Semillas de la historia y de la vida

nicolás miámbres

Los árboles son objetivo estético esencial, aunque su variedad provoque una difícil tarea. Cuando el lector se adentra en sus páginas, el atractivo es polisémico y creciente, como corresponde a una vida, aunque sea vegetal. Hay casi siempre una íntima identificación ente el lector y la materia evocada. No es extraño (viéndolo de una materia científica, compleja y secular) que el árbol ofrezca múltiples e inesperadas observaciones, dependientes y subordinadas a tantos elementos naturales, culturales, humanos, hasta paisajísticos y… pictóricos. De ahí la variedad de sus manifestaciones: Lo mismo que existen razas humanas o animales, en los árboles, se manifiesta una vida en ebullición: la aclimatación al medio ambiente se traduce en colores, formas y, tamaños diversos. Esa complejidad explica ciertas limitaciones y logros estéticos, artificiales por tanto.

Adentrarse en esas líneas de la obra necesita hacerlo con inteligencia y sensibilidad, pero también a corazón abierto, como la vida, olvidando en muchos casos el valor científico, pero no el estético. Hay muchos detalles sorprendentes: por ejemplo, la existencia de ochocientas especies de moreras, hablando de un árbol de aparente humildad y sencillez. El recuerdo de estos detalles viene a ser el mejor reflejo de la historia, del paisaje y de la evolución humana a través de muchos aspectos y, sobre todo, dependientes de la sensibilidad de quién contempla el árbol. No es raro que entre tanta arboleda y tanta tradición, sobresalga algún árbol famoso, como el legendario jacarandá, considerado uno de los más bellos y portador de múltiples misterios. Se calcula que, solo en Pretoria, Sudáfrica… florezca en tiempos de los exámenes finales de los estudiantes y dé lugar a extrañas y desconocidas leyendas en el comportamiento de los chicos. De ahí su denominación, ‘El árbol de los exámenes’, porque «si a un estudiante le cae una flor de jacarandá en la cabeza, ese afortunado aprobará sus exámenes con honores».