Diario de León
Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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Más o menos, todos los cementerios del mundo se parecen, pero hay un país que se enorgullece de tener el camposanto más bello del mundo... y lo es porque no tiene tapias, ni verjas, ni malvas, ni lápidas, ni mausoleos, ni pebeteros, ni zarzas, ni cruces rotas, ni floripondios de plástico, ni frases mentirosas en letras de bronce... por no tener, no tiene ni el silencio de los muertos.

En realidad, a simple vista no se ve ningún cementerio en ese lugar y, sin embargo, todo el sitio lo es, pues cada cual puede elegir dónde enterrarse: en un monte, en el prado, en un bosque, a la vera del camino, en el páramo yermo, junto al río... y solamente un árbol señalará esa tumba... y junto a ese árbol, a veces, un canto rodado, un buen morrillo mondo y sin señales.

Las tradiciones y creencias seculares de ese lugar establecen que, siempre que se entierre a un muerto, ha de plantarse un árbol sobre la tierra que lo cubra a fin de que las raíces acaben haciendo nido al difunto y nutriéndose de él... de esta forma podrá trepar por ellas y por la savia hasta las altas ramas desde las que seguirá aferrado a esta vida, viendo a los suyos... o hablándoles cuando el viento sopla y les suelta la lengua a las hojas... esas cenizas serán su abono y así el muerto podrá seguir viviendo hecho árbol, velando los afanes familiares, protegiendo... o respondiendo a sus preguntas, pues es frecuente en ese país encontrar a lugareños que mantienen largas conversaciones (o largos silencios) con los árboles, tan sentidamente a veces, que parecen discutir con ellos como se hace con los cuñados.

El tejo es de antiguo uno de los árboles preferidos para reencarnarse, como el roble, la sabina, el olivo, el ciprés... quizá porque son longevos y estirarán durante siglos su presencia en este mundo, pero muchos eligen posteridades menos centenarias y se hacen sauce, cerezo, acacia, boj, simple majuelo...

Esto explica que en ese país no se tolere que el hacha o el fuego toquen un solo árbol; siempre se sospecha que debajo puede haber un muerto que mira, así que no hay incendios; y la madera de casas y muebles sólo sale del árbol que cayó o murió de pie. Naturalmente, ese país se llama Sanjamás.

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