luz azul de Yokohama (Salamandra), que se publica ahora en España, aunque en el mercado anglosajón ya se ha convertido en una trilogía. Obregón conoció el caso la primera vez que viajó a Japón y se quedó atrapado en él. «Para los japoneses es su ‘Alcasser’. Todavía hoy se pueden encontrar carteles en la calle en los que se pide ayuda para encontrar al asesino», cuenta.

El autor expone que la Policía recogió más de 12.000 pruebas y llegó bastante lejos durante la investigación. «A través del ADN que encontraron en la casa descubrieron que era un hombre de padre japonés y madre latina, que medía alrededor de 1,75 y que, si había sido capaz de asesinar de manera tan salvaje, quizá no fuera la primera vez que lo hacía», afirma. Sin embargo, no encontraron un móvil que explicara los asesinatos. «Pensaron que podía ser un ‘skater’ con el que el padre había discutido el día anterior o que las muertes pudieran tener alguna relación con el hecho de que el hijo menor fuera al psiquiatra, pero nada más», recuerda. ¿Cómo pudo esfumarse el culpable de un crimen así sin dejar rastro? Ante esta pregunta clave, tampoco hay certezas, sólo más hipótesis. «Se piensa que podría haber cogido un avión a primera hora de la mañana o haber tomado un ferry en dirección a Corea del Sur», apunta el escritor, que ha creado al inspector Kosuke Iwata para continuar con un caso grabado a fuego en la Policía nipona. «Todavía hoy, en cada aniversario del asesinato, los agentes que lo han investigado se acercan a la casa donde se produjeron las muertes para pedir perdón», asevera Obregón, que descubrió Japón gracias a su primer trabajo como escritor de viajes y que ahora trabaja en Los Angeles como guionista, con el horizonte puesto en que la saga del detective Iwata pueda convertirse en una serie de televisión.

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