Diario de León

Cualquier parecido con la realidad...

l Altarriba y Keko rematan su «fresco contemporáneo» español

Autorretrato del dibujante Keko y retrato del escritor Antonio Altarriba.

Autorretrato del dibujante Keko y retrato del escritor Antonio Altarriba.

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León

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sergio andreu

Si se abordan asuntos espinosos y adheridos a la actualidad, aunque sea bajo el espejo deformante de la ficción, lo mejor es cubrirse las espaldas, y los autores de Yo, mentiroso (Norma), plagado de rostros que apenas disimulan identidades de figuras de la política y de los medios de comunicación, encabezan esta novela gráfica con el consabido: «Cualquier parecido con la realidad...».

La historia de Adrián Cuadrado, asesor encargado de la imagen y los discursos del partido en el poder (el PDP), que debe culebrear por las estructuras paralelas del Estado para contener el escándalo que se avecina por el crimen de los ediles —atribuido a una vendetta—, construye una «ficción-autopsia» que toma algunos ingredientes de la política española entre 2016 y 2018.

Yo, mentiros», indica Antonio Altarriba, «es el cierre perfecto, la clave de bóveda» de la trilogía iniciada con Yo, asesino (Norma, 2014), una novela que intentaba desmontar la impostura en el mundo de la cultura y la intelectualidad universitaria —Altarriba es catedrático—, a la que siguió Yo, loco (Norma, 2018), afilada crítica de la avaricia de las grandes farmacéuticas, tan en boca de todos hoy por el desarrollo de las vacunas contra la covid.

«No nos podíamos dejar en el tintero en este fresco de la contemporaneidad al mundo de la política y los medios, porque ésa es la salsa en la que nos cocemos todos los días, y que determina nuestra forma de pensar», comenta Altarriba, Premio Nacional de Cómic en 2010 por El arte de volar.

A pesar de lo extremo de algunas situaciones que presenta la novela, el guionista recalca que no se trata ni de una sátira ni de una farsa, sino del «derecho a réplica de los ciudadanos frente a la lluvia de mensajes lanzados desde los medios de comunicación que coinciden plenamente con los argumentarios de los partidos», una connivencia que el libro quiere poner «delante del espejo».

Altarriba subraya que el «porcentaje de realidad» de lo que se cuenta, en especial en torno a la corrupción, «es muy elevado», y que se han permitido un divertimento con los lectores al modificar apenas los nombres de protagonistas y situaciones del panorama político nacional de aquellos años: Raimundo Godoy, Federico Grillo, Pedro Sanchís, el inspector Corralejo, el Caso Cárdenas...

La alta política

También hay licencias estilísticas como convertir en una especie de última cena de Da Vinci la larguísima comida que el presidente Godoy realiza con su equipo más cercano en un restaurante de Madrid tras la moción de censura de Pedro Sanchís.

A pesar de moverse en la alta política, el peso de Yo, mentiroso no recae tanto en las primeras espadas como en los spin doctors, los creadores del relato, los encargados de adecuar la realidad a los propósitos de los partidos y los medios de comunicación, creadores de «los productos ideológicos que los ciudadanos tienen que comprar», apunta Keko.

Como el Dorian Gray de Oscar Wilde, que escondía en el desván su retrato para que nadie viera cómo su verdadero rostro se descomponía por sus crímenes, el protagonista de Yo mentiros» tiene un cuarto secreto lleno de máscaras. Allí acude para inspirarse y elegir la careta que tendrá que adoptar, una imagen que sirve de portada del libro: su rostro (con)fundido con el conjunto de máscaras colgadas.

Los libros de la trilogía se pueden leer de forma independiente, pero Yo, mentiroso funciona, además, de colofón, ya que personajes de las primeras entregas —en concreto, el «psicokiller esteta» de Yo asesino— se cuelan en sus páginas con un papel esencial en el telón de este teatro de la no verdad.

«Ese asesino en búsqueda de la autenticidad artística estaba inevitablemente condenado a perecer en un mundo fake en el que se imponen realidades alternativas», argumenta Altarriba, que al igual que en las primeras entregas elige Vitoria como su particular Gotham de provincias, «donde, aparentemente, no pasa nada, aunque por debajo circulan envidias, ambiciones, pasiones y también el mal».

Keko ha dotado a toda la trilogía de un tono oscuro y angustioso, con unas viñetas siniestras y en este último libro se ha dado «un festín» de imaginería gótica al entrar en los caserones abandonados de Vitoria, «escenarios muy golosos», que son parte de la trama.

En Yo, mentiroso, el blanco y el negro de las viñetas está pespunteado además por estratégicas manchas de verde (en Yo, asesino fue el rojo y en Yo, loco el amarillo) que suelen aparecer cuando la mentira o el llamado poder real está cerca (campos de golf, reuniones en un palco en el Bernabéu...).

Esta novela gráfica pone punto final a la colaboración iniciada por Altarriba y Keko hace ocho años, y que junto a la Trilogía egoísta (por la que han ido recibiendo diversos premios) incluye «El perdón y la furia», realizada para el Museo del Prado, una UTC (unión temporal de creadores) que no descartan retomar más adelante, «en un futuro mucho más cercano de lo que podamos pensar», adelanta el dibujante.

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