Diario de León

El fin de Alfonso VII llegó en el 1157

Después de su fallecimiento, León y Castilla recuperaron su estado natural y su personalidad. Alfonso VII repartió su reino y Castilla fue heredada por su primogénito, Sancho

Baeza

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C. Santos de la Mota
León

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Después de estos brillos y tanto deslumbramiento con fastos real es o imper iales que creemos iban más de cara a la galería que al sostenimiento objetivo de una supremacía verdadera (en algunos pasajes da la impresión de que el título de emperador se «compre» con regalos y también nos cuesta creer en un vasallaje de Ramón Berenguer IV de Barcelona que según la Crónica Adefonsi Imperatoris no tiene tanto acto de presencia como García de Navarra y, además, ¿no estaría más acompañando a su hermana Berenguela que pillado por otra cosa?) no debemos perder de vista que hubo una ausencia significativa, la de Ramiro II de Aragón, y no se dice tampoco que en aquellos años de grandezas imperiales ya se estaba produciendo la marcha galopante de Portugal (hacía años que estaba lejos) que se consumaría definitivamente en 1139, proclamándose rey y siendo considerado como el fundador del reino de Portugal Alfonso Enriques, hijo de Enrique de Borgoña, tras vencer a los musulmanes (1138) en la batalla de Ourique y expandirse hacia la región del Alentejo. Independencia de Portugal que el mismo Alfonso VII «emperador» y «hegemónico» reconoció en la ciudad de Zamora (1143). Decimos todo esto para desmitificar un poco esa palabra tan grandilocuente a la que ha sido asociado Alfonso VII: la hegemonía. Nosotros no pensamos, por lo tanto, en tal poder hegemónico, y la presencia de las personalidades que fueron a León para la entronización de Alfonso VII como emperador, no fueron en ningún caso en estado de sumisión ni vasallaje, o por lo menos no en todos los casos. Se obligaron, sí, a través de algunos vínculos de amistad y de asociación, borradores en cualquier caso de proyectos mutuos interesados, pero estos vínculos, además de breves, muy breves, también fueron débiles, y nunca significaron ni por asomo cualquier hipótesis de vasallaje de ningún tipo. ¿Vasallaje o privilegio? Con Ramiro II de Aragón, Alfonso VII firmó un tratado (1136) por el que se le entregaba la plaza de Zaragoza al maño, a cambio del casamiento de su hija Petronila con el primogénito de Alfonso VII, Sancho. Una muestra más, a nuestro juicio, de que el poder hegemónico de Alfonso VII no era tal. Pero además tampoco fue así, porque con quien se casó la hija del aragonés fue con Ramón Berenguer IV, conde catalán, por lo que Aragón y Cataluña se unían definitivamente (1137). Esto, más el portazo sonoro de Portugal (1139), tuvo que romper en añicos la idea hegemónica que sustentaba la figura de Alfonso VII de León y también de Castilla. Porque fue el condado portugués el único que sustentó el triunfo de un Estado independiente frente a la tendencia unificadora de Castilla y de quien, en este caso, ostentaba la máxima representación. En 1137 Alfonso VII y Ramón Berenguer IV se entrevistaron en Carrión (Palencia) y acordaron una acción conjunta contra García Ramírez, rey de Navarra y antiguo comparsa en los fastos de la coronación de Alfonso VII como emperador. Pero en 1140 se firmó una paz entre Alfonso VII y el rey navarro, por la que se acordaba el casamiento de una hija de éste, Blanca de Navarra, con Sancho, futuro Tercero de Castilla, llamado el Deseado, primogénito del rey Alfonso VII. En años posteriores y aprovechando el desconcierto almohade, Alfonso VII se hizo con las plazas de Coria (1142), castillo de Calatrava (1146 o 1147), Baeza (1147). Y con la ayuda de Ramón Berenguer IV de Barcelona, García Ramírez de Navarra y Guillermo de Montpelier, además de naves catalanas, genovesas y pisanas, conquistó Almería (1148). En 1151 concertó con Ramón Berenguer IV el tratado de Tudellén, lo que significaba un reparto entre dos de la España musulmana. El reino catalano-aragonés se reservaba la tierras que en adelante conquistara en el Levante (Valencia, Denia, Murcia), el resto para Alfonso. Sin embargo, poco antes de morir Alfonso VII vio cómo los almohades recuperaban Almería y a través de esa expansión territorial llegaban hasta sierra Morena. Muere el pobre, muere el rey La muerte le sobrevino el 21 de agosto de 1157, y «murió de puro agotamiento debajo de una encina», en La Historia de España contada para escépticos, de Juan Eslava Galán, cuando pasaba el puerto del Muradal, al paso de la Fresneda, en lo más alto de sierra Morena y al regreso de Almería, viendo ya cómo esta ciudad era cercada por los almohades y deshechas todas sus conquistas recientes. Tras su muerte, León y Castilla recuperaron su estado natural y su personalidad. Alfonso VII repartió su reino y Castilla fue heredada por su primogénito, Sancho, que reinaría bajo el nombre de Sancho III, mientras que toda la tierra del reino propiamente de León, es decir, León y todas sus ciudades y villas más al sur, además de Galicia quedaban para su segundogénito, Fernando. (Queremos hacer aquí una aclaración. Incluso deberíamos haberla puntualizado antes, porque el hecho de que el nombre de la región coincida con el de una de sus provincias, ha resultado muy nocivo para el asentamiento y afianzamiento moderno de una identidad leonesa que abarcara lo que abarca en realidad y no ese estreñimiento pobre con el que algunos a veces han mirado a la región circunscribiéndola sola y ramplonamente a los límites provinciales de lo que hoy es la provincia de León. Y la región de León no es únicamente eso, sino mucho más. Cada linde en su sitio Este error provocado, consentido, asumido con la misma pasmosidad de otras cosas, ha sido muy bien explotado por los enemigos de la propia región y ha permanecido también como un obstáculo serio para entender lo que de verdad es León, al margen de intereses inconfesables, manías prouniformadoras, «españolismos» pobres, trasnochados y retrógrados, o peor, descorazonadoramente ignorantes. Cuando nosotros hablamos de León en términos generales, nos referimos siempre y sin duda ninguna a la región, y la región no es sólo una provincia. León es básicamente tres provincias, y hasta cinco podrían ser como veremos en la segunda parte de este libro. Pero el hecho de entender el reino de León o la región de León como un ente uniprovincial es un absurdo en el que nadie puede caer a no ser que pretenda regalar a Castilla dos provincias enteras y siempre leonesas como son Zamora y Salamanca. Así, pues, cuando decimos que Alfonso VII da en herencia a su hijo Fernando la parte leonesa de ese reino duplicado, no sólo le está dando el León que algunos entienden hoy, sino una franja vertical muy superior que se prolongaba por su sur y que podría alcanzar hasta la sierra de la Peña de Francia, y más, sabiendo, naturalmente, que poco de aquellos límites tan volubles de antes tienen mucho que ver con las demarcaciones provinciales muy asentadas de hoy, situación que también sucedía en el otro reino, pero de cuyos territorios no puede negarse ni consentir que se niegue la leonesidad de esos pueblos, villas y ciudades hermanas e hijas de un mismo tronco, que al ser configuradas dentro de los límites provinciales modernos que hoy conocemos, las hacen hijas e iguales en la leonesidad. Y Castilla se la da a su primogénito Sancho, pero Castilla es otra cosa muy distinta y enfocada hacia otro horizonte geográfico, y no precisamente, ni nunca, las tierras y provincias hoy situadas más al sur de lo que en estos tiempos es el ente provincial, no regional, de León.)

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