Diario de León
Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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ARLÉS es un pictórico y magnífico nombre de un café de Ponferrada, cuyo dueño es a su vez el de la antigua y entrañable Zorrilla, aquella librería de nuestra infancia, donde comprábamos libros de texto de Everest. Arlés o Arles (escrito a la francesa) es además una luminosa ciudad situada en el Midi francés, en la región de la Camargue, donde Van Gogh pasó algún tiempo pintando la luz, y algunos de sus cuadros más singulares, entre otros, L'Arlesienne, La habitación de Vincent en Arles, El café nocturno de la Place Lamartine, Terraza del café de la Place du Forum en Arles por la noche, y El puente de Langlois, cuyo modelo real, que al pintor le recordaba los puentes de madera de su país natal, Holanda, sigue en pie en esta antigua, mediterránea y hermosa ciudad, y merece una visita, sobre todo para los seguidores y devotos del pintor. En cambio, no se conserva ninguno de sus cuadros en Arlés. Por tanto, si uno tiene interés en ver su obra lo mejor es acercarse a Amsterdam, donde le dedican todo un museo, que lleva su nombre, y está al lado de otro de los grandes museos mundiales, el Rijskmuseum. La estancia de Van Gogh en Arles, aunque breve, es quizá la más productiva e intensa. Como podemos leer en sus «Cartas a Théo», que están recogidas en un libro fascinante, escrito por un verdadero artista, capaz de escribir con la sensibilidad y la luminosidad con las que pintó. Las mujeres aquí (en Arles) -le escribe Van Gogh a su hermano Théo- son muy bellas y encantadoras, tanto como las que pinta nuestro estimado Alfonso Fernández Manso, cuyo estilo nos recuerda al expresionismo de Merello, y cuya inspiración la ha encontrado en los diferentes y muchos países que ha recorrido, aunque él se dedique a la enseñanza de la ingeniería forestal en el Campus de Ponferrada, y hacer proyectos como «Las casas del hombre de Bembibre» y sus «ecomuseos» para las localidades de Arlanza, San Estebán del Toral y Labaniego, su querido pueblo adoptivo. Desde hace unos días se pueden ver algunos de sus cuadros en el café de Arlés, lo cual es motivo para darse una vuelta por el mismo, y así impregnarse de pintura y de paso revisitar el espíritu de aquel artista enfermo, desdichado, excéntrico y vagabundo que en vida sólo conoció el olvido y la miseria, y del que Artaud, otro artista maldito, afirmara que, frente a su lucidez, la psiquiatría no es más que un refugio de gorilas obsesos. En alguno de estos cafés nocturnos de Arlés encontró Van Gogh por fortuna asilo.

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