Diario de León
Publicado por
ANA CRISTINA PASTRANA
León

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«La obra debe ser un

icono universal

y su primer mandamiento,

la sinceridad»

(Benito Escarpizo)

A mbición, deseo y capacidad, es un orden que va cambiando en tu vida», nos comenta Benito Escarpizo. El deseo es lo que nos moviliza, la ambición lo que nos caracteriza como humanos y la capacidad lo que nos diferencia.

«A un niño le daría alas, pero dejaría que sólo aprendiera a volar», decía García Márquez. La libertad es el mejor regalo. La endoculturización, en muchos casos, lo que hace es negar la individualidad en favor del bien colectivo, que se organiza con razón a los intereses del estado. Pero la libertad exige responsabilidad, no debe confundirse con el libertinaje. Y somos libres en la medida que somos verdad.

«He aprendido que todo el mundo quiere vivir encima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en subir la escarpada», decía el argentino aludiendo a la ambición que nos define. Sexo, territorio y jerarquía son los valores con lo que cotizamos. El reconocimiento entre la elite nos consagra como seres invulnerables, por encima del bien y del mal. Pero, a pesar de estar en la cima, somos incapaces de disfrutar del sol porque no deseamos compartirlo y estamos pendientes de mirar hacia abajo, no para ayudar al prójimo, sino para evitar que ascienda. No comprendemos que nada nos pertenece y que la inteligencia es una cualidad inútil si no somos capaces de emplearla en beneficio ajeno.

«A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido». La capacidad viene dada por la formación, el trabajo y la experiencia. Al final no cuentan los años de vida, sino el disfrute de la vida en esos años. El desarrollo de nuestras capacidades es lo que nos libera del miedo y del olvido.

Sensibilidad y dominio de la técnica

Benito Escarpizo es un pintor que, con gran sensibilidad y dominio de la técnica, convierte cada obra pictórica en un diálogo con el espectador. Su mundo interior va sublimando la cotidianidad, unas veces comprometida con la tradición y otras con la memoria, pero siempre caracterizada por un lenguaje profundo en el que coexisten los símbolos y la fábula, el costumbrismo y las verdades universales. «Un cuadro es la suma de muchos componentes», afirma el cepedano, que antepone la calidad del ser humano y la capacidad del pintor al espíritu del artista. «Hay que pintar y dejar un tiempo para el juicio» , comenta. Condicionados por el estrés de la vida diaria, pocas veces intentamos comprender en vez de juzgar y no entendemos que, en muchas ocasiones, el perdón no es el remedio de la injusticia.

«Entre el sentir y el hacer, está la mano», afirma. Y la mano de Escarpizo y su gran sensibilidad está en la sublimación de vivencias ajenas y propias que ponen de manifiesto verdades universales como el paso del tiempo a través del deterioro, el retorno a la infancia, la soledad, la pérdida, la lucha por la vida, la complicidad con el destino. Ese deseo de reconciliación con el pasado, asumiendo el duelo, evidencia la fortaleza de un hombre que se enfrenta a las contrariedades de la vida sin que éstas le superen. «Un pintor no puede mirarse al ombligo, el enriquecimiento viene del entorno».

Existencialista, en su obra confluyen muchas vivencias, sentimientos y un romanticismo con cierta decadencia, donde juega un papel importante el símbolo y la metáfora. Sus capacidades y conocimientos técnicos se acoplan a una conciencia metafísica : «Buscar la nada para llegar a algo» . La búsqueda y el mensaje son los principios que le mueven. Los elementos del cuadro expresan su contenido. Toda su obra refleja una realidad existencial: espacios vacíos donde observamos la huella del hombre, un deterioro rural y urbano, la identificación del pintor con el paisaje y el paisanaje y un eclecticismo en las formas.

Se dice que la belleza es la única verdad que no necesita justificación. Así pues, Benito Escarpizo no cree en los manifiestos, sino en la obra como hecho. «Cuando el manifiesto es mayor que la obra, es que ésta carece de contenido o el que tiene no es evidente». Es difícil la autocrítica porque por naturaleza somos vanidosos y nos justificamos. La falta de medio expresivo se justifica con acciones injustificables, nos comenta. «Muchos pintores sirviéndose de las nuevas tecnologías y de técnicas pictóricas elementales, se atribuyen contenidos personales con el simple gesto de la utilización de aquello visto y trabajado como básico».

Lenguaje, tono, gesto

«No todo lo que es diferente es bueno ni visual». El lenguaje nos define, pero es, quizás, el tono y el gesto lo que en verdad nos delata. Observamos cómo, en favor de la imagen, se cuida la elección del vocabulario. Se eligen cultismos y tecnicismos para adornar la paja, descuidando el grano. No importa el contenido. Se cree que la inteligencia está reñida con la sencillez y cuanto menos accesible sea nuestro lenguaje, más elevada nuestra cotización social. Deseamos reconocernos entre la elite. Pero el arte es elitista en cuanto necesita personas curiosas y con ganas de aprender. No somos conscientes de lo que nos dice el pintor: «La idea, si no se transmite bien, no llega». Desgraciadamente, en muchas ocasiones no interesa transmitir, ambicionamos destacar. Somos engreídos y superficiales. No entendemos que «Con la especulación nadie pinta un cuadro».

«Lo creativo no consiste en modificar lo hecho, disfrazarlo o falsearlo», agrega el pintor mientras nos muestra su trabajo. Curiosamente, nuestra vida está poblada de pequeñas y grandes mentiras. No somos capaces de vivir sin ellas. El miedo nos ata. Calculamos el riesgo, lo medimos, lo evaluamos y lo desestimamos. Usurpamos lo convencional, lo conocido y lo disfrazamos de vanguardia. El riesgo es para los jóvenes o para aquellos que no tienen nada que perder. Lo decimos como si fuéramos dueños de algo y tan sólo somos víctimas de nuestra debilidad. La incapacidad para admirar y disfrutar de lo auténtico, evidencia nuestra pobreza y delata nuestra egolatría.

Buen dibujante, toda su obra constituye una recopilación conceptual de sus vivencias. Cronista y ensayista en el tratamiento de los temas, plantea múltiples conclusiones para el ojo hábil y despierto del espectador, que siempre encuentra sugerencias para descubrir y descubrirse en el cuadro. Consigue acercarnos ese mundo rural, donde neutraliza la rudeza y la aridez de paisaje y paisanaje con la melancolía del cromatismo y la sutileza de la poesía.

Toda la obra de Benito de Escarpizo es un reflejo de su caminar, pero también existe un símbolo que permanece desde siempre en todos sus trabajos y que refleja la fortaleza de un hombre que sabe amarrarse con fuerza a la pintura para que las vicisitudes y contratiempos de la vida no maten su creatividad y le subyuguen. La pintura es un reto, un salto a la otra orilla, el bastión que le ha permitido siempre mantenerse en pie, seguir luchando, seguir viviendo. La pintura es la cura mágica contra el dolor, el deterioro, la soledad, la angustia, la desesperación. La rosa, el lirio-¦ son símbolos recurrentes con los que el pintor hace una elegía encomiable de su amor por la vida.

«La síntesis es la vuelta del conocimiento» . Todo tiene un proceso. El pintor abre una ventana en nuestra vida ennobleciendo realidades conocidas, aderezando con la luz y la caricia el sabor agridulce de los rotos y dejando que la pátina del tiempo vista el deterioro con las verdades universales. Las múltiples razones que determinan una elección, las posibilidades combinatorias de la misma realidad y el sentido que le damos a lo que nos acontece, es lo que marca nuestra diferencia al considerar la vida como un disfrute o un acopio de daños irreversibles. Benito Escarpizo, en la sublimación de lo cotidiano, enaltece el alma humana y, con sutileza y maestría, evidencia nuestra vulnerabilidad a la hora de llevar a la práctica nuestros principios.

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