Diario de León

TÁNDEM FELIZ

Leo Harlem: «Nunca soñé con ganarme la vida como cómico, ni de niño ni después»

Era inevitable que dos personas que se apellidan Feliz y Felices se cruzaran. Ocurrió en 2003 y desde entonces, ya son veinte años, que no es nada y es una vida, trabajan juntos y han labrado una relación de amistad. Leonardo González Feliz y Guillermo Felices son el equipo Leo Harlem. El cómico, actor y presentador y su representante. «Los guiones son míos, pero Guille se encarga de toda la gestión hasta que cojo el micrófono». 

Leo Harlem y Guillermo Felices. MANUEL RODRÍGUEZ/LIBERARTE

Leo Harlem y Guillermo Felices. MANUEL RODRÍGUEZ/LIBERARTE

León

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Leo Harlem es un leonés, berciano , de cuna y un ciudadano del mundo de crianza. Vivió hasta los siete años en Matarrosa del, en el corazón de El Bierzo minero y batallero. El río, el ir a jugar, la máquina del tren... Aquella «era otra vida», dice con buen sabor de los «buenos recuerdos» aunque «me ha tocado vivir en sitios duros», confiesa. Allí el futuro era «la mina o nada». Y emigraron. 

La familia materna se había ido a Valladolid en busca de mejores condiciones de vida. El detalle de que Leonardo González Feliz empezara a trabajar con 16 años en una panadería en la ciudad del Pisuerga y de la Fasa y Michelin ya dice mucho de una vida que se ha ganado a pulso con más de 40 años de cotizante en la Seguridad Social y veinte en los escenarios.

De panadero, oficio con el que empezó a ganarse el pan y del que aprendió la importancia de la puntualidad, la disciplina y la seriedad, pasó a la barra de un bar que se ha convertido en su apellido artístico. Como buen camarero, aprendió los secretos de la psicología más popular y como humorista se ha licenciado en tratar con la gente. Su talento para el humor es innato y ya de niño «tenía chispa», nunca se imaginó, ni de niño ni después» que se iba a ganar la vida en los escenarios, delante de un micrófono o detrás de una cámara. «Soy un cómico sobrevenido, pero bien, contento...».

Lo que nunca soñó se presentó en su vida cuando entraba en la cuarentena. En los últimos veinte años ha triunfado en las tablas, en el celuloide, en la radio y en internet. Veinte años no es nada es el título de uno de sus monólogos desternillantes hablando de un tema tan serio como la dictadura de las modas del cuerpo y la ropa.

Había empezado a monologuear en La Salamandra, de Valladolid, después de cerrar el bar en el que trabajaba. Un buen día de 2002 se presenta al Club de la Comedia del Teatro Alcázar de Madrid y vuelve a Valladolid. Al año siguiente, en su plaza, se cruza con Guillermo Felices, que se convierte en su ‘repre’. «Fui a un evento de Eva Hache y estaba Leo en el escenario y me cautivó», confiesa.

«No había visto tanto talento junto y mira que había visto monólogos», dice quien es la mano derecha, el equipo en la sombra de Leo Harlem. Las dos décadas que unen al cómico leonés con el representante almeriense han cuajado en amistad. Lo afirman ambos en dos entrevistas por separado. «Somos amigos, compartimos gustos, aficiones, viajes... A veces en casa me hacen la broma de que nos entendemos mejor nosotros que con la pareja», añade Felices, fundador de Divertia.

El secreto de esta relación también es doble. «El respeto y la tolerancia». Guille tiene claro su papel: «Entender que somos personas que estamos al servicio del artista. Yo muchas veces digo, aunque a Leo no le gusta, que somos una agencia de servicios y ellos nuestros productos a vender».

Gestionar la agenda, recibir peticiones, contratos, promover y proponer, ver dónde puede tener cabida el artista, como sucedió con la campaña del aceite de oliva, de la que Leo Harlem fue embajador como marca España, son misiones fundamentales de la sombra de este equipo que es un dúo perfecto.

