Diario de León

La pasión por incluir

Ignacio Medina, de profesional a voluntario en Asprona-León

Ignacio Medina con Mamen, en una de las salidas a la Fundación Cerezales Antonino y Cinia.

Ignacio Medina con Mamen, en una de las salidas a la Fundación Cerezales Antonino y Cinia.

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León

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ana gaitero

LEÓN

Ignacio Medina, Nacho, ha dedicado casi 34 años de su vida profesional a las personas con discapacidad intelectual en Asprona-León. Primero como educador y director en la residencia San Nicolás de Bari, de Quintana Raneros, y en los últimos 28 años al lado de las personas más gravemente afectadas en la residencia-centro de día Virgen del Camino, de Armunia.

En el último año de su vinculación laboral con Asprona-León —tiene una jubilación parcial con un 15% de la jornada— se ha dado cuenta de que no tiene plan y ha decidido reengancharse como voluntario. «Es mi pasión y representan una parte muy importante de mi vida», comenta.

Llegó de Madrid hace casi 35 años. No se lo pensó dos veces. «El trabajo me gustaba porque es vocacional», explica. «Había trabajado como educador meritorio, sin contrato, en un centro de la Comunidad de Madrid», aclara. Al principio, León «se me quedaba pequeño, pero ahora no lo cambiaría por Madrid de ninguna manera. Tenemos más calidad de vida».

Ha dedicado más de media vida a las personas con discapacidad intelectual y desde el primer momento ha tenido claro «que teníamos que salir a la calle para que el mundo de la discapacidad entrara en la normalidad» de la vida cotidiana.

En aquellos tiempos, «la sociedad aún no tenía asumido el tema de la discapacidad». Empezaron a bajar a León con los chicos y las chicas de la residencia, a ir al cine e incluso por la noche a los pubs. «Siempre he intentado buscar la inclusión», subraya.

Cuando cambió a la residencia de personas con grandes necesidades de apoyo tuvo que adaptar el trato y los objetivos. Superar el obstáculo de la comunicación es el reto que afrontan todas las personas que trabajan como cuidadores o educadores en este entorno.

«Tenemos una desventaja: ellos nos entienden, pero nosotros tenemos que aprender a entenderles. Cuando no tienen lenguaje verbal tienes que tratar y conocer a la persona para ir aprendiendo lo que dice con sus gestos, con la mirada...», explica. «No sabes dónde está la discapacidad, si en nosotros o en ellos», reflexiona.

Esto implica convivir y pasar muchas horas junto a las personas con las que trabajan. Pasar tantos años a su lado le ha dado mucho. «Demuestran mucho el cariño, aunque no lo sepan verbalizar», apostilla.

El afán por incluir y visibilizar a las personas gravemente afectadas le hizo llamar a las puertas del Musac, que en 2006 puso en marcha un proyecto pionero de accesibilidad al arte y a la expresión de estas personas. Cuando aquello acabó, tiempo después se retomó el proyecto en la Fundación Cerezales Antonino y Cinia con más vertientes que la artística.

En Cerezales del Condado cultivan un huerto y se han convertido en guardianes de semillas, han hecho dibujos para un libro —Cuento de Cerezales— bajo la dirección de Nadia Teixeira y la ilustradora Laura G. Bécares y disfrutan de los sonidos e incluso de crear pequeñas piezas de música en el taller de cuadrafonía del Laboratorio de Electroacústica con Genzo P. y Luis Martínez Campo.

Antes, puso en marcha el programa ‘Conoce tu provincia’ para visitar distintas localidades y disfrutar de comer en un restaurante como cualquier persona. Hacen hipoterapia, van al teatro e incluso al cine.

Al lado de las personas con gran discapacidad intelectual ha vivido experiencias que trascienden la relación laboral: «Les he visto envejecer y algunos les he visto fallecer después de 15 o 20 años. Se crea una sintonía de amor entre el cuidador y la persona que es doloroso, son como parte de la familia», admite.

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