Diario de León

recreación de la retirada de moore

Los casacas rojas doblan la rodilla en el puente del Cúa

Cacabelos revive el combate entre ingleses y franceses, con el añadido de los Tiradores del Bierzo, que en 1809 acabó con el apuesto general Colbert

‘Highlanders’ escoceses, con falda y casaca roja, tratan de contener a los franceses. L. DE LA MATA

‘Highlanders’ escoceses, con falda y casaca roja, tratan de contener a los franceses. L. DE LA MATA

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CARLOS FIDALGO | PONFERRADA
Ponferrada

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Alborea en Cacabelos. Las orillas del río Cúa están cubiertas de nieve y los soldados de la División de Reserva del Ejército de sir John Moore que han pasado la noche al raso se desperezan. El cuerpo expedicionario inglés, aliado de las tropas españolas del marqués de la Romana que combaten a Napoleón, se encuentra en plena retirada hacia Galicia, donde sir John quiere embarcar a sus hombres de regreso a Inglaterra ante el empuje del emperador, que ha llegado hasta Astorga en su persecución.

Apagados los ecos de la masacre de Bembibre, donde los rezagados del Ejército de Moore se han emborrachado en las bodegas, han quemado el pueblo y la iglesia, y han asesinado a los lugareños y violado a las mujeres que encontraban a su paso —en plena orgía de alcohol y depravación que solo ha terminado cuando la caballería napoleónica les ha dado alcance y los ha despedazado a sablazos— el general sir Edward Paget, al mando de la reserva, está más preocupado por mantener la disciplina entre sus casacas rojas que por la llegada de la vanguardia francesa que le pisa los talones, con Soult al frente.

Seguro de sí mismo, el cuarto hijo del conde de Uxbridge esnifa un poco de rapé, maldice la gota y el reumatismo que se ensaña con él durante las noches y se dispone dar la orden de formar a la tropa en lo alto de una colina frente a Cacabelos para someter a consejo de guerra y levantarles la piel a latigazos a los soldados que han desobedecido su orden de no entrar en la aldea para evitar que la indisciplina derive en nuevos saqueos.

Cacabelos es un pueblo de 150 casas rodeado de viñedos. Muros y cercados jalonan las dos orillas del río Cúa, unidas por un estrecho puente de piedra en el camino hacia Villafranca del Bierzo y la montaña de Piedrafita. Es el lugar más adecuado para hacer un alto y defenderse del enemigo, y cinco regimientos de infantería apoyados por los jinetes del decimoquinto cuerpo de húsares y una batería de artillería tienen órdenes de retrasar a los franceses para que la vanguardia de Moore, que ha hecho noche en Villafranca, tenga tiempo de iniciar el ascenso hacia Galicia.

Castigados a latigazos los desobedientes, traen a dos hombres condenados a muerte por saqueo. Les atan una soga al cuello para colgarlos. Los suben a los hombros de dos compañeros. Y a punto de sujetar las cuerdas a las ramas de un árbol entra en escena un oficial de caballería al galope, que sin tiempo para recuperar el aliento da la voz de alarma. ¡Las tropas del general Colbert, la vanguardia francesa de Soult, se les echan encima!

Y sir Paget, tras un momento de duda, mira a los dos condenados y después se dirige a los soldados en formación. «¿Si les perdono la vida a estos dos hombres, tengo vuestra palabra de que cambiaréis vuestra conducta?», pregunta. Se hace un silencio pesado. La nieve se ha vuelto barro en la cumbre de la colina, hasta que uno de los oficiales extiende un murmullo conciliador entre la tropa, que por fin estalla en un ‘sí’ rotundo.

Es la una de la tarde. Colbert está a punto de entrar en Cacabelos, y en cuanto desatan a los dos indultados, los casacas rojas de Paget descienden la colina a la carrera, cruzan a a la orilla Oeste del Cúa y comienzan a parapetarse tras los cercados. Seis cañones junto al puente se preparan para recibir a los primeros jinetes franceses, que ya se han lanzado a la carga. Con el sol que apenas calienta en todo lo alto, húsares ingleses entablan un duro combate contra los dragones franceses. A sablazos. Vuela un tajazo que le rebaña el cuello a un jinete del Ejército de Napoleón, pero la cabeza decapitada del desgraciado gabacho se queda colgando del cuerpo, unida por una tira de piel. El horror. La violencia. La guerra. Ningún atisbo de gloria.

Pero los húsares no logran contener a la caballería de Colbert y huyen en desbandada hacia el puente angosto, donde se forma un embudo de hombres que intenta cruzar a la desesperada, pisoteados por los caballos.

Suenan disparos de fusilería. El puente se llena de pólvora. Los cuerpos se retuercen en escorzos imposibles antes de caer abatidos. Y finalmente, los rezagados consiguen cruzar al otro lado y formar.

Y es entonces, lo cuentan los cronistas de la Guerra de la Independencia y lo recuerda el historiador Christopher Summerville en su libro La Marcha de la Muerte. La retirada a La Coruña de sir John Moore 1808-1809, cuando el general Auguste Françoise Marie de Colbert, que a sus 34 años «tenía fama de ser el hombre más apuesto de Europa», era «adicto a la gloria», y mantenía «una pobre impresión de los soldados británicos» después de sus repetidos encuentros con rezagados borrachos, ordenó a su columna tomar el puente. Y lo tomaron. Cruzaron al galope y llegaron al otro lado, donde fueron recibidos por una lluvia de fuego que les obligó a retroceder. Y se creía a salvo Colbert, según relata David Johnson en The French Calvary 1782-1815,) cuando un disparo le atravesó el cráneo por encima de la ceja izquierda, en un momento en que trotaba por la orilla contraria. Su autor, el tirador irlandés Tom Plunket, armado con un fusil Baker de larga distancia, había tenido la sangre fría de «aproximarse lo suficiente como para asegurar el tiro y derribarlo», narra a su vez William Surtees en Twenty-five years in the Rifle Brigade.

Cuatrocientos hombres, además de Colbert, habían muerto en los dos bandos al acabar el día. Los ingleses aprovecharon la noche para retirarse. Les esperaba el hambre, la nieve, el frío y el agotamiento en las estribaciones de Piedrafita.

Dos siglos después, aquel combate todavía escuece en la memoria y decenas de voluntarios venidos de Vitoria, El Ferrol y otros puntos de Galicia, de León y de Asturias, invitados por el Ayuntamiento de Cacabelos y la asociación de Tiradores del Bierzo, que resucita el espíritu del regimiento berciano en la Guerra de la Independencia, llenaron ayer de pólvora de fogueo el puente del Cúa para que nadie se olvide de lo que pasó allí el día 3 de enero de 1809, entre la nieve y el olor a quemado de los viejos mosquetes.

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