Diario de León

Un caso de acción social

Vídeo | Cómo vivir 3 años debajo de un árbol en Ponferrada

Un berciano de Paradela de Muces cuenta a este periódico sus penurias a la intemperie frente a la estación de autobuses y sus meses de pandemia en soledad y abandono. Hoy solicita ayuda.

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Ponferrada

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Esta es la historia del fracaso colectivo de una sociedad, que permite que una persona con problemas lleve ya tres años viviendo a la intemperie debajo de un árbol; con todas las calamidades posibles, incluidas las de los complicados meses de pandemia. Una vida de penurias, con sus días y sus noches de soledad, de miseria, abandono e incluso de hambre. Y todo esto en pleno centro de Ponferrada, un municipio del Bierzo que cuenta con medios y administraciones para ayudar a quien más lo puede estar necesitando.

Esta es la historia de un perdedor, que conserva un mínimo aliento para no dejarse morir en el olvido. Es el relato de una persona que ha accedido a hablar para este periódico y así poner cara a lo que está por resolver. Al escucharle, sus palabras sacan los colores a cualquier mortal con un mínimo de sensibilidad humana.

Esta es la historia de un hombre nacido en Paradela de Muces (Priaranza del Bierzo), que se casó, tuvo dos hijos y todo acabó en ruptura matrimonial y distanciamiento familiar. Un hombre al que se le torció la vida por una serie de circunstancias que confluyen en la pérdida del todo. Incluso —como dice él— «hasta la dignidad y las ganas de vivir».

Esta es la historia de un hombre que se llama Francisco Javier Carballo Macías, que en septiembre cumplirá 62 años, y que —por increíble que parezca— lleva ya tres años viviendo al raso (llueva, nieve o cliente el sol). En pleno centro de Ponferrada duerme debajo de un pino frondoso, cuyas ramas ocultan a la vista las vergüenzas de todos los que habitan esta ciudad.

Esta es la historia del fracaso de una España garantista —rebosante de derechos y deberes— en la que la pobreza extrema, la incomprensión y la falta de ayuda en el momento en el que tocas fondo te llevan a vivir como un marginal, aún cuando esperas ayuda y quieres salir del bucle de miseria.

Esta es la historia de Francisco Javier, que vivía en Villaverde de la Abadía, pueblo berciano donde se casó y se separó hace ya más de quince años. La vida familiar fue a peor, y las cosas se le complicaron —aún más— al sufrir un aneurisma abdominal, y con ello, todo un rosario de complicaciones que le llevaron y empujaron a decidir vivir así, de esta manera: bajo un árbol, con la comida colgada de las ramas.

No es de los pobres que vaganbundean por ahí. Vive debajo de un gran abeto y en el momento de ser abordado por el periodista para que cuente su historia, Francisco Javier está enroscado en un viejo y ajado edredón, con la cabeza apoyada contra el tronco y los pies mirado a la tapia que cierra la estación de autobuses de Ponferrada. Al lado, reposa un plástico, que se echa encima si las nubes sueltan agua. Ese plástico le ayudó las duras noches de frío invierno.

Esta pequeña zona verde pública se encuentra a tiro de piedra de una gasolinera. Es difícil verlo desde fuera, dado que las ramas del árbol que ha elegido como vivienda no fueron podadas, y prácticamente rozan el suelo, manteniendo así parte de su intimidad en el inusual hogar.

«Ya ni me importa que me vea la gente. Lo que me preocupa es que me falta la medicación, necesito que me ayuden con un mayor control de las medicinas. Ahora me faltan pastillas. Acabo de tomar otra medicación con protector estomacal, pero sin meter alimento al cuerpo; y eso es veneno», cuenta apesadumbrado, con ojos mustios, faltos de ilusión.

Francisco Javier tiene reconocida una discapacidad del 65%. Malvive con una pequeña paga, pero ahora su situación sigue empeorando. «Estoy dispuesto a que me ayuden, porque estoy sucio, hecho un cerdo. A veces me da vergüenza salir. Tenía que ir hoy a la farmacia y no me he movido de aquí, no me animo. Tengo subidas y bajadas de ánimo. Aunque quisiera, no puedo trabajar. Tengo cervicalgia crónica, que es una enfermedad fastidiada, que es artrosis por todo el cuerpo», relata. Explica que el último invierno fue muy duro: «Tuve un montón de chupas de agua y frío. Tengo momentos en los que ya no me importa vivir. He tirado la toalla, hay días que no tengo ganas de vivir. Tengo familia, pero no hay relación. Tengo un hijo de 38 años y una hija de 37, pero no nos llevamos muy bien. Tuve problemas con la enfermedad y se ha ido complicando, y una cosa lleva a la otra, todo va encadenado».

Cuenta Francisco Javier que —a parte de los dolores, el frío, el calor o la necesidad— «lo más duro es la soledad, no hablar con alguien». «Yo no soy una persona peligrosa ni polémica. No soy violento. Lo que más disfruto es cuando llega la noche y soy capaz de dormir, de olvidarme de todo; aunque hay veces que viene gente a verte, a charlar o a reírse de ti; no sabes interpretar bien las cosas». Después de tres años durmiendo en el suelo, Francisco Javier afirma que «vivir en la calle es muy duro». «Yo nunca había vivido en la calle. Me casé el 7 de agosto de 1982. Luego me quedé sólo hasta que me hospitalizaron y me operaron de un aneurisma aórtico abdominal. Y finalmente, a vivir así. Se ve todo diferente viviendo así. No tienes ánimo de nada, a veces tiemblas como un pájaro». Hoy, con mirada triste y sumisa, necesita ayuda.

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