Un trabajo que la personalidad de Leo Harlem facilita al cien por cien. «Es una persona muy normal y sin necesidades locas, tiene la vida resuelta y es un enamorado de su trabajo. Eso me quita mucha carga», recalca. Lo que más suele pedir el artista en el camerino es «jamón york bueno y una buena mesa de plancha para planchar la camisa». Los guiones son del cómico —«no improvisa nada, lo tiene todo en la cabeza»— y entre ambos comentan ideas, líneas rojas que no se pueden tocar. Comparten.

Otra ventaja de este humorista que se alzado en el panorama nacional sin estridencias ni astracanadas es que «nunca tuvo prisa. Nunca ha sido ansioso... La tele llegó cuando llegó y cuando era el momento». Tampoco al representante se le caen los anillos. «Mi misión es trabajar para que el artista haga lo mejor posible lo que tiene que hacer y si tienes que llevarle la maleta, pues se la llevas», resalta.

«Guille se encarga de todo hasta que cojo el micrófono. Cuando yo cojo el micrófono el jefe soy yo y hasta que lo cojo, él se encarga de todo. Me lleva la parte administrativa y de gestión y sé que con él puedo estar tranquilo», asegura Leo Harlem. El artista inesperado se ha quedado este fin de semana en León para disfrutar del descanso y de las amistades después de apadrinar la quinta Aventura Trashumante y recibir la vara de pastor como Personaje del Año en la entrega de los premios del mismo nombre.

Andar con él tres minutos por la calle y parar en un bar, el Camarote Madrid de su amigo Javi, y ver lo mucho que aprecia la gente a Leo Harlem es todo uno. Arranca sonrisas sin hablar. Y cuando habla, fuera del escenario, invita a reflexionar. Si le preguntas cómo ve a la gente de humor, no puede reírse. «Si te digo la verdad, veo a la gente mal. Tenemos que replantearnos muchas cosas. Una de ellas es el tema digital, el uso de los móviles. Me parece una prioridad sanitaria absoluta, sobre todo en adolescentes y niños». 

La sensación de que la «gente está crispada y tensa» está a flor de piel. «Se enfadan y todo se lo toman por lo personal». Su consejo: «Tenemos que hacer un esfuerzo por relajarnos de este mundo digital, que nos precipita mucho, nos crea una sensación de prisa y ansiedad que no es nada positivo». Y no es cosa solo de la pandemia. «Venimos mal desde hace tiempo». A Leo Harlem le preocupan cosas como que «los jóvenes queden para pegarse, la desprotección de la gente mayor que tienen que hacer todo a través de las máquinas, sin contacto personal» y le parece «de locos» que «hasta para darte un paseo tengas que meter los datos en el móvil y competir con uno de Estados Unidos».

Su receta: «Tranquilidad. Mira, yo tengo un teléfono de teclas —y no usa WhatsApp—. Recomiendo a la gente que busque momentos para estar tranquilo, que pasee y desconecte. A mí este aparato me hace ganar tres horas diarias», dice enarbolando su móvil de primera o segunda generación.

Lo dice alguien que desde hace dos décadas sabe lo duro que es el mundo de la farándula. «Es verdad que es duro. Viajamos mucho y eso supone un gran estrés, cambiar de hotel, descansar poco... Lo que es viajar. Lo que pasa es cuando trabajo, trabajo... y cuando no trabajo, no trabajo. Desconecto mucho. No estoy pendiente de las redes, ni de si a este le ha gustado o este se ha enfadado».

Andar en bicicleta, compartir momentos con gente de otros ambientes... «me da otras visiones y otra tranquilidad». A partir de junio, estrenará dos películas, Vacaciones de verano y Como Dios manda, una rodada en plena pandemia. Van 15 desde que Santiago Segura descubrió al actor que Leo Harlem lleva dentro para su Torrente 5 y serán 17 con las dos que grabará este año. «Todo me lo tomo según va viniendo. Yo voy allí, hago lo que me dicen, parece que les gusta y vuelven a llamarme», asegura. Son películas de «tono cómico y cordial, están bien; puro entretenimiento», aclara como si tuviera menos mérito. 

Sin que sea ningún secreto es que a este cómico, que cree «que podría hacer cosas distintas, pero como me llaman para comedias, hago comedias». le gusta todo lo que hace y «me lo paso bien», aunque confiesa su predilección por la radio. «Es muy humana, no necesita una gran producción y todo es contenido. El cine tiene un proceso industrial muy exhaustivo. Las jornadas son muy largas, se trabaja mucho... Es totalmente distinto. Me gusta todo, pero sobre todo la radio». 

«Ahora mismo, Leo puede ir al sitio que quiera. No es un artista flor de un día. Cuando le conocí supe que había llegado para quedarse», dice su representante. Las entradas de sus espectáculos se agotan de inmediato, las películas son taquilleras y a sus 60 años sus sueños son «trabajar, estar bien, tener salud y disfrutar de unos años de tranquilidad cuando me jubile». La pintura, la escultura, viajar de otra forma están en ese horizonte.

Su monólogo favorito es Cocina creativa y ahora está recuperando fechas que quedaron suspendidas por la pandemia de sus espectáculos Deja que te cuente y Hasta aquí hemos llegado. Con calma. «Tengo la suerte de hacer muchas cosas, que es muy divertido, y ahora me gusta que los sábados y domingos sean para mí».

También está volcado en el proyecto Mirar, que hace con personas con discapacidad desde hace tres años en colaboración con la Fundación Personas. «A mí me gusta mucho el arte en bruto, el que hacen personas que no tienen conocimientos académicos. Empezamos a lo tonto y está cuajando mucho. Cada vez se involucra mucho la gente y es muy bonito». También colabora con un premio de pintura en León. «Hay que ayudar todo lo que se pueda». 

Una de las cosas le sigue sorprendiendo es lo agradecida que es la gente. «Me dicen gracias porque me has quitado la preocupación. La gente necesita relajarse y no tomarse las cosas tan a la tremenda», comenta. Y es que la risa «es terapéutica», sentencia.  

La pandemia le dejó la lección de que «he vivido con la mitad de lo que creo que necesito» y aunque, por desgracia, «no nos hizo mejores» como se decía durante el confinamiento: «Estamos como eso que se dice de todo el mundo va a lo suyo, menos yo, que voy a lo mío. El ser humano es así, somos insaciables en todos los sentidos». Pero hay una cosa positiva que hay que agradecer a este periodo: «La gente ha viajado menos fuera s y ha conocido más la proximidad. Está bien que la gente vaya conociendo su comunidad, su provincia». 

Cosa que también ha puesto en práctica. Pasar un fin de semana en la comarca del Riaño o en Babia ya forman parte de su agenda de placeres. Harina de otro costal son los problemas que atenazan a la provincia en la época poscarbón. «Este fenómeno del que tanto se habla de la España vaciada es producto de que la gente quiere vivir lo mejor posible. En los años 60 la gente trabajaba en la mina y decían, coño, esto es muy duro; tengo ganado, esto es muy duro...  Y he visto un tío que se ha ido a trabajar a la Fasa y vuelve al pueblo y es un triunfador y descansa sábados y domingos». En los pueblos, subraya, «es muy difícil ganar un sueldo; en las ciudades han ofrecido mucho trabajo y la gente se ha quedado allí». La tendencia es que las ciudades sigan creciendo y «los pueblos se queden como suministradores de alimentos y de ocio para las ciudades».

A Leo Harlem nunca le ha salpicado la famosa pugna entre Valladolid y León, que, como dice, también se produce entre Valladolid y Burgos y otras ciudades de la Comunidad. Y la clave, no lo oculta, es que la industria se desplazó hacia Valladolid y arrastrada por ello, también el centro de poder autonómico. «Pero también tienen esta rivalidad en Galicia, en Cáceres y Badajoz... La rivalidad siempre existe, pero la sangre nunca llega al río. No he tenido problemas en ningún lado». Tal vez porque reparte la ri en todas partes y su talante humano es uno con su talento. 

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