Diario de León

UN SIGLO DEL BANCO HERRERO

De aquellos paños, estas finanzas

Hace ahora cien años comenzó a operar como tal el Banco Herrero. Para entonces llevaba casi un siglo gestando el paso entre los comerciantes-capitalistas y los banqueros desde Villafranca del Bierzo.

Imagen actual del edificio donde se instaló el comercio de Herrero, en Villafranca del Bierzo.

Imagen actual del edificio donde se instaló el comercio de Herrero, en Villafranca del Bierzo.

León

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Cuando Ignacio Herrero y Buj vio la luz en Fortanete en 1808 nadie en aquel Aragón rural y con una decadente y rudimentaria industria textil había oído hablar de las ventas al fiado y de comisiones, menos aún de valores o intereses. Aquel pequeño pueblo donde un rebaño de merinas era un tesoro de lana con el que acuñar negocios con los prósperos fabricantes catalanes de paños estaba muy lejos de las rutas de ferias del Norte, y no podía imaginar el desarrollo industrial y minero de una Asturias lejana y desconocida, que acunaría décadas más tarde el sueño del ferrocarril y la siderurgia.

De las carreras infantiles en Fortanete a dejar una herencia medida en acciones de bancos, obligaciones en las fábricas de Mieres, la de gas de Gijón, en renta francesa, reales de deuda, ferrocarriles, Riotinto, compañía Canal de Suez, aguas de Oviedo, fábricas de pólvora, minas del Naranco, Ujo y Aller, Sociedad Santa Ana, y sobre todo una próspera casa de banca familiar (entonces ya Herrero Hermanos), hay un largo camino.

El que recorrió un despierto emprendedor que tejió en Villafranca del Bierzo el entramado de un imperio familiar que hoy mantiene el pulso financiero a mercados y volatilidades, y que busca seguir asentando en el conocimiento de los territorios y las personas un negocio muy lejano a aquellas casas de banca, a los comerciantes-banqueros, que establecieron con sus préstamos las bases de un sistema financiero en el fondo más reconocible hoy de lo que cabría pensar.

Dos siglos de historia. Hace ahora cien años daba sus primeros pasos el Banco Herrero, hoy parte del Grupo Sabadell, inmerso en un ambicioso y exigente proceso de ampliación y crecimiento. Detrás, casi otro siglo de aventura empresarial y bancaria que se gestó y tuvo sus primeros pasos en El Bierzo. Casi dos siglos ligados a un nombre y tejidos por un hombre cuyas huellas se mantienen hoy en la provincia. Banco Herrero mantiene no sólo en Asturias, también en León, una marca comercial de la que el Sabadell no ha querido prescindir. Cien años después siguen creciendo en la provincia que les vio nacer.

A comienzos del siglo XIX parte de la familia Herrero, herederos todos de aquellos Ferrero gallegos de Gudín, mantenía un negocio de paños en Valladolid, donde un joven Ignacio llegó con 20 años desde su Aragón natal para trabajar. Vidal y Compañía (de Antonio Jover y Roque Rumeu) se dedicaba al comercio de paños adquiridos en Cataluña, que llevaban después a Castilla, León, Galicia y Asturias. Según recogen Rafael Anes y Alfonso de Otazu en su libro sobre la historia del Banco Herrero, el joven fue enviado «a las plazas gallegas para comerciar con ropa de abrigo en las ferias y mercados señalados».

Así conoció Ignacio Herrero Villafranca del Bierzo, encrucijada de caminos y a una distancia idónea de Valladolid, León, Galicia y Asturias. Tenía entonces la localidad dos grandes ferias anuales, el 13 de junio y el día de Santiago, pero su mercado de los martes y el medio mercado de viernes y domingos reunía a gentes de toda la zona; como las ferias de San Marcos en Cacabelos. Además, la comarca tenía ya cierta red de vendedores de paños, los vecinos de Fornela, que dedicaban el invierno a vender de forma ambulante lo que compraban en Villafranca.

Herrero se convirtió pronto en uno de sus suministradores y en 1834 se asentó en la localidad berciana al casarse con María Antonia, la hija de Juan Vázquez, también comerciante de telas. Abrió un negocio de paños en el número 20 de la plaza Villafranca junto con el catalán Santiago Capdevila, el más importante comerciante local de paños, además de «prestamista y gran adquiriente de bienes desamortizados en la comarca».

