Diario de León

DESTINOS

La estirpe del Benito

Los sucesores de Benito Méndez siguen en el mítico bar de la Plaza Mayor, junto a la escalerilla

El Benito, la tasca mítica de León.

El Benito, la tasca mítica de León.

León

Creado:

Actualizado:

Es centenario. Y una referencia en León. Lo fundó hace 102 años Benito Méndez. Esta semana se ha ido el último de sus hijos vivos, Alfredo Méndez Blanco, una referencia en la hostelería leonesa y un personaje leonés. Pero la estirpe sigue en los descendiente, en Jesús, hijo del mítico Chuchi, al frente de la barra, y en Beni, heredero del nombre del fundador.

El Benito es el bar. Toda una referencia entre lo cotidiano y el mejor reclamo turístico desde su córner en la Plaza Mayor de León. Bar decano de León y del Barrio Húmedo. Es tanto punto de atraque para los locales como para los visitantes que se encontrarán más de cien años de historia de la ciudad, y un vino. Forma parte de la mitología literaria de grandes escritores que lo universalizan pero también el lugar en el que a alguna joven pareja se le escapa el primer beso a la vuelta de la esquina, al salir a la terraza, con el atardecer como único testigo. Grandes historias en cualquier caso, porque el Benito es un bar para siempre. Y sí, centenario, las ha visto de todos los colores. Pero a pesar del tiempo, es, sin duda, el bar más auténtico de León. Quien no haya estado en el Benito no ha estado en León. Se hace La Quiniela y se juega, se charla, se bebe y se tapea...

Esta semana, a los 90 años, la gran memoria histórica que quedaba en El Benito se ha ido para siempre. Alfredo Méndez Blanco, hijo de quien fundara este establecimiento en 1915, falleció el domingo y deja tras de sí décadas de bonhomía, sabiduría y sonrisas socarronas. Cierra una época pero la saga continúa. En su sobrino Jesús, hijo del legendario Chuchi, que está al frente de la barra, y en su hijo Beni, que heredó el nombre del fundador.

Alfredo vio pasar generaciones de leoneses y turistas y a todos atendió desde el respeto y la profesionalidad. Incluso con grandes dosis de ese afecto seco del Norte, pero que da calor, y ese escepticismo característico ante cualquiera de los innumerables sucesos que vio y vivió, tanto de puertas afuera como adentro. Eso sí, como en el interior del Benito no se está en otro sitio... Sea verano o invierno.

El bar Casa Benito, fundado en 1915, mantiene intacta la tradición quinielística desde su origen en 1948, en la que los sábados es el día del gran ritual, pese a que en toda su historia, este bar bandera del Húmedo apenas haya repartido premios gordos

Es sábado y la Plaza Mayor huele a huerta. Hay sabor a tradición, se oyen ofertas que pasan de marketing y el campo se toca. Se ve salud. Son los cinco sentidos con los que hay que llegar a este centro de tecnología punta cazurra que se basa en este único lema: La alegría está en el campo. Pero el sexto sentido está en el Benito. Silencio: en este bar se juega. Sí, un poco: sólo desde 1915, aunque fuera a las cartas.

Y si lo de la lotería es posterior ahí estaba el Benito esperando a que se inventara. Pero aquí hay también una historia de fútbol, la de Benito Méndez, desaparecido fundador de Casa Benito, que fue, y es en la memoria, el gurú de la quiniela leonesa. Chus, también ya fallecido, y Alfredo, hijos suyos, le tomaron el testigo. Llegan nuevas generaciones pero el Benito permanece. Como un barco anclado en el puerto seco de la Plaza Mayor. Se resiste a cambiar. Parece que sigue al pie de la letra la frase que acostumbraba a exclamar Chus y que aún retumba de vez en cuando en las paredes del Benito: «¡Quieto, que la mangas!».

Puede que la suerte consista en que la quiniela no te toque nunca, y que, a cambio, puedas ir toda tu vida a echar ese bendito boleto rellenado a base de maldiciones. Porque en el Benito lo que más se reparte es salud. «Yo vengo a tomar un vino de Toro y a charlar un poco. ¿La quiniela? No, de vez en cuando», relata un jubilado que aparece a hora temprana y es un habitual. Resulta que no es quinielista cien por cien, pero no importa, espera paciente a la cola ya formada en dirección a esa auténtica ventanilla única de Casa Benito. Con una mano se certifica electrónicamente la quiniela y con la otra se sirve un Bierzo, por ejemplo.

Lo de la quiniela del Benito data del minuto uno del partido de la suerte. En 1948, comenzó el formato de apuestas en España y el local leonés, el decano de los bares de la ciudad, al instante se subió al asunto de buscar fortuna por el atajo del fútbol. Chus Méndez, sobrino del desaparecido Alfredo Méndez es, en esa primera hora, negociante todoterreno. Atiende la barra él solo, sella boletos y da conversación a la curiosidad. Su tío Alfredo entraba en torno la una de la tarde y era entonces cuando el local cobraba todo su esplendor.

A esas horas, las alargadas mesas comunes del Benito se convierten en laboratorio futbolístico en el que queda corroborado que en cada español hay un experto en fútbol... que cada semana se equivoca. Porque ya se sabe que de la victoria a la derrota sólo hay un empate imposible de acertar. Ese es el juego.

Los años han dejado en el Benito una inevitable media de edad alta que convive con la juventud. Y es los sábados cuando se cumple aquella máxima de que el secreto está en la mezcla. Hay plaza, hay Quiniela y hay ganas de divertirse. Y eso no tiene edades. Un leonés llega a la cuestión quinielística después de un fructífero paseo por la plaza. El Benito es su lugar preferido para rematar una mañana de sábado. «Siempre echo la quiniela aquí. Por tradición. Y luego voy a la plaza ya a comprar». Como a la mayoría, todo lo que se sella en el local no suele estar llamado a la gloria. El Benito ha repartido pocos premios. Salvo la tapa. A otro de los habituales del bar le ocurrió una anécdota más que curiosa. Una de las pocas veces que echó la quiniela en otro lugar, le tocaron más de seis mil euros. Y, casualmente, fue el día en el que murió Chus Méndez.

Hacer la quiniela en el Benito tiene más alicientes, casi como una plusvalía sentimental: «Yo hago aquí la quiniela porque me gusta hacer tertulia y que haya barullo. Nunca me toca, pero qué más da. Veo a los amigos», sentencia otro de los presentes.

Los años pasan y el milagro del Benito es el propio Benito. Nombre propio de una saga. Un siglo y dos años de gente y de mucho León. De Francisco Umbral a Zapatero, de Martín Villa al también desaparecido José Antonio Alonso, exministro socialista que era un habitual. Pasando por los que cantaban a la libertad desde la terraza del mítico local. Para todos había tortilla y más. Y, ahora, y siempre, inevitable, antes de irse surge el sueño: ¿Hacemos una quiniela?

Cuatro generaciones han propuesto suerte más que haberla repartido. Pero, quién sabe si no será mañana cuando salga ese soñado pleno al 15. Para ello, además de las apuestas particulares, hay peña. La familia Méndez se involucra. Así, en otros tiempos, pasaba muchas mañanas Alfredo, al lado de la cocina, escuchando Radio 5 en un pequeño transistor para descifrar si esos números recitados con monotonía son sinónimo de fortuna.

En cuanto al fútbol, Alfredo tenía un sueño: ser futbolista como su hermano Benito, que jugó en el Sevilla, algo que le dejó como atípico y pacífico hooligan del equipo andaluz. Pero, a Alfredo fue su madre la que le recomendó que abandonara su vocación de pelotero. No lo consideró oportuno. Y punto. Los que le vieron jugar afirman que lo hacía muy bien. Y que algún día, en el bar, hacía una pelota con unos papeles y le daba unos toques al más puro estilo Maradona. Con el tiempo se ganó un gran tasquero y, con los recuerdos de su hermano, un sevillista en el frío León.

Su sobrino Chus es más convencional: de la Cultural y del Madrid. Y en lo que respecta a su hijo, para encontrarle filiación futbolística, hay que pasar por el Cerecedo y el Puente Castro.

Una de las aventuras futboleras de Alfredo Méndez es un acto de generosidad de esos que, en estos tiempos, deberían enmarcarse en la memoria. Cuando la Cultural estuvo en Primera, Alfredo iba a ver los partidos con seis ciegos. «Después se unía alguno que sí veía, pero que le gustaba la historia», contaba hace tiempo Méndez. Alfredo se dejaba rodear por los invidentes y les narraba todas las incidencias de los partidos.

También rememoraba que sentaba tanta cátedra que lo que él decía iba a misa: «Un día un cliente me contó que había estado con una de estas personas que iban conmigo al fútbol y que le discutía una jugada, un fuera de juego o algo así. Al final, claro, le dijo: ¡Pero qué me dices, si tú eres ciego! Y él le contestó: Ya, pero me lo contó Alfredo», narraba con una sonrisa.

Su espíritu sigue en el Benito. Y la estirpe, también.

tracking