Diario de León

«La poesía me permite comprender el mundo»

l La leonesa Amparo Paniagua recopila sus microrrelatos en ‘De cuentos y otras breverías’.

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alfonso garcía
León

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A mparo Paniagua (León, 1967), a pesar de estar vinculada al hecho literario desde muy joven, ha iniciado el proceso de publicación en los últimos años, con tres poemarios: Desde que tú apareciste … (2011), El hilo que nos une (2013) y Versos de ceniza y sal (2013), los tres en la segunda edición. Una recopilación de microrrelatos ilustrados titulado De cuentos y otras breverías acaba de ver la luz.

—¿Qué se puede esperar de la literatura?

—Es indudable que la literatura abarca todo lo que conforma al ser humano, que hay temáticas para todos los gustos y necesidades. Diría que del mundo de la palabra se espera que nos emocione, que nos divierta, que nos aporte, que nos sorprenda, que nos despierte curiosidad, sensibilidad, que nos estimule, reconforte, inquiete…

Se ha escrito ya sobre todo y se seguirá escribiendo. Lo importante es el prisma. En mi caso, espero compañía, intercambio, descubrir otros universos, ya íntimos, ya fantásticos, históricos, románticos, utópicos, distópicos, terroríficos, idílicos. La literatura es magia, une y te hace crecer como persona. Te obliga a hacerte preguntas, pero también proporciona algunas respuestas. En definitiva, la Literatura es capaz de abrir todas las puertas.

—¿Escribe para no morir de pena?

—Así ha sido durante buena parte de mi vida. En mi caso, la principal función de la poesía, aunque ella no lo sepa, ha sido sanar. Hace años escribir me curó de la soledad (ya fuera real o no, yo la sentía).

Escribir, y también leer, nos puede salvar del vacío, del caos vital. Cura la insensibilidad, apacigua la rabia, te obliga a fijarte en los pequeños detalles. Nos salva de los amores difíciles o imposibles y serena el carácter. A mí me permitió y me permite admirar y comprender el mundo, sus absurdos pero también su magia, su sinsentido a veces, pero también su valor.

Escribir evitó que cayera en abismos emocionales y fue mi refugio para reconstruirme de nuevo, mi terapia para mantenerme cuerda y serena, así que cómo prescindir de la compañía de la musa que apoya su codo en la columna…

—Leyendo su obra, los versos de amor parecen tener un destinatario concreto. ¿O es el ‘tú’ universal, generoso y participativo?

—En el caso de Desde que tú apareciste … es cierto que existió un tú con nombre y apellidos. Es un poemario repleto de guiños, complicidades y sugerencias. Absolutamente visceral y espontáneo. Pero pronto inicié una etapa más tranquila donde las vivencias, los sentires y los estados de ánimo fueron otros. Desde ese sosiego y serenidad se escribieron El hilo que nos une y Versos de ceniza y sal , mucho más líricos, más elaborados, pero igual de contundentes. Aunque es apreciable que tampoco he sabido prescindir de la segunda persona del singular. Me resulta más fácil escribir para un alguien, sea real o inventado.

—Su poesía parece querer construir una ciudad en que el amor sea el norte, la raíz de su existencia. ¿Qué lugar ocupa en su obra la presencia del amor, el “aliento caliente / que me salva”?

—No en vano, en los círculos más cercanos me llaman la poeta del amor, pero siempre añado, matizando, que también del desamor. Uno no se comprende sin el otro. Al menos, no yo. Es obvio que me atrae más lo desgarrador, lo pasional, lo contundente, la intensidad, la brevedad, la rotundidad. Siempre he pensado que cuando uno es feliz no escribe, lo vive.

Cómo no escribir sobre la belleza y la ternura del amor, de la pasión compartida, de la apasionada presencia… Pero cómo prescindir de la dolorosa ausencia o las reflexiones sobre lo que pudo haber sido y no fue. Por otro lado, es más emocionante que te arranquen el corazón, que regalarlo. Es más inspirador.

—¿La poesía es una teoría de sentimientos?

—Así lo creo firmemente. El verso es emoción, apreciación, opinión, admiración, reflexión, estados de ánimo. Una actitud ante la vida, un filtro de realidad que la magnifica o la derrumba. Es todo un conglomerado de belleza y crueldad que nos muestra la insignificancia y fragilidad del ser humano, pero también su fortaleza y grandiosidad.

—¿Acaso una forma de conjurar el vacío?

—Cuando alguno de tus lectores te dice cosas como: «Me has arrancado una parte de alma y te la has llevado impregnada en versos» o «Me pareces una escritora de una extraordinaria delicadeza», el vacío queda conjurado.

De este modo, y gracias a ese «tú» universal, generoso y participativo que usted mencionó antes, adquiere sentido que yo, triste mortal (que también teme la oscuridad de la noche), me exprese a través de la palabra y trate de sublimar lo que mis sentidos aprecian y lo que mi corazón siente.

—¿Qué se esconde, qué sugiere en esa «sucesión de puntos suspensivos»…?

—Es un truco para poner a prueba la imaginación y la capacidad de sentir del lector. Dejar abierto el poema es una clara invitación a jugar, a quedarse absorto, a creer que cualquier posibilidad, emoción o sentimiento pueda llegar a ser real y cierto. Sólo busco, nada más pero tampoco nada menos, emocionar al lector con mis propias emociones. Alguien dijo una vez que emocionar a alguien implicaba una gran responsabilidad… Y yo me lo creo.

—La palabra es un vehículo siempre. ¿Acentúa en ellas el valor esencialmente connotativo que tiene en la poesía, pues escribe que «ansiaba yo encontrar una palabra nueva, / de ámbar y oliendo a sándalo»?

—Partamos de la idea básica de que la palabra está viva. Y según se la trate, así ofrecerá uno u otro significado o producirá uno u otro efecto. En este poema al que alude, por ejemplo, voy preparando al receptor (ya lector, ya oyente) para una palabra concreta que sólo se desvelará al final del poema. Gusto mucho de practicar el animus iocandi para generar un efecto lúdico en este intercambio y facilitar así el acercamiento a la poesía, sobre todo en los recitales, en ese tú a tú que tanto me agrada. Y «manipulo» las figuras literarias a mi antojo (para eso están) para buscar la palabra justa y conseguir la sonoridad deseada (soy de las que leo el poema muchas veces en alto hasta zanjarlo definitivamente). Y todo este proceso, claro, respetando el marco de seriedad que la poesía presupone.

-Tres poemarios, en su segunda edición. ¿La poesía ha caído en desgracia o, por el contrario, hay una necesidad de volver a ella?

—Nada más lejos. Es obvio que la poesía vive un momento álgido de unos cuatro años para acá. Justo cuando esta humilde y tímida unidora de letras se hizo visible y llegó por causalidad a este mundo literario. Y es así, quizá por esa necesidad de mirar hacia dentro buscando soluciones para lo de fuera. A fecha presente, vayas por donde vayas hay un poeta recitando y tanto León como Valladolid (que es donde yo me muevo) ahora mismo cuentan con una actividad cultural y literaria propia de los mejores tiempos, con una producción y una calidad dignas de tenerse en cuenta, tanto a nivel individual (una lista interminable) como colectivo (Susurros a pleno pulmón, Los perros del coloquio, etc.)

No olvidemos que la poesía tiene la virtud de hacer de puente de comunicación, es un hilo que nos une, como sucede con la música, la naturaleza, el amor y el desamor, los temores, las esperanzas… y la muerte, claro. Y por eso mismo nunca podrá caer en desgracia. Como mucho podrá permanecer latente un tiempo, pero antes o después asomará su bella cabecita de diosa.

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