Herrero, como Jover o Capdevila, formaba parte de aquellas familias de comerciantes que se habían ido instalando en León y que desarrollaban buena parte de las funciones de «comerciante-capitalista», como explica el profesor de la Universidad de León Juan Manuel Bartolomé.

Crearon fortunas «no heredadas, conseguidas con el esfuerzo de sus negocios», dentro de los que las ventas a crédito y una mentalidad inversora tuvieron un papel fundamental.

Negocio familiar. Poco después de su boda Ignacio Herrero fue trayendo a sus hermanos y sobrinos, hasta establecer una red comercial en varias localidades del norte que tenía como base aquel comercio villafranquino donde además de todo tipo de telas, papelería y mercería se vendían «pares de medias a la parisién, ligas, botones de nácar, guantes, cintas,…»

La buena marcha del negocio se asentó sobre un sistema de ventas en las ferias leonesas de La Bañeza, Astorga, Bembibre, Cacabelos y Ponferrada; pero también en las gallegas de Lugo, Monforte o La Coruña y las asturianas de Oviedo, Avilés, Salas, Pravia, Tineo, Grado, Cangas de Onís e Infiesto.

Aunque en las distintas sociedades que fue creando el emprendedor con la familia Jover se prohibía expresamente prestar dinero del negocio, pronto Ignacio Herrero comenzó a establecer mecanismos que no dejaban de ser un rudimentario sistema financiero. La propia actividad comercial tenía ya parte del formato de créditos: los vendedores catalanes gravaban los paños con un interés para cubrir los gastos de envío a Valladolid y Villafranca; y él mismo aplicaba un interés cuando colocaba los géneros a los vendedores, que entre feria y feria, hasta que lo vendían, no abonaban la mercancía. Una «venta al fiado» que en sí es el origen de esta actividad bancaria, ya que al final daba también sus márgenes de beneficio.

Ya en 1839 utilizaba Herrero estos sistemas, y poco después incluso concede poderes a algún vecino de Ponferrada para que cobre en su nombre las cantidades que se le adeudan en Galicia y otras zonas.

«Sin el más leve interés». Fue el origen de un sistema de préstamos que años después aparece especificado en documentos que firman tanto él como su suegro en la comarca. En muchos de ellos aparece la cláusula «con garantía hipotecaria y sin el más leve interés», aunque la diferencia entre lo prestado y lo que se cobraba finalmente evidencia que este último punto era un formalismo. Vecinos de Valtuille de Abajo, «urgencias» en Becerreá, hasta un préstamo a un vecino de Villafranca «para redimir a su muchacho de la suerte de soldado que le había tocado», se muestran en estos documentos, como recogen Anes y Otazu. «Hasta un crédito de 8.000 pesetas a uno de sus deudores como comercio, ya como casa de banca, que permitió mutar un crédito comercial de dudoso cobro en un préstamo con sólida garantía hipotecaria».

En 1848 Ignacio Herrero deja Villafranca y se instala en Oviedo, en la plaza del Fontán, donde llegaban ya los inversores al olor del dinero de la minería y otras inversiones, muchas de ellas del extranjero. No se desligó del Bierzo, donde dejó a su hermano Manuel, pero centralizó en la capital asturiana la gestión de sus negocios.

Pobreza financiera. León era por entonces una de las plazas con menor implantación financiera, al margen de las casas familiares de banca apenas existían los intentos de crear instituciones ligadas al crédito agrícola que modernizaran el medieval mecanismo de los pósitos.

Según explica José Luis González en Los orígenes de la banca en León, ni la Caja de Depósitos que se creó en 1852 abrió una de sus sucursales en León ni alguno de los bancos de emisión (más de una veintena) que hsta 1867 se crearon en el país quiso asentarse en esta plaza, sólo menos desarrollada financieramente que Alicante en aquella época.

El único intento de crear una insstitución sólida fue la Sociedad de Crédito Leonés, que agrupó a las personas más destacadas de los negocios bancarios, y según la documentación de la Cámara de Comercio e Industria de León «tuvo una vida corta y precaria, aunque sus comienzos fueron optimistas y grandiosos para aquella época». Nacida en 1864, su final, incierto, se produjo entre 1869 y 1873, según distintas fuentes.

