Diario de León

«La tertulia no es pasatiempo... sino pura necesidad»

Los grupos de lectura y debate, institucionalizados o no, son una realidad bullente en los cafés de la ciudad. ‘La del Pasaje’, ‘la del Quindós’, ‘la del Amélie’... ‘el Club Giner’... las tertulias literarias de León constituyen un fenómeno singular por su dinamismo y gran número. Lumbre de encuentros, de ellas saltan las chispas de la inspiración o del hallazgo

Un instante en el encuentro literario que acoge el Café Amélie, una de las más jóvenes tertulias leonesas

Un instante en el encuentro literario que acoge el Café Amélie, una de las más jóvenes tertulias leonesas

Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Pensándolo bien, yo creo que hay una figura clave para explicar el ‘boom’ literario leonés que hemos vivido y seguimos viviendo, y es la de Antonio González de Lama. Porque con él surgen tres familias claras que son las de Crémer, Gamoneda y De Nora, y éstas a su vez dan paso a otras, y así hasta nuestros días, con los muchos autores jóvenes que están apareciendo». En las tertulias de León se llega a conclusiones como ésta. A veces, claro. Otras, el debate se traba de tal manera que no hay modo de desenredarlo, o llega a una vía muerta, o languidece, y de frases platónicas como «el cuerpo es una cárcel» se pasa a hablar del tiempo o de los posibles pactos de gobierno. Las tertulias literarias de León forman una realidad poco visible pero singularmente activa, consistente caldo en el que burbujean los gustos lectores y las reflexiones profundas, livianas, o con humor y cazurra retranca, que a veces viene bien para soplarle el óxido a las meninges. La ciudad no ha conservado —al menos no con todo su aparato de mesas de mármol y enormes cajas registradoras— ninguno de aquellos hermosos cafés decimonónicos o de los años dorados de la hostelería en el siglo XX pero sí da cobijo —y a veces en los lugares más inesperados— a grupos ‘moridos de amores’ por el arte y la letra, fieles incluso durante décadas a una mesa y a una gente, a la liturgia periódica del encuentro con la opinión contraria o diversa y a los sacramentos de la amistad y del palique.

Hay una en concreto que continúa activa desde los años sesenta, y fue fundada por el maestro Victoriano Crémer junto a, sobre todo, artistas plásticos. Alejandro Vargas, veterano pintor leonés, recuerda que el punto de encuentro era entonces la antigua cafetería Alaska, y de ahí pasaron a Las Cortes, y ahora su templo es el Pasaje de la calle Alfonso V. El combinado de artistas y escritores (y médicos) persiste después de todo este tiempo. Los sábados a partir de las doce de la mañana van tomando asiento Modesto Llamas, Pablo de la Varga, Amancio González (a quien pertenece la reflexión que encabeza estas líneas), Luis Artigue, José de León cuando anda por su patria chica y Antonio Gamoneda —también Pereira la frecuentó en vida—. «¿Que por qué esa mezcla? Pues yo creo porque los pintores somos muy dados a encontrarnos y a departir con narradores, con poetas, con periodistas... hasta con escultores, ¡todo menos con otros pintores!», declara Vargas entre risas.

Los 'Lerilaria' con Pérez Azaústre.

Hay otra tertulia de muchos quilates, y de las de ir ‘con los deberes hechos’ que es la que coordinan el educador Martín Castaño y el catedrático de Filosofía, ya jubilado, Miguel Ángel Cordero en un espacio tan sugerente como es el ‘patio’ del Quindós, anejo a la cafetería de este hotel. Una reunión semanal que congrega los miércoles a las ocho de la tarde a entre veinte y treinta personas y donde se ventilan desde clásicos como Rilke, Salter o Chéjov a contemporáneos españoles estilo Javier Cercas. Ahora, por ejemplo, están inmersos en la lectura y estudio de Francisco Umbral.

El asunto lo echó a rodar el inquieto poeta y recitador argentino Nicolás Cosa hace diez años y hoy el éxito de ‘la tertulia del Quindós’ es innegable. «Aunque somos tantos que a veces resulta difícil mantener el tono...» —advierte Cordero—, lo cual hace necesario cierta disciplina a la hora de tomar la palabra. «Pero no abordamos sólo novela y poesía (de la experiencia, de la imaginación), también filosofía y pensamiento», añade, y aclara a renglón seguido que el grupo está abierto («y encantado de recibir») a personas no especializadas, el único requisito es el interés y la curiosidad. «No es algo académico y en realidad surgió espontáneamente como lugar de encuentro y debate, como las tertulias clásicas del XIX», apostilla Castaño, quien se encarga de distribuir a los asistentes los textos sobre los que luego se dialogará, intentando desentrañar claves y motivos, y quien agradece el apoyo clave de José Quindós a la hora de dar acogida a este heterogénero colectivo amante de los párrafos y las estrofas.

«Es que, para un artista, para un escritor, encontrarse con el otro, mirarse a la cara, debatir y compartir, es una necesidad total», nos recuerda, de nuevo, Alejandro Vargas, quien frecuentó no pocas tertulias en el París de su juventud y allá trató incluso a José Bergamín.

Singularísima tertulia, esta vez anual, es aquella en la que participa otro no menos inusual intelectual leonés, Ramiro Pinto. Desde hace doce años concita en la capital una reunión a la que acuden del orden de quince personas llegadas de variados puntos de España, siempre en torno a una obra voluminosa o de alto voltaje literario. «Comenzó en un encuentro nacional en torno al Amadís de Gaula, obra completamente desconocida y leída en versiones resumidas o adaptadas, al final resultó que el libro, íntegro, sólo lo habíamos leído tres personas en total», cuenta el conocido dramaturgo, ensayista y activista social. Comentando con otras personas, entre ellos incluso profesores de universidad, el hecho de que la falta de tiempo les había impedido acceder a obras magnas de la literatura universal, «decidimos quedar una vez al año en León, con un libro en concreto leído, para hablar sobre él», explica. El Ulises de Joyce; Fortunata y Jacinta, de Galdós; Los hermanos Karamazov, de Dostoyevski; El cuarteto de Alejandría, de Durrell... los asistentes (catedráticos y profesores, algunos ya jubilados, filósofos o sencillos lectores) se reúne en una de las tabernas más tradicionales de la ciudad, la Cantina Darío, y allí dan cuenta de una comida... a base de platos que aparecen en el libro en cuestión. La sobremesa se prolonga durante horas y en ella los comensales viajan sin fronteras a través del tiempo y el espacio, lo mismo al Egipto colonial que a la Rusia zarista.

La tertulia del Quindós.

Pero Pinto también modera una nueva tertulia mensual —se viene celebrando desde el mes de marzo— en el café Amélie de la avenida Padre Isla «ante la extrema fugacidad de los títulos hoy en día, incluso libros premiados desaparecen sin dejar rastro a los pocos meses», y donde las lecturas se sortean y deciden por el procedimiento de la mano inocente. Los textos —y muchas veces también las personas— de Antonio Colinas, de Felipe Piñeiro, de Fernando Montes, de Salvador Negro... han pasado por la cafetería para exponerse a las preguntas y apreciaciones de los tertulianos. «Dialogando con otros es como aprecias ese detalle que se te había pasado por alto, ese matiz en el protagonista, ese contexto histórico concreto...», propone Ramiro.

Cafeterías, tabernas, plazas públicas como es el caso de la ya consolidada Ágora de la Poesía, evento de versos libres de carácter diferente aunque también síntoma de la extraordinaria inquietud creadora y lectora que bulle en León (como la Facendera Artística o los Dolores de Poesía en los Bares, por poner otros ejemplos)... pero es que hasta una clínica dental puede acoger su preceptivo coloquio literario, como ocurre en la de Áurea Viñas, donde la tertulia ‘Lerilaria’ lleva celebrándose desde hace cuatro años basada «en la buena literatura, y en la literatura en la que los personajes estén psíquicamente bien trazados, que no sean lineales sino complejos, auténticos», como hace ver la doctora. Cristina Peñalosa, Cristina Martínez Gago, Luis Carlón y el psicoanalista Salvador López Herrero son parroquianos habituales de un cónclave que también gusta en recibir y escuchar a autores que presentan obra en la ciudad, caso del cordobés Joaquín Pérez Azaústre.

La tertulia del Pasaje, presidida por Antonio Gamoneda y Alejandro Vargas. Fotos: SECUNDINO PÉREZ/ BRUNO MORENO/ DL

Del Ékole al Giner

Realidades que hacen recordar la ya desaparecida pero sin duda alguna una de las más prolíficas tertulias leonesas, la del Café Ékole donde nacería el activo Club Leteo —multidisciplinares encuentros en los que, mientras un poeta recitaba, un artista plástico pintaba o un cantautor tocaba una pieza— y la posterior librería Leteo, también extinta, en cuya rebotica se sostuvieron teorías y crearon facciones escritoras. Y entronca con otro fenómeno de también sorprendente vitalidad, el de los clubes literarios, cerca de una decena en León. Así, está el de la Universidad, que coordinan Natalia Álvarez y Ana Rodríguez Otero en la biblioteca San Isidoro, once sesiones al año, «con unos 40 participantes, más de fuera de la universidad que de dentro», como aprecia la primera; los de la Biblioteca Pública (bautizados Croniria, Espadaña, Josefina Aldecoa y Antonio Pereira) o el que dirige el escritor y profesor Tomás Sánchez Santiago en el IES Giner de los Ríos, ‘el Club Giner’.

«Fue iniciativa, hace siete años, de una compañera, Carmen Honrado, y a la primera convocatoria acudimos los dos solos. Pensamos abandonar pero nos dimos una segunda oportunidad: lo difundimos, pegamos carteles por el barrio... Y a la semana siguiente apareció un ‘núcleo duro’ de cuatro o cinco personas. Ahí empezó todo». «Se trata de lectores puros, nada condicionados por cualquier cosa que no sea el amor, la pasión de leer. Lo mejor es que poco a poco se ha fraguado una pequeña comunidad lectora de administrativos, médicos, enfermeras, jubilados, recién licenciados, empresarias... Un capital humano impresionante», explica Sánchez Santiago con pasión.

La misma pasión que se respira en el Amélie o en el Quindós. «Si no hay encuentro, la creación se detiene —precisa Alejandro Vargas, gran ‘clásico’ del Pasaje—... Y es que para eso sirven las tertulias, para engañarse mutuamente».

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