Diario de León

La ‘Facendera’ futurista de Óscar García

l Editada por Anagrama, la primera novela del leonés se se sumerge el ámbito local para describir el desencanto

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León

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pacho rodríguez

Cabe la posibilidad de que los lectores de generaciones anteriores crean sentirse en fuera de juego cuando comiencen el libro. Lo mismo que puede que los coetáneos piensen que esta historia no les pertenece. Tal vez, en ese meollo esté una de las virtudes de ‘Facendera’ (Anagrama), el debut en la novela del leonés Oscar García Sierra. Todos esos a priori quedan liquidados a medida que se lee todo un invento con los pies en el suelo y el alma encendida en el que convive lo rural con lo que no es marginal pero se sitúa al margen.

Óscar García podría haber localizado la historia en un lugar con nombre propio. O en un territorio imaginario en sintonía con cierta tradición literaria. Pero, tal vez, otro hallazgo es que eleva la historia local a lo universal porque los personajes forman parte de la trama general y la suya personal, los acontecimientos colectivos y la ansiedad individual de estos tiempos colectivos con vistas a todos los tiempos.

Como en Óscar García Sierra (León, 1998) hay un filólogo en ejercicio, surge una aportación original que es la introducción de la lengua leonesa, que aparece de continuo y que además de jugar su papel en la narración le sirve al autor para dejar su impronta u opinión acerca de que conservar el habla de los lugares va más a allá de reivindicaciones identitarias para ser parte elemental del acervo cultural. Con un matiz: parece que más que una reivindicación normativa u oficialista, lo que sugiere es que se conserven y atiendan términos, formas de hablar, expresiones o denominaciones de esa lengua leonesa como forma de preservar el pasado como parte de la Historia.

Pero ‘Facendera’ es además de una trama en un contexto, la historia de personas en un ambiente industrial en desmantelamiento, que no ha perdido señas de identidad rurales y que mira al futuro con el desencanto de la intuición del porvenir escaso. «Tenía una serie de temas que quería trasladar y a través de la trama de ‘Facendera’ encontré el camino», explica García Sierra, quien aporta lo que sería una parte ambiental clave en el libro: «No necesitaba un lugar concreto, ni personajes conocidos para hablar de una historia amorosa, los rumores de los pueblos, la forma de hablar...», enumera. Y sí, hay de todo eso en ‘Facendera’, así como la sensación de nihilismo y la incertidumbre de esos lugares reconocibles en los que el mayor emprendimiento es marcharse. En definitiva, el retrato de unos jóvenes de ahora a los que le pasa lo mismo que a los de antes y que lo comprueban incluso con la convivencia. «Sí, en el libro se plantea este tema. Pero yo no me martirizo», aclara el autor, doctor en lingüística, que actualmente reside y trabaja en Madrid. Por eso, insiste en que «yo ni me martirizo con eso ni creo que haya que martirizarse. En los pueblos hay quien quiere salir de allí. La gente se va de un sitio porque está harta o porque no tiene más remedio», explica.

comer ladrillos

Así, en ‘Facendera’ surge un hilo narrativo que se fragua a base de encuentros y acontecimientos, de historias que pasan y otras, igual de importantes, que se cuentan, situaciones comunes cargadas de realismo y sugerencias que son todo lo contrario, como un surrealismo cotidiano en ese punto clave que es el de comer ladrillos. Hay que profundizar en la lectura para acertar, porque la clave de este libro que no necesita cientos de páginas para contar la historia es ese tono de pesimismo, o, digamos, ilusión pesimista. Otro tema sería la traslación de síntomas que se identifican con las grandes urbes pero que se dan con la misma intensidad en los sitios pequeños. «El ambiente que sí que se caracteriza en este lugar es la ansiedad. Yo creo que tenemos una ansiedad diferente, de nuestro tiempo. Pero eso no quiere decir que se diera de otra forma hace treinta años», afirma.

Por todo, surgen párrafos formidables que son todo un retrato, casi como un anticipo de una biografía: De su padre heredó el camión y de su madre el dolor de barriga. Sus abuelos también eran camioneros y a sus abuelas también les dolía la barriga. En teoría, ella tendría que haber heredado solamente el dolor de barriga, pero su hermano era discapacitado y no pudo sacarse el carnet de conducir, así que fue ella quien tuvo que heredar el dolor de barriga y el camión. Y así, el personaje central hila historias que surgen como preguntas, a veces con respuesta y otras, como preguntas eternas que quedarán para siempre sin responder en la definición del pueblo, su entorno y sus gentes.

el valor de la lengua

Y, sí, aquí aparece el habla como forma de ir al futuro y el pasado para poner en su sitio al presente.

«Me interesa la lingüística, la supervivencia de las lenguas. Viniendo de filología, me interesaba el ambiente de León de la zona industrial. Esas palabras, expresiones, detalles... Hay zonas de montaña, como La Robla, que no tanto. Pero si vas a la montaña oriental, sí que quedan en algunos pueblos y sus gentes la forma de hablar e incluso el habla. Creo que sí debemos ayudar un poco a que se conserven palabras que provienen de allí», señala.

Cabría preguntarse que para qué serviría, viviendo como se vive siempre con el tostonazo de lo global, del idioma único, o incluso el de la redes sociales, simplificado hasta la insignificancia. García Sierra aporta entonces una respuesta más que válida: «Además del propio valor del lenguaje en sí, una lengua aporta conocimiento. Que sirve para conocer los pueblos. Incluso ayuda para saber sobre materias tan singulares como la botánica, la Naturaleza, los paisajes», relata García Sierra.

Este hecho concreto, además del dibujo de los personajes y la trama, convive con la idea que pone en práctica el autor de «no dar más pistas que las necesarias. Y sí, en cambio, dar pie a todo tipo de interpretaciones. Por eso, no localizo nada y sí dejo muchas partes de ambigüedad, como lo de los ladrillos, que la verdad por lo que me llega se interpreta de diferentes maneras», desvela.

Eso sí, el retorno que le llega a través de los lectores, amigos o no, y de una editorial de la envergadura de Anagrama, no puede ser más satisfactorio. Porque tal vez ni llegue ni pretenda ser un best seller. Sí, en cambio, una posibilidad de acercar la idiosincrasia en este caso leonesa a lugares literarios que aún no había pisado. En su caso, Óscar García Sierra afirma que «la promoción me avasalla un poco. Trato con otros autores de mi generación, pero no frecuento ambientes literarios», dice.

distancia y proximidad

Hablar de algo tan cercano y mantener la distancia ha sido su mejor escudo para al final hacer una novela con sexo, drogas y coches tuneados sobre jóvenes sin horizontes en una España desolada. La facendera es un tipo de trabajo comunitario que moviliza a todo un pueblo con un mismo fin. El narrador de esta novela le explica el término a Aguedita en medio de una fiesta, en la que le cuenta una historia que ella va interrumpiendo con sus preguntas. Una historia sobre el hijo de la farmacéutica... Por eso, sin prejuicios un buen chapuzón es sumergirse en ‘Facendera’.

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