En el caso de los Herrero, seguían las sociedades que constituía prohibiendo la actividad bancaria, pero también en Asturias el cobro de la mercancía entregada al fiado para las ferias era un caldo de cultivo ideal para aquellas experiencias financieras. Experiencias que poco después se concretaron, primero en Valladolid, donde mantenía también parte de sus negocios, en la consolidación de los intermediarios financieros en aquellos primeros bancos: el de Valladolid, y el Crédito Castellano.

En sus sociedades, centradas aún en el negocio textil pero diversificadas en otros campos (entre ellos las fábricas de harinas de León) aparecen como novedad las dedicaciones a «los efectos, las comisiones y banca en general». Divide sus sociedades también por plazas, y mantiene en León la original Herrero y Compañía.

Mientras, Manuel Herrero se había casado también en Villafranca con María Manuela Mancebo y Mancebo, que tenía un molino harinero entre otras propiedades. Pero la localidad había iniciado ya su decadencia comercial, y los Herrero dejaron allí la plaza en 1860. No abandonaron la provincia, sino que abrieron un establecimiento en León, con un capital de 761.031 reales y dirigido por Juan Menéndez, con la ayuda de José Herrero, sobrino de Ignacio. Se creó también una sociedad en Palencia.

Sin embargo, era la emergente economía asturiana la que centraba ya la atención de Ignacio Herrero. Sobre todo las minas, pero no de manera exclusiva. De hecho, el negocio bancario seguía transformándose y ofreciendo nuevas oportunidades. La Ley de Sociedades de Crédito de 1856 preveía que cada capital tuviera un banco, ya que hasta entonces sólo había entidades como tales en Barcelona, Madrid y Cádiz. Tardaron en constituirse en el norte, pero las bases del nuevo sistema ya estaban sentadas.

Aunque hasta finales del siglo XIX fueron los «banqueros particulares» (la mayoría comerciantes-banqueros) quienes ejercieron la función financiera, y contribuyeron de manera decisiva al desarrollo de las economías locales. De los pagos y los cobros a ocuparse de los giros, negociar efectos, recibir depósitos y conceder créditos el paso fue casi natural.

Ventajas competitivas. Tenían además estos banqueros algunas ventajas competitivas frente a otras entidades que quisieran instalarse: disponían ya de una red comercial que ejercía de corresponsales, ya que las operaciones financieras de la época tampoco mostraban mayores dificultades.

Contaban también con la ventaja de conocer a sus clientes, con quienes trataban y negociaban en las ferias, comarcas y comercios, así que podían aquilatar bien el riesgo que corrían con sus préstamos y fiados.

Sin dejar esta actividad, Ignacio Herrero fue uno de los fundadores del Banco de Oviedo en 1864, junto entre otros con Masaveu, que también mantuvo su casa de banca. Para entonces ya los tres hijos varones del emprendedor aragonés formaban parte de sus negocios. Aniceto, Antonio y Policarpo, nacidos todos en Villafranca, se dedicaron a los negocios familiares; mientras que como era tradición ni sus cinco hijas ni los maridos de estas tomaron parte en ellos.

Desde 1864 un contrato privado del padre con sus hijos establecía la actividad de prestar dinero, y en los años siguientes desarrollan una red de corresponsales que no sólo abarca el territorio nacional sino también buena parte de Europa. Desde 1871 operan como Herrero Hermanos, y desaparecen de la sociedad tanto el fundador como el negocio de los paños. Se mantiene sin embargo la infraestructura de las casas de comercio, una economía de escala que permitía ofrecer buenos servicios a un precio ajustado, con un sistema comercial ya establecido. En aquella época las comisiones y los intereses que se cobraban o pagaban no eran fijos, dependían del cliente y el momento.

Nueva era. En 1879 murió Ignacio Herrero y Buj, y dirige desde entonces el negocio familiar su hijo Policarpo, heredero de una filosofía financiera con miras ya más amplias que el negocio familiar.

Así fue como, adaptándose a los nuevos tiempos, el 16 de agosto de 1911, en escritura ante el notario de Oviedo Cipriano Álvarez Pedroa, «la casa que desde 1848 giraba bajo la razón social de Herrero y Compañía» se constituye en la sociedad anónima Banco Herrero.

El banco abrió su establecimiento en 1912, hace ahora cien años, con un capital en aquel primer ejercicio de 15 millones de pesetas, de los que el primer ejercicio se desembolsaron 2,5 millones.

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