Diario de León

CULTURA ■ PATRIMONIO

«San Marcos se deshace con sólo tocarlo»

Es la restauración más ambiciosa de las acometidas en la fachada del Parador. Los técnicos hablan de un estado «muy grave» pero a la vez hallan sorpresas a sus pies como los restos de una iglesia anterior. .

El arquitecto Valentín Berriochoa muestra la inconsistencia de la piedra del monumento. RAMIRO

El arquitecto Valentín Berriochoa muestra la inconsistencia de la piedra del monumento. RAMIRO

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e. gancedo | león

Estaba mucho peor de lo que creían. El arquitecto Valentín Berriochoa Hausmann y el arquitecto técnico David Gil Crespo han dirigido intervenciones en gran cantidad de monumentos españoles pero en ningún otro lugar se encontraron con lo que les deparó la fachada de San Marcos de León.

«Una cosa es verla desde abajo, incluso acercarse un poco, y otra muy distinta empezar a analizar cada tramo, cada moldura, el brazo de esa estatua, la cara de ese ángel...», dice Berriochoa aludiendo a los muy complejos y laboriosos trabajos de restauración que desde septiembre de 2016 se están llevando a cabo en la plateresca fachada, cuajada de filigranas, cresterías, medallones, gárgolas, escudos y las más diversas representaciones. De todos modos, a los expertos les bastó palpar la piedra para comprobar el mal estado del monumento, una gravedad extrema que casi no habían sospechado. «Se deshace con sólo tocarlo —dice Valentín Berriochoa, y muestra desconchones, y hasta agarra pedazos sin esfuerzo de una basa—. Cualquier turista podría haberse llevado una piedra de San Marcos si hubiese querido». El ejemplo lo practica en el tramo de la puerta de entrada, ese que, por su singularidad, han dejado para el final. De momento, el equipo —compuesto por una decena de personas entre restauradores, operarios y personal variable de empresas de arqueología y control— ha restaurado más de las dos terceras partes de la fachada. Las labores son lentas y dificultosas por la extraordinaria cantidad y variedad de elementos decorativos que inundan la parte más visible del Parador —su interior está cerrado por unas también ambiciosas obras de modernización del hotel, que durarán como mínimo hasta 2020—, pero sobre todo por la ingente cantidad de suciedad acumulada y por la muy deficiente restauración acometida en los noventa.

Por eso, entre septiembre de 2016 y enero de 2017, un andamio instalado en la zona más cercana a la iglesia hizo posible todo lo que vino después. «Ese fue el laboratorio de las obras. Allí se comprobó el estado de la piedra, sus patologías y las necesidades que presentaba, además de asegurar su respuesta a métodos y productos de limpieza. Ese tipo de trabajos fue imprescindible para empezar a restaurar, por eso permaneció tanto tiempo colocado allí, ese andamio», aclaró Berriochoa.

Una vez enviadas las pruebas a laboratorio y conocido a lo que se enfrentaban, el equipo acometió la limpieza de cada centrímetro de moldura, piedra o figura, cada uno según su problemática. Agua a presión, cepillo, arena... y, en la mayor parte de las veces, haciendo uso de un láser para poder llegar a los últimos resquicios. «No te puedes hacer una idea de la capa que tenían cada una de estas piezas encima: polvo, tierra, líquenes, musgos y otro tipo de vegetación, hongos, una cantidad increíble de insectos, residuos de combustión de motores... Fue necesario aplicar biocidas para terminar con todos esos organismos vivos que proliferaban sobre las piedras», comenta David Gil Crespo. A continuación se procede a la reparación y, en su caso, reposición de elementos que se hallan en mal estado, fragmentados, desviados o desaparecidos. Han tenido que fijar, coser, inyectar material en las juntas para que no entre el agua —y, al helarse, termine por romper la piedra—, y en el caso de las gárgolas, que por cierto fueron las encargadas de dar la voz de alarma sobre el estado del monumento, al desplomarse una en 2013, «hemos sido muy cuidadosos en su arreglo», dicen desde el equipo técnico, «incluso labrándolas de nuevo, sustituyéndolas». Otros objetos en estado deplorable eran las cresterías de la parte alta: «Estaban todas movidas, alteradas y deformadas. En algunos casos se han hecho de nuevo, por supuesto con piedra de Boñar», detalla Berriochoa.

Y es que la restauración sufrida por la fachada en los años noventa tiene mucho que ver con el mal estado del inmueble. En lo referente a las gárgolas, por ejemplo, lo que se cayó en 2013 fue «la panza de mortero de una de ellas, desprendida de la vara de fibra de vidrio que la atravesaba», critican los técnicos, que ahora regresan al tradicional plomo, más caro pero mucho más efectivo, amén de colocarles baberos especiales y otros sistemas de protección.

En el caso de las cresterías, la citada restauración había sustituido algunas de ellas por moldes de resina que soportaron muy mal el paso del tiempo, y también sorprende a la pareja de arquitectos encargados de la dirección facultativa de las obras el hecho de que entonces se decidiera cubrir toda la fachada por una capa de yeso que ahora retiran por completo. Y es que la intensa limpieza y recomposición de elementos decorativos está dejando la fachada de San Marcos ‘vestida’ de un color muy claro que en cierto modo divide a ciudadanos y turistas, ahora que aún se pueden comparar las dos tonalidades: «Pero es que ese color anterior era mentira, no era el color de esta piedra. En cuanto empezamos a quitar suciedad, este es el tono que sale», defiende Berriochoa Hausmann. En realidad, mucho de lo que falló en la anterior rehabilitación fueron los materiales empleados, el hecho de no saber cuál iba a ser su comportamiento futuro en contacto con la contaminación y los agentes atmosféricos. «Aportaban sulfatos, sales y otras sustancias perjudiciales para estos materiales concretos», añade Gil Crespo.

Por eso el análisis previo de las patologías —a cargo de una empresa específica— se reveló como una tarea clave. «Hay 300 años de diferencia entre un extremo del edificio y el otro, cada parte tienen sus necesidades —comenta Berriochoa—. Hemos dejado para el final, para el postre, la fachada, del XVIII, que fue restaurada en los años ochenta, una intervención por cierto no tan perjudicial como la de los noventa. Cada época tiene su criterio de restauración y con el tiempo se va viendo lo efectivo o no de cada sistema. Eso sí, en modo alguno esta restauración podrá ocasionar los efectos de la de hace treinta años porque hemos contado con productos y tecnologías ya muy probadas».

Las obras cuentan con un presupuesto cercano al millón de euros y, aunque en un principio se habló de que terminarían en febrero, el equipo maneja ahora el mes de abril como término de la restauración de los 22 tramos (son 75 metros de largo y trece de alto) en los que han dividido la fachada. Sufraga la intervención el Ministerio de Fomento con cargo al uno por ciento cultural y por American Express a través de su programa World Monuments Fund para recuperar joyas arquitectónicas de todo el mundo. Eso sí, a los propios arquitectos les sorprende que tanto la torre como la iglesia aneja no entren dentro de esta fase. «Quizá para una próxima...», avanzan.

Unas obras importantes, las más ambiciosas hasta el momento... «pero tan o más importante es el mantenimiento posterior, eso nunca debe olvidarse», avisan los técnicos.

Gracias al láser, los expertos llegan a todos los rincones. Arriba, cresterías antes y después.

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