Diario de León

Un director digno de Vargas Llosa

Se cumplen 80 años del nacimiento del coyantino José María Gutiérrez, un cineasta olvidado que adaptó ‘Pantaleón y las visitadoras’ junto a su autor y rodó con Fernán-Gómez, José Sacristán y Héctor Alterio.

El cineasta leonés José María Gutiérrez González.

El cineasta leonés José María Gutiérrez González.

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e. gancedo | león
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«Era generoso, limpio de espíritu, noble, terco, leal y de una franqueza que se parecía a la brutalidad. Yo me burlaba de él citándole a Vallejo: ‘Español de puro bestia’. Entre tanta gente que me ha tocado conocer, nunca me topé con nadie que fuera tan naturalmente íntegro como José María, tan transparente, tan impráctico, tan sin dobleces y, por eso mismo, condenado a romperse la crisma en todas las empresas en que se embarcó».

Así, de esa manera tan rotunda y convencida definía el escritor y premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa a José María Gutiérrez, cineasta leonés de cuyo nacimiento se cumplieron 80 años este domingo. Olvidado, desconocido por el gran público, Gutiérrez fue buen amigo del autor peruano, con quien adaptó al cine, mano a mano, una de sus más celebradas novelas, Pantaleón y las visitadoras , pero son muchos otros los detalles curiosos de una vida plena de matices, una personalidad, como indicaba Vargas Llosa, poderosa y, para los que le trataron de cerca, inolvidable.

«Se llamaba José María, era leonés, de familia campesina, había estudiado Derecho en Salamanca pero no alentaba la menor intención de practicar la abogacía porque quería ser pintor. Nos hicimos muy amigos y todo el tiempo que vivió en Francia nos vimos casi a diario, aunque fuera un momento, para pasar revista a los acontecimientos del día, tomando un café». Es otro de los párrafos que puede leerse en el artículo que envió Llosa a El País en 2007 recordando al cineasta fallecido unos meses antes y que fue respondido por el hijo del director coyantino, Maximiliano, así como por el escritor Luciano F. Egido, en relación con algunas —pocas— imprecisiones aparecidas en aquel artículo, pero en todo caso agradecidos por el ejercicio de recuerdo y homenaje que practicó el autor de La ciudad y los perros .

Orson Welles, Berlanga...

«Fue una hermosa persona, extraordinariamente culta, un magnífico profesional, aunque a veces algo cabezota y ermitaño —así define Maximiliano a su padre—. Fue un artesano del cine que llegó a trabajar como ayudante de dirección de Mankiewickz, Orson Welles o Berlanga. Dirigió algunas películas, la más conocida ¡Arriba Hazaña! , la historia de la rebelión de unos alumnos en un colegio de curas. También sacó adelante el proyecto de su vida, la serie El obispo leproso para Televisión Española, consiguiendo finalizarla de manera más que digna. Además, era un excelente pintor, con un estilo propio muy personal y versátil». Y así, una de las ediciones de Seix Barral de Pantaleón fue obra de este leonés.

«Por desgracia —continúa Maximiliano Gutiérrez—, una mezcla de mala suerte y unas circunstancias vitales complicadas hizo que pasara sus últimos años intentando conseguir algo de estabilidad y equilibrio interno al lado de su familia. Ironías de la vida, justamente cuando parecía que lo iba a conseguir, falleció».

José María Gutiérrez González —él solía firmar Gutiérrez Santos, empleando el segundo apellido de su madre—nació en Valencia de Don Juan en 1933. Formado en Salamanca y París, comenzó trabajando como realizador en TVE y en la década de los sesenta dirigió sus primeros cortometrajes, logrando un premio en la Seminci vallisoletana y una nominación en Cannes con El triunfo de la muerte (1969), según recordaba el historiador coyantino Javier Revilla en la revista comarcal Esla hace unos años. Su conciso recorrido biográfico proseguía rememorando que Gutiérrez inició a comienzos de la década de los setenta un periodo como adjunto en la dirección de varios largometrajes hasta que en el año 1975 logró dirigir su propia película, adaptando nada menos que la novela Pantaleón y las visitadoras de Mario Vargas Llosa y junto al propio escritor, a quien había conocido en 1958 en París de forma casual (entablaron conversación al comprobar que los dos hablaban castellano y al autor le sorprendió que le prestarse, sin más ni más, un billete de mil francos).

Gutiérrez alcanzaría el éxito con su segundo largometraje, ¡Arriba Hazaña! (1977), protagonizada por Fernando Fernán Gómez, José Sacristán y Héctor Alterio, título que consiguió una buena taquilla a pesar, o gracias a, las duras críticas que recibió desde los sectores más inmovilistas del entonces moribundo franquismo. También firmó dos comedias muy representativas de la cinematografía española del momento, Pepe no me des tormento (1981) y Los autonómicos (1982), la primera con Emilio Gutiérrez Caba y Cecilia Roth y la segunda con Antonio Ozores, Juanito Navarro y Rafaela Aparicio, entre otros. Encargos que no funcionaron demasiado bien: desde entonces, Gutiérrez Santos se refugió en las series y en los documentales.

Su carácter bohemio y su desapego total hacia el dinero —algo que pone de manifiesto Vargas Llosa en el ya citado artículo— fueron apartando de la escena pública y de los círculos cinematográficos a José María Gutiérrez, quien, después de una temporada en su villa natal, murió presa del cáncer en Argentina, donde residía su mujer y parte de la familia.

Con motivo del 80 aniversario de su nacimiento, el historiador Javier Revilla planea la proyección de alguno de sus títulos (probablemente sea el más célebre, Arriba Hazaña ) en fechas veraniegas aprovechando la mayor afluencia de gente a Valencia de Don Juan y el hecho de que la ciudad del Esla cuente con cine propio. Un homenaje necesario para una figura de nuestra cultura necesitada de ser rescatada y valorada.

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