Diario de León
Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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EN nuestra España ha habido demasiado poeta clérigo y militar aspirante a coronar los cielos. En cambio, no hemos tenido poetas y literatos como Sade, libérrimo pensador, Baudelaire, que vivió en los paraísos artificiales, o Rimbaud, que deambuló por el mundo en busca de libertad y estimulación. Aquí no pasamos de los Autos Sacramentales, la novela pastoril y el Quijote, este último, por fortuna, se salva de la quema. Bueno, podemos todavía disfrutar con La Celestina y Estebanillo González. Pero el catolicismo ha pesado como una losa. Y la represión sexual-afectiva nos ha dejado como muertos en vida. En este país se levantó una guerra entre hermanos y vecinos de la que aún no nos hemos repuesto. Y tardaremos mucho tiempo en aliviarnos. De lo contrario, por qué tendría que haber esta clara y rotunda división de la España peperona y la España sociata. Republicanos ya no quedan. Izquierdosos tampoco. Todos en este país somos monárquicos, creyentes y consumistas. Que a nadie se le ocurra decir que es rojo y ateo. Como mucho agnóstico y socialista. Y todos aspiramos a subirnos al carro del bienestar, visto el panorama mundial de miseria y explotación. Nadie reniega -arreniega, se dice por estos pagos- de la hostia consagrada, la familia real y el teléfono móvil. Como terapia a nuestro clasismo y «carpetovetonismo» sugiero algunas lecturas de Juan Goytisolo, entre otras La Reivindicación del Conde Don Julián, y por supuesto convido a los presentes a que se den una vuelta por el mundo árabe, sobre todo ahora que vivimos la cruzada del bien contra el mal. Decidme, ¿cuál es el bien y el mal.? ¿Quién ganará? El maniqueísmo vuelve a la batalla. Juan Goytisolo, aunque de origen catalán, vive desde hace algunos años en Marraquech, después de haber estado en Almería, Tánger y París. Goytisolo, como pocos escritores españoles, reivindica su tradición árabe, habla el dialecto marroquí, y siempre ha sido muy critico con la España franquista que lo alejó de su matria, madrasta, dice él. Nuestra condición de árabes, de árabes renegados, sumado a nuestro catolicismo viejo, nos convierte en seres «rarillos». Por no decir monstruosos. Que nadie se crea que somos hermanitas de la caridad, aunque en nuestro interior podrido conviva aún mucho mocho de sacristía

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