Diario de León

Arte

Descifrar el silencio de Sáenz de la Calzada

Adolfo Álvarez Barthe publica un libro en el que analiza con los nuevos códigos del arte la extensa obra del digno hijo de la ‘Generación de Plata’

León

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Discípulo brillante de la Institución Libre de Enseñanza y miembro de la mejor generación que desfiló por la Residencia de Estudiantes, amigo y colaborador de Lorca, el polifacético médico, poeta y pintor leonés Luis Sáenz de la Calzada sí tiene quien le escriba.

El artista leonés Adolfo Álvazez Barthe, que conoció y frecuentó al maestro en los últimos diez años de su vida, ya publicó en 2018 una biografía para sacar del injusto olvido al actor del Teatro Nacional que acabó ejerciendo de dentista en su León natal.

Ahora ha llegado el momento de abordar su prolífica obra. Una producción que supera las mil pinturas y que, según Álvarez Barthe, no había podido ser analizada hasta ahora, porque la historia del arte carecía de instrumentos críticos para valorarlo, como ha ocurrido también con la obra de Balthus o Gregorio Prieto.

Detrás de ambos libros —tanto de la biografía, que se publicó coincidiendo con la exposición organizada por el Instituto Leonés de Cultura, como de este análisis crítico de la obra de Sáenz de la Calzada— está la ‘mano’ de Luis García, responsable de exposiciones del ILC. «Tenemos mucha suerte de tener a Luis García. Sin él León sería un desierto cultural».

La editorial leonesa Eolas publicará próximamente Luis Sáenz de la Calzada. Un análisis pictórico, donde Barthe disecciona con nuevos parámetros la obra de un artista al que suelen encasillar en dos etapas: la Escuela de Vallecas, como se conoce a la troupe surrealista reunida por el escultor Alberto y el pintor Benjamín Palencia en 1927, cuando se plantearon la renovación del arte español; y el surrealismo.

Sin embargo, buena parte de la producción de Sáenz de la Calzada, que estudió Biológicas años después de licenciarse en Medicina y ejerció como profesor de Antropología Física, «tiene más que ver con la ilustración de los nuevos avances científicos», sostiene Barthe. «Casi toda la obra, a partir de los sesenta, parece la ilustración de una obra científica». Y es que «ahora podemos evaluar a los artistas con los nuevos códigos del arte», asegura.

El libro analiza 33 obras. El número no es casual. Y está dividido en doce capítulos, uno por cada letra de la locución Festina Lente (aproxímate despacio), que Barthe ha sacado del exlibris del propio Sáenz de la Calzada.

«A la hora de acometer el análisis pictórico de su extensa obra conviene no dejarse engañar por la diacrónica, artificiosa, interesada y oficiosa historia del arte. Tampoco conviene, como veremos, olvidarla; entre otras razones porque Calzada se sirvió de ella para su quehacer creativo», afirma.

«Juan Manuel Bonet, en su Diccionario de las vanguardias españolas. 1907-1936, incluye su nombre, aun advirtiéndonos de que la totalidad de su obra se realizó en años posteriores al marco temporal del diccionario. Esto quiere decir que el lenguaje artístico de Calzada, elaborado durante los primeros años treinta, siguió empleándose durante las sucesivas décadas que aún le quedaban al convulso siglo XX. Ninguna de las posteriores vanguardias influyó en su estilo; ni el expresionismo abstracto, ni el informalismo, ni el op art, ni el pop art… En todo caso pudo coincidir con algunos artistas adscritos a la neofiguración, pero tal coincidencia tiene más que ver con un eco de la historia del arte que con su desarrollo», explica Barthe.

«La crítica que se ha hecho de la obra de Sáenz de la Calzada es deficiente, excepto los comentarios de Gamoneda»

El mundo de Sáenz de la Calzada se derrumbó en 1936, con la Guerra Civil y el cierre de la Institución Libre de Enseñanza. A partir de entonces, «habló con sus cuadros, donde resucita postulados de los años 30 por secretas sendas».

Afirma Barthe que los análisis que se habían hecho hasta ahora de la obra de Barthe son muy deficientes. «Yo lo he leído casi todo». Solo salva los comentarios «certeros» de Antonio Gamoneda, quien en su opinión es el que «mejor sabe» descifrar a Sáenz de la Calzada. «Yo parto de Gamoneda», dice. Es difícil ‘construir’ el mundo artístico de un hombre que fue un pionero, como digno hijo de la llamada Generación de Plata y que, sin embargo, no reconoce ninguna de las vanguardias artísticas surgidas tras la II Guerra Mundial.

No oculta Barthe que con su libro pretende también «revalorizar» la obra de Sáenz de la Calzada, que ya elevó su cotización tras las exposiciones que le dedicaron tanto el ILC como el Centro Cultural de la Villa. Piensa que sí es un artista conocido, pero no valorado. Su obra se ha expuesto en países como Canadá, donde una de sus cuatro hijas organizó una muestra y donde hay una pequeña colonia en Quebec de coleccionistas del artista leonés.

Uno de los sabios de León

El escritor piensa que si el pintor leonés que trabajó con Lorca en el teatro de La Barraca era un hombre hermético es, seguramente, porque perdió la guerra.

Sus cuadros son igualmente herméticos y están llenos de claves que hay que desvelar. Asegura que la vida y la obra de Sáenz de la Calzada están tan unidas que su auténtico testamento es el pictórico. Cuenta Barthe que en una visita a León, en la época en la que estudiaba en Barcelona, sus padres le dijeron: «Te vamos a presentar a uno de los sabios de León». Así conoció a Sáenz de la Calzada. «Disfruté mucho de su amistad y de su magisterio».

En el libro Barthe aborda cómo muchos de los cuadros de Sáenz de la Calzada, que aprendió alemán para poder leer a los filósofos germanos, «nos remiten a la literatura emblemática, sobre todo en torno al silencio; un silencio que no abandona ni con la llegada de la democracia».

Sáenz de la Calzada utilizó la angelología —pintó ángeles desde el principio— para explicar teorías como la gravedad cuántica o la teoría de la relatividad, que ya no se podían ilustrar. Espacio-tiempo y silencio-disimulo son claves en su obra.

Un artista desigual

También creó un bestiario que, en opinión de Barthe, es en realidad una antropología. Estima que el artista pintó más de mil obras, aunque el número es difícil de precisar porque «vendía de manera desordenada».

Con su libro Barthe pretende que la historia del arte corrija sus códigos con respecto a Sáenz de la Calzada. Un artista que también fue muy desigual, con obras «muy flojas», sobre todo las de pequeño tamaño, que no creó para mostrarlas y que permanecieron durante mucho tiempo en su estudio. Las hijas del artista donaron más de 200 obras a la Diputación, que quizá posee la segunda mejor colección de Sáenz de la Calzada, después de la de su hija Margarita.

Para Barthe, los años que el artista pasa con Lorca en La Barraca (de 1932 a 1936) son cruciales en la estética de Sáenz de la Calzada. «Sus cuadros», asegura, «parecen bocetos para teatro».

El artista leonés llegó a pintar también algún decorado para Buñuel, que al final sufriría un largo exilio en México junto a su arquitecto Arturo Sáenz de la Calzada, hermano de Luis. La mayor parte de los intelectuales de su época que no perecen en la guerra tendrán que buscar refugio en otros países.

A Luis Sáenz de la Calzada le salva Luis Escobar, marqués de las marismas del Guadalquivir y conocido por sus papeles en La escopeta nacional y Patrimonio Nacional, de Luis García Berlanga. «No se puede olvidar que yo perdí la guerra. Y me tocó perderla aquí, en León», contaba.

«Luis Escobar me salvó la vida en aquellos momentos tan terribles. Dionisio Ridruejo le había encargado la fundación de la Compañía de Teatro Nacional y que recorriera las ciudades y los pueblos representando autos sacramentales. Luis Escobar, necesitado de actores, me llevó con él a la compañía. Pasado el tiempo alguien de León me aseguró que mi vida se había salvado al haber marchado con Luis Escobar. Por ello, debo considerarle mi salvador».

«El teatro», según Álvarez Barthe, insufla en el médico leonés «una pasión infinita por todas las artes. «En 1933 estuvimos actuando en León. Representamos Fuenteovejuna y La tierra de Alvar González. Dormimos en el Hotel París y, a la mañana siguiente, al bajar a desayunar, Federico (García Lorca) pidió con toda seriedad a la señorita que nos sirviera ‘un chocolate chorpatélico, con un poco de ronronquelia’. No es difícil de imaginar la cara de la pobre camarera», contaba Sáenz de la Calzada.

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