Diario de León

La tortura como instrumento

Una exposición repasa en Ávila los métodos para la confesión de la víctima.

Jaulas colgantes, que se utilizaron hasta el siglo XVIII como instrumento de tortura.

Jaulas colgantes, que se utilizaron hasta el siglo XVIII como instrumento de tortura.

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antonio garcía | ávila
León

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«El desgarrador de senos», «El aplastacabezas » o «El quebranta rodillas» son los descriptivos y espeluznantes nombres de algunos de los instrumentos de tortura que desde ayer pueden verse en una exposición que permanecerá abierta hasta el próximo 8 de septiembre en el Palacio de los Verdugo (s. XVI), de Ávila.

La muestra forma parte del extensísimo programa de actividades diseñado por el Ayuntamiento de la ciudad, dentro de las XVII Jornadas Medievales «El mercado de las tres culturas», cuyo arranque oficial constituye este recorrido por algunos de los elementos de tortura y humillación más empleados durante la Edad Media. La mera contemplación de estas verdaderas máquinas de sufrimiento y crueldad, sitúa a los visitantes ante la esencia de la maldad humana. Es decir, coloca al espectador ante un espejo que refleja la peor cara del hombre. Si la observación de algunos de estos instrumentos ya impresiona, la lectura detenida, detallada y sin eufemismos de su utilización pone los pelos de punta y produce en determinados casos una extraña sensación en el estómago.

El recorrido por el espléndido patio del Palacio de los Verdugo comienza por una de los instrumentos cuyo nombre ya provoca ese estremecimiento: «El desgarrador de senos ». Un elemento empleado hasta el siglo XVIII con mujeres condenadas por herejía, blasfemia o adulterio, así como por otros «actos libidinosos », tal y como figura en el panel explicativo.

«Las puntas desgarraban hasta convertir en masas amorgas los senos de inconsolables mujeres», según se describe sin ambages.

Otro de los instrumentos cuyo nombre resulta ya por sí solo suficientemente gráfico es «El aplastacabezas », empleado durante la Edad Media para tratar de obtener la confesión de las víctimas tras someterlas a un sufrimiento extremo.

Llegar hasta el final suponía reventar los huesos del cráneo. Además, la presión que ejercía el hierro inferior dañaba la barbilla de la víctima, mientras que el casquete superior «empujaba hacia abajo por el tornillo».

Sus efectos eran devastadores, ya que «destrozaban los alveolos dentarios, después las mandíbulas y después el cerebro se escurre por la cavidad de los ojos y entre los fragmentos del cráneo». «El quebranta rodillas», especialmente utilizado en Europa entre 1600 y 1800, se empleaba para lacerar brazos, piernas, rodillas y articulaciones que los pinchos destruían para siempre.

Pero detrás de estos tres instrumentos de tortura hay otros de nombres menos llamativos, pero de uso tan cruel.

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