Diario de León
Publicado por
nacho abad
León

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La mujer que se ha sentado a mi lado en el autobús me pregunta cuál es la última parada de esa línea. Me giro para consultar el plano que hay sobre la puerta de salida y cuando vuelvo la vista para indicárselo, descubro que se ha dormido. Tiene los ojos cerrados y respira como un ciervo herido. Ha caído en un sueño poderoso y terrible y no me atrevo a despertarla. Además, en alguna medida, y por motivos que no soy capaz de explicarme, me siento responsable de ella. Dejo pasar mi parada y continúo en mi asiento, con la vista fija en la nuca del conductor, quien de vez en cuando mira por el retrovisor con gesto de reprobación. No le gusta que los pasajeros se duerman. Tiene una idea de la conducción similar a la que los directores de teatro tienen de sus obras. Para él somos espectadores. Se lo oí contar una vez a una viajera, quizás esta que duerme ahora a mi lado.

El autobús va quedándose vacío. En la parte final del trayecto no hay más pasajeros que ella, que todavía duerme, y yo, que empiezo a sentir esa sensación desalentadora que provocan los autobuses vacíos. La última parada es el bosque como podría ser el cadalso, si es que fueran dos cosas distintas. Al llegar, el conductor da un frenazo brusco y la mujer se despierta no sin antes golpearse contra el cristal de la ventana. El conductor pulsa el botón de apertura de puertas y fija de nuevo la mirada en el retrovisor. Quiere asegurarse de que nos bajemos allí. Le pregunto si no va a regresar a la ciudad y me responde que el autobús de vuelta pasa dentro de tres horas. Me resigno y bajo. La mujer, que intenta orientase tras la confusión del sueño, viene detrás de mí. En el arcén hay una marquesina de madera con un banco de metal oxidado. Nos sentamos. Ella saca un paquete de cigarrillos y se lleva uno a los labios. Mientras trata de encender el mechero, le pregunto si tenía intención de bajar aquí. «Esta es la última parada, ¿no?», dice, y le respondo que sí. «Entonces se ha acabado la función. Hay que hacer el resto del camino a pie». Y mientras echa el humo se pone en marcha, hacia el interior del bosque. Voy detrás de ella. No sé por qué ni hacia dónde me lleva. Algo me dice que uno deja de ser espectador en el mismo momento en que comienza a ser protagonista.

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