Diario de León
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León

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Vino y Camino fusionan territorios, paisaje y maridaje. Extensos viñedos escoltan a los peregrinos en su paso por la comarca, a la entrada de Cacabelos los caminantes se topan con el edificio que alberga el Consejo Regulador DO Bierzo. «Un edificio que refleja perfectamente la simbiosis entre las montañas, las vides y el vino», expresa con entusiasmo el alcalde, Junior Rodríguez. En los cinco kilómetros de Ruta Jacobea que suma el municipio, también múltiples bodegas y cultivos, símbolo del poderío vitivinícola de una tierra ligada al vino desde hace siglos, Ya en el casco urbano, la primera rotonda une a dos rutas jacobeas: el Camino Francés y el Olvidado (desde los Pirineos recorre la cornisa cantábrica) y continúan juntas hasta Santiago. La Moncloa de San Lázaro configura una zona donde la arquitectura tradicional pervive y forja un rincón con encanto en un pueblo que funde sus raíces en la Edad Media y el Camino. Nació como hospital de peregrinos y en el siglo XVIII pasó a ser ya hospedería y casa de comidas. La siguiente parada en el itinerario por Cacabelos llega a la ermita de San Roque, originalmente, como cuenta el alcalde, fue la Iglesia de la Veracruz. Llegó la peste y cuando se superó esa pandemia se produjo el cambio de nombre.

En la calle de Santa María aguarda la concejala de Patrimonio y Turismo, Inés Díaz.Relata que este trazado urbano, como muchos del Camino, aprovechó una antigua calzada romana, como paso para salvar el río; una vía en forma de espina de pez que luego dio lugar a posteriores expansiones. Llama la atención sobre las numerosas casas blasonadas que salpican la calle, con enormes puertas, ligadas normalmente a la existencia de bodegas, en una economía eminentemente vitivinícola. En este trazado, la Iglesia de Santa María aún conserva su ábside románico. El Camino continúa hacia el Museo Arqueológico de Cacabelos, «uno de los más emblemáticos del Bierzo —dice la edil— y creado para custodiar los vestigios de la Bergidum Flavium y la minería del oro». La Iglesia de las Angustias, con la curiosa imagen del Cristo jugando a las cartas, cuenta en sus proximidades con un albergue que abrió en 2000, en el lugar en que un día los comerciantes que acudían a la feria pernoctaban: en mayo los maragatos se llevaban la lana y en septiembre volvían para vender sus mantas. La playa fluvial despide a los peregrinos de la villa del Cúa.

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