Diario de León

El trigo, el arma sorpresa de Putin que impacta en la economía española

Obliga a buscar proveedores, reestructurar la producción nacional y asumir subida de precios

Un militar ruso vigila la carga de cereal en un puerto de Ucrania. SERGEI ILNITSKY

Un militar ruso vigila la carga de cereal en un puerto de Ucrania. SERGEI ILNITSKY

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El trigo es la otra arma sorpresa que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, se tenía guardada. Y esa batalla del cereal impacta en la economía española. La falta de trigo, que es básico, obliga a buscar otros proveedores ajenos a Ucrania, reestructurar la producción nacional y asumir una subida de precios que afecta a toda la cesta de la compra.

Pocos sabían que Rusia y Ucrania conforman dos de los graneros del mundo hasta que estalló la guerra. Sus tierras fértiles alimentan a más de 400 millones de personas. Y el parón de sus exportaciones amenaza con generar una crisis alimentaria global de consecuencias imprevisibles, con muchos importadores sufriendo problemas de abastecimiento y una subida de precios que no tiende a moderarse.

Vladímir Putin ha convertido el ataque deliberado a la cadena de suministros en su principal arma para defenderse de las sanciones occidentales por la guerra. Ya lo ha hecho con el gas, cuyas exportaciones representan en torno al 20% del comercio mundial y un 40% de las compras de la Unión Europea, con especial impacto en la industria alemana, motor económico continental. Ahora, el bloqueo de las ingentes reservas de cereal almacenadas en silos en el puerto de Odesa, el principal del mar Negro, ha derivado en una reacción en cadena en la que el proteccionismo se ha convertido en la opción de muchos otros para proteger su consumo interno.

India ha sido de los últimos en restringir sus exportaciones de cereales, tras una mala cosecha provocada por una ola de calor temprana. Pero, según datos de la FAO a cierre de abril, hasta 21 países habían tomado esta misma decisión, cifra que Save the Children eleva ya a 53.

Los expertos coinciden en que la situación es insostenible para muchas regiones africanas y de Oriente Medio, que importan más del 50% de sus necesidades de cereales de Rusia y Ucrania. Países que, además, llevan años sufriendo en sus propias cosechas el impacto del cambio climático, que en los últimos años obligó a frenar la producción interna y a tirar de importaciones para su abastecimiento.

Entre los más dependientes de la producción agrícola de Ucrania se encuentran el Líbano (que importa del país casi el 75% del trigo que consume), seguido de Libia (40%) o Túnez (25%). Con los puertos cerrados a cal y canto, se estima que Ucrania acumula todavía 25 millones de toneladas de cereal en los silos del puerto de Odesa, completamente minado. Y pronto llegarán los granos de la nueva. La opción de dar salida a esta producción por vía terrestre no parece la mejor, pues los trenes solo tienen capacidad para un 10% de lo que se transporta en barco.

En este complejo entorno, el precio de cereales como el trigo ha acelerado una escalada que ya venía de años atrás. En 2019 el cereal cotizó a una media de 496 dólares. Cerró 2020 en 640 dólares. Y en 2021 alcanzó los 800 dólares. En marzo de este año, tras el estallido de la guerra, el trigo registró un máximo de 1.425 dólares. Es decir, el triple que antes de la pandemia. Esta semana los precios se han moderado hasta los 970 dólares, pero la subida en lo que va de año supera el 25%. Y si se compara con el cierre de 2019, el encarecimiento es del 75%.

«El corte de suministro de cereal nos afecta a todos. La alimentación básica de muchos países depende del trigo, sobre todo la de los más pobres», explica Juan Carlos Higueras, profesor experto en sector agroalimentario de EAE Business School, que reconoce que este es «un arma de guerra mucho más poderosa que los tanques y los misiles». Los datos son contundentes.

El Banco Mundial ya había estimado que la covid-19 y el empeoramiento de las desigualdades podría llevar a la pobreza extrema a 198 millones de personas más este año. Basándose en los estudios de la institución, Unicef y Oxfam calculan que, solo por el incremento del precio de los alimentos, otros 65 millones se sumarían a este colectivo. Un total de 263 millones de personas en pobreza extrema más en 2022.

«Si los sistemas alimentarios son poco sólidos, conducirá a nuevos conflictos, migraciones masivas, etc.», alertan desde el Banco Mundial. De hecho, Bruselas ya ha emitido un informe advirtiendo del impacto que esta nueva ola de hambre puede tener en regiones como el Magreb, Oriente Próximo o Latinoamérica. Los países africanos es donde se centra el principal foco de preocupación, ante una crisis que puede desatar revueltas sociales y una nueva avalancha migratoria hacia Europa con Grecia, Italia e incluso España como principales receptores